Tres ‘biejos rancios’ yendo a un concierto de The Warning, las tres jóvenes hermanas que la están rompiendo en esto del rock and roll

Por Samuel Segura / Para Emma y Vinni

Finalmente llegó el día de ver a las The Warning. Esas morras “fresas y sobrevaloradas” que todos nos decían. ¿Los biejos rancios (y reacios) que éramos finalmente habríamos de ver derrumbadas nuestras creencias? 

Así que acompáñenos a nuestra aventura, donde sacamos las mejores galas para la ocasión.

The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada - OCESA
The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada – OCESA

Hola generación centennial, solo soy un biejo rancio

Salgo del metro Auditorio luego de seguir a una parejita, la primera que veo enfundada en sus playeras de The Warning. Como soy un biejo rancio, en ese momento pienso: ¿Si irá a llenarse? La misma duda que tuve cuando, en 2002, fui a mi primer concierto: Kreator en la Arena López Mateos. Eusebio, que también estuvo ahí, me dice:

—Las Villarreal no habían nacido en ese momento.

Ella lleva medias de red y botas, no más altas que las de él. Ambos visten de negro, los cabellos largos, las uñas pintadas en negro-morado alternados. Ella lleva gruesos lentes de fondo de botella, como dicen en mi pueblo. Se dan besos en sus bocas, leves, tiernos, mientras suben la escalera eléctrica hacia el exterior. De algún modo los envidio. Hasta que salgo.

Salgo y ellos avanzan y yo vislumbro una banca libre en la que puedo detenerme a leer. La lectura que inicié hace un par de días. Otros biejos como yo juegan ajedrez en unas mesas que hay enfrente y que tienen pintado el tablero. Otro biejo, enfundado en una yera de manga larga del Spiritual Black Dimensions de Dimmu Borgir, bebe una chela con su compa, el cual parece indigente. Si soy pesimista, se parece a mí (durante la cruda). No creo que vaya a ir al toque, pienso, pero vuelvo a equivocarme: lo veo ponerse de pie, dejar abandonado su envase de cerveza e ir hacia las entradas del Auditorio para luego entrar, muy feliz, a ver a este power trío nacional y femenino que empezó su escalada famosa coverando muy chavitas (más) a Metallica.

Entonces lo vislumbro.

El joven es muy blanco y su cabello es muy negro. Largo. Pienso: Este wey podría ser un metalero sueco. Sin embargo lleva su playera de The Warning. Me mira. Nos miramos. Pasa frente a mí. Se detiene a unos pasos. Da media vuelta y regresa.

—Disculpe —dice, hablándome de usted.

—Dime —le digo, hablándole de tú.

—¿No vio una bolsa de El Péndulo por aquí?

Volteo a mi alrededor.

—Emmm, no.

—Bueno, gracias, disculpe —me mira a los ojos, demasiado fijo.

Vuelve a irse.

Vuelve a detenerse.

Vuelve a dar media vuelta.

—¿Qué libro está leyendo? —y mira la portada, que le enseño. Es El puente de Gay Talese.

—Bueno, gracias, disculpe —repite. Me mira demasiado fijo a los ojos. Se va.

¿Acaso intentó ligarme ese joven cobarde?, pienso y sigo pensando: Qué dichoso sería yo si fuese más flexible. Si llevara mi incipiente bisexualidad al máximo. Estaría lleno de opciones. Luego, en el concierto, mientras veo el desafiante ondular de hombros de Alejandra, la bajista y hermana menor de las Villarreal, me digo: No, no tengo remedio, solo soy un biejo rancio.

The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada - OCESA
The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada – OCESA

Y así, estamos 3 ‘biejos rancios’ en un concierto de The Warning

Quizá deba advertir que soy un biejo rancio. Y que fue gracias a otro amigo, biejo rancio también, que acudí al Auditorio Nacional con él y con otro amigo, más rancio aún y biejo que nosotros. Es decir: tres biejos rancios yendo a un concierto de tres jóvenes hermanas que la están rompiendo en esto del rock and roll. Desde hacía meses Eucario (así le llamaré) tenía los boletos. Una morra con la que salía le pidió que los comprara y luego lo ghosteó. Ese fenómeno que se da en la juventud cobarde de nuestros días. La que no puede decir: ‘Wey, ay muere, no me lates‘. 

Entonces nos invitó a Eusebio (así le llamaré) y a mí (para seguir tomándome algunas licencias literarias, me llamaré Eustaquio). Nos preparamos para una noche de biejos rancios, la cual consiste en algunas actividades clave que espero poder dilucidar en este relato. Entre ellas, ir al baño antes de entrar a ver el espectáculo.

