Thulcandra: el frío que quema envolvió a la Ciudad de México (Crónica + fotos)

El pasado jueves 27 de marzo de 2025, el HDX Circus Bar en la Ciudad de México se transformó en un portal hacia un abismo gélido e infernal. Alrededor de 300 almas se congregaron en este recinto pequeño, un lugar donde el sudor, el metal y la intensidad se funden en una experiencia visceral. Era la primera vez que Thulcandra, la aplanadora melódica del black metal alemán liderada por Steffen Kummerer, pisaba suelo mexicano como parte de su gira «Hail the Mexican Abyss». Acompañados por tres bandas locales —Bastayer, Through Torment y Fumes—, los teutones ofrecieron una noche que osciló entre la calma reflexiva y el frenesí desbocado.

El preludio mexicano: Bastayer abre el portal

La velada arrancó cerca de las 8:30 de la noche con un aullido agudo y rasgante que cortó el aire como un cuchillo helado. Bastayer, una banda de black metal oriunda de la Ciudad de México, irrumpió en el escenario con una ferocidad que desafió la aún escasa concurrencia. Cuatro figuras envueltas en una atmósfera densa, se entregaron al caos como si vendieran su alma al mismísimo diablo. Aunque su set apenas duró 20 minutos, fue suficiente para encender la chispa de la noche. Sus riffs cortantes y voces desgarradas resonaron en las paredes del HDX, un lugar íntimo donde cada nota parecía rebotar directamente en el pecho de los presentes. La energía cruda de Bastayer marcó el tono: esta no sería una noche cualquiera.

Through Torment: La madurez del underground

Minutos después, el escenario recibió a Through Torment, un nombre que resuena en el under mexicano desde 2014. Con 11 años de trayectoria, esta banda de death metal ennegrecido con tintes de thrash llegó con una seguridad arrolladora. Desde el primer acorde, su sonido fue un mazazo implacable, una mezcla de brutalidad y precisión que hizo temblar el suelo del HDX. El vocalista, con una voz que parecía surgir de las profundidades, comandó al público con autoridad, mientras los riffs afilados y la batería atronadora llenaban el espacio.

Through Torment no solo tocó clásicos de sus discos Occultus (2015) y Deathrites (2019), ambos pilares del metal extremo mexicano, sino que también sorprendió con un adelanto de su próximo tercer LP. Esa pieza inédita fue un torbellino de furia que mantuvo al público al borde del éxtasis. “Gracias por apoyar el metal mexicano”, gritó el frontman antes de cerrar su set, un gesto que resonó entre los asistentes. Curiosamente, entre el público se encontraba Carsten Schorn, bajista de Thulcandra, luciendo una playera de Bolt Thrower y asintiendo con aprobación. El respeto entre bandas locales e internacionales ya era palpable.

Fumes: Los jinetes del apocalipsis

A continuación, Fumes tomó el control del escenario. Activa desde 2022, esta joven agrupación aprovechó la noche para presentar Skeletal Wings Threshold, su primer LP lanzado en 2025 y una obra que ya se perfila como una de las joyas del metal mexicano este año. Desde el primer segundo, Fumes desató una tormenta de violencia sónica. Cuatro jinetes del apocalipsis en carne y hueso, su actuación fue un asalto sensorial: riffs lacerantes, blast beats demoledores y un aura que te hacía sentir atrapado en las llamas del infierno.

El HDX, con su tamaño reducido, amplificó la intensidad de su presentación. Cada golpe de batería retumbaba en las paredes, mientras las cabezas del público se agitaban en un mosh incipiente. Fumes dejó al borde de la extenuación a los presentes, quienes, al final de su set, quedaron con ganas de más. Pero el reloj marcaba la hora inevitable: el acto estelar estaba por comenzar.

Thulcandra: El frío que quema

Thulcandra no es una banda cualquiera. Fundada en 2003 por Steffen Kummerer —mente maestra también detrás de Obscura—, su propósito desde el inicio fue rendir homenaje al black metal melódico sueco de los 90, inspirándose en titanes como Dissection, Sacramentum y Unanimated. Sin embargo, lo que comenzó como un tributo ha evolucionado en algo propio: una máquina de precisión que conjuga atmósferas gélidas con explosiones de caos controlado. Tras el suicidio de su cofundador Jürgen Zintz en 2005 y un renacimiento en 2009, Thulcandra lanzó su debut Fallen Angel’s Dominion en 2010, un álbum que los posicionó como herederos legítimos de la tradición escandinava. Desde entonces, discos como Under a Frozen Sun (2011), Ascension Lost (2015) y el reciente Hail the Abyss (2023) han consolidado su legado.

Apenas Steffen Kummerer pisó el escenario, el ambiente cambió. “¡Hola, México!”, exclamó con una mezcla de entusiasmo y solemnidad, mientras las luces del HDX se apagaban por un instante. Cuando volvieron, un rojo sangre inundó el lugar, solo para mutar segundos después a un azul gélido que evocaba las portadas de Necrolord, ese arte icónico que ha definido la estética de la banda. El set arrancó con “In the Realm of Thousand Deaths”, un tema que despliega un manto de melancolía helada antes de estallar en riffs afilados y blast beats que arrastraron al público al borde del abismo.

El HDX, con su capacidad limitada, potenció la experiencia. A diferencia de un estadio masivo, aquí podías sentir el aliento de los músicos, ver el sudor en sus frentes y escuchar cada matiz de las guitarras de Kummerer y Mariano Delastik. “Deliverance in Sin and Death” mantuvo la tensión, con pasajes reflexivos que parecían susurrar al alma, solo para romperse en un frenesí que hacía vibrar las paredes. La batería de Alessandro Delastik y el bajo de Carsten Schorn tejían una base rítmica implacable, mientras las voces de Kummerer rasgaban el aire como un lamento espectral.

“Funeral Pyre” llegó como un himno fúnebre, su melodía hipnótica envolviendo al público en un trance colectivo. Las cabezas se movían al unísono, y el mosh pit, aunque pequeño por el espacio, era feroz. “As I Walk Through the Gateway” y “Fallen Angel’s Dominion” —esta última del álbum debut— trajeron consigo esa esencia de Dissection que Thulcandra ha perfeccionado, pero con un toque personal que las hace únicas. La intensidad crecía, y el calor humano contrastaba con el frío etéreo de la música.

El setlist avanzó con “In Bleak Misery” y “A Shining Abyss”, temas que alternaban entre la introspección y la brutalidad. Cada cambio era un golpe al sistema: un momento estabas perdido en un paisaje sonoro helado, y al siguiente te encontrabas en un torbellino de caos. “Aeon of Darkness” y “Frozen Kingdom” elevaron la apuesta, con riffs que cortaban como navajas y una atmósfera que te hacía sentir atrapado en un invierno eterno. “In Vain” y “Hail the Abyss”, del último álbum, mostraron la madurez de la banda, con una composición más ambiciosa que no sacrificaba su esencia cruda.

El clímax llegó con “Spirit of the Night” y una sorpresa: “Night’s Blood”, un cover de Dissection que desató gritos de euforia entre los fans. Era un guiño a sus raíces, ejecutado con una precisión quirúrgica que honró al original mientras lo hacía propio. Y entonces, mientras las notas de “Wish You Were Here” de Pink Floyd sonaban de fondo desde la consola, la noche llegó a su fin.