Eusebio, decía, es más biejo que nosotros, quienes rondamos la treintena (él, por lo tanto, está en el cuarto piso). Las jóvenes ya nos dicen señor (como la que me atendió en el guardarropa y que, al ver que me iba con mi mochila sin habérsela entregado, me dijo, irrespetuosa y falta de tacto: ¡Señor, su mochila!). Metalero de cepa y antaño, comenta:

—No vengo al Auditorio Nacional desde que vi a Heaven and Hell con Dio en el 2007, cuando la más joven de las Villarreal no había nacido.

Lo dice en serio y sin afán de verse muy true. No es el momento para eso y nada tiene que demostrarnos a nosotros ni a nadie sobre su vasto conocimiento metalero.

Eusebio y yo estamos esperando a Eucario, quien nos advirtió que se viene cagando. (Así, sin más. No veo adecuado disculparme por utilizar una palabra que describe mejor que ninguna otra el hecho. ¿O quizá deba decir caganding?). Eusebio y Eucario fueron mis alumnos en un reciente taller de escritura que di. Fueron devastadores. Eusebio se imagina un cuento en que a Eucario le gana y se hace frente a todos.

—Seguro querrá —dice Eusebio— que entremos luego luego.

—Yo por eso fui a un estacionamiento hace rato —le digo a Eusebio, sin contarle que pasé la vergüenza de entrar al baño de mujeres porque el de hombres estaba ocupado y yo ya estaba valiendo. Al salir una mujer esperaba, pero le pedí encarecidamente que me permitiera echarle agua a la taza, cosa que hice a partir de unos enormes tambos que había afuera. Ella ni me contestó ni miró ni nada.

—Te ves más chavo así sin bigote —le digo a Eusebio para cambiar de tema. Tus ojos claros se ven más claros.

—Y me traje mi playera del Ride The lightninG para no desentonar con la chaviza.

—Parecemos los papás de todos —le digo sobre todos esos jóvenes a nuestro alrededor que van acompañados por sus padres, ligeramente mayores que nosotros.

The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada - OCESA
The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada – OCESA

Ya con la chaviza en el Auditorio

Entonces sube al escenario el conserje. Lleva barba y cabello largo. Si soy optimista, se parece a mí (en esteroides). Alguien le grita papacito. Deja su jalador a un lado del escenario, junto a la batería. Como buen conserje, pone su radiecito de pilas y trata de sintonizar una canción. Esta suena, entre interferencias, pero el público empieza a cantarla.

Entonces el conserje coloca sobre el parche frontal de la batería de The Warning. El logo de Las Wawas (o eso alcancé a ver, a pesar de que lo pusieron en la pantalla). Así les dicen en Monterrey a las chamacas, informa este Tiktok al respecto de esa palabra. La gente grita. De pronto el conserje le da unos golpecitos con las manos a los tambores. La gente frente a él reacciona. Ante eso, decide subirse y sentarse. Ya con las baquetas, le da unos cuantos golpes a cada tom. Al bombo y la tarola.

La gente reacciona.

Entonces, animado, el conserje se suelta el cabello (lo lleva largo). Alguien le grita papacito. Alguien más se le une. Y luego, sin razón aparente, se arranca las mangas del uniforme de trabajo y deja al descubierto sus brazos mamados. Si soy optimista, se parece a mí (en esteroides, porque en realidad me parezco a Lester Bangs, tanto en escritura –ajá– como en aspecto). La gente grita ante la incipiente sexualización de este individuo. Y el intendente toca. Toca muy bien. Golpea los tambores con fluidez.

Ahora que lo pienso, se parece al baterista de la banda previa: Holy Wars.

The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada - OCESA
The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada – OCESA

Incansables y sólidas, ni quien pueda quejarse

Cuando tomamos asiento, luego de ver discos físicos en las afueras (los únicos dos que los vemos, Eusebio y yo), está tocando Holy Wars. Para ese momento no tengo idea de quienes son, pero su potencia abruma cada rincón del espacio. Vienen de Los Ángeles y también ya se han presentado en grandes escenarios junto a grupos icónicos. Su vocalista, de nombre Kat León, tiene una soltura endiablada (y envidiable). Prenden a todos los que están al frente. Y a los tres biejos rancios que estamos a un lado.

Holy Wars acompañaron a The Warning en sus tres fechas en el Auditorio Nacional. Al parecer en todas el batero, de nombre Johnny Tuosto, hizo su numerito del conserje. La banda de las tres hermanas, al final de su concierto, les agradece. Los invitan al escenario y juntos hacen una reverencia al público. Cosa, me parece, poco común, o que al menos yo no había visto: que el estelar le otorgue tal reconocimiento al telonero (aunque los hayan dejado tocar a la mera orilla del escenario; orilla que, por cierto, las Villarreal nunca tocaron).

Daniela Villarreal (quien al igual que sus hermanas estuvo muy sólida e incansable las dos horas de show) agradece a todas las personas por el lleno total del recinto las tres noches. Toda esa gente le responde con un grito, coreando un poco chuecos, como se hace con las bandas grandes, el nombre de The Warning.

Yo, sentado, espero el momento de salir e ir al baño.

The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada - OCESA
The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada – OCESA

La generación cobarde es también la generación de los pretextos

La canción es “Consume”. Lo sé gracias a Setlist.fm porque asistí al concierto en modo descubrimiento, en la ignorancia total.

El baterista-conserje empieza a tocarla mientras Paulina, la hermana Villareal que toca la batería, y que es la de enmedio (y cuyo Instagram muestra su vida de rockstar que no mames), la canta de pie junto a sus hermanas con todo y su corito estúpidamente sensual.

Casi se me para… el corazón. (Soy un biejo rancio, no cabe duda, me digo al verla en la pantalla con la boca un poco abierta.) Antes han tocado “Qué más quieres”, rola con la que, si no me equivoco, fue donde más y mejor reaccionó el público: cantando, bailando y coreando. Se lo atribuyo, como purista de la lengua que soy –espero que don Álex Grijelmo esté de acuerdo– a que está cantada en español (la gran mayoría de su repertorio está en inglés). No es que esté mal cantar en inglés, desde luego, pues según la creencia popular (o eso se pensaba en mis tiempos, ¿no es así, Café Tacuba?) eso internacionaliza cualquier proyecto.

No sé, pero en este caso estas chicas ya han tocado varias veces fuera de México en escenarios muy importantes (Hellfest, Wacken y el Times Square, por decir nomás tres). Pero acá con su gente se sintió la diferencia del idioma.

Eso creo. Qué sé yo, solo soy un biejo rancio y esa es mi única queja de todo.

Porque su show fue espectacular (el juego de luces estuvo demencial, qué cosa). Muy por encima de las bandas metaleras (comunidad que las interpela todo el tiempo) y de rock nacionales, de biejos rancios como yo que no llenan ni el bar de la esquina. Estuvieron, hablando del show (porque en ejecución no tanto, la mera verdad), al nivel de un Gojira y Mastodon, a quienes vi recientemente; incluso por encima de Arch Enemy, con quienes compartí escenario hace no mucho.

Hablando de cifras, The Warning metieron diez veces más gente que los suecos en sus tres fechas en el Auditorio Nacional (o tres más, si medimos la capacidad de aforo del Circo Volador versus la del recinto de Reforma. La última que tuvieron es la que estoy pretendiendo retratar aquí). Ese hecho a alguien debería enorgullecer. A mí lo hace. De algún modo.

Claro, es que su padre es un tipo importante que les ha costeado la carrera. La verdad ni sé quién es ni me importa. Sí, seguro esa es una ventaja competitiva (más cuando ahora Daniela, la vocalista y guitarrista, hermana mayor, hace anuncios para Pepsi) y que posiblemente mueva a envidia. Eso si acaso ves la música como una competición. Yo no y eso que he sido, lamentablemente, testigo de lo jodido que es que el padre de un grupo de jovencitos pague porque estos brillen en este pedo de tocar y te quiten a ti una oportunidad. Una de muchas que pueden haber. Porque cada quien su público y sus esfuerzos.

Pienso: ‘La generación cobarde es también la generación de los pretextos‘.

Mientras veo a una familia compuesta por padre, madre e hija sentados a unas filas de mí (si mi hija viviera, y tuviera la esposa de entonces, tendríamos más o menos esa edad), ahí en el balcón en el que cómodamente estamos (el mismo sitio en el que he estado cuando he sido prensa para escribir sobre otros conciertos, donde al final llovieron tiritas de papel que añoré cuando estuve en el estacionamiento) pienso: ‘Si fueran mis hijas, y yo fuese millonario, habría hecho lo mismo por ellas’.

Y pienso: ‘Si fuese padre, y tuviera hijas a las cuales quisiera empoderar e inculcar en el rock, las habría traído a The Warning’.

The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada - OCESA
The Warning en el Auditorio Nacional / Foto: Liliana Estrada – OCESA
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