Una noche de abril de 1996 me encontraba subido en un autobús rumbo a Huatulco en compañía del poeta Ramsés Salanueva y un camarógrafo; iba en el rol de productor televisivo y no de autor para registrar el primer encuentro de escritores organizado por las revistas Generación y Viceversa, un diálogo entre maneras divergentes de entender y vivir la cultura. Allí fue donde conocí a Rogelio Garza.
28 años después me encuentro rememorando aquel viaje a propósito de la aparición de Crónicas de una realidad alterada, el nuevo libro de quien fuera también columnista de La mosca en la pared (legendaria revista en la que coincidimos). En aquella incursión iba también el gran escritor Yuri Herrera, con quien compartimos cierto ánimo outsider y el sentimiento de no encajar en ninguno de los dos grupos editoriales.
Rogelio prefirió apostar por la mercancía local y por muy poco dinero consiguió un enorme guato de cannabis destinado a brindar entretenimiento al grupillo de no alineados. Aquel encuentro nos permitió conocer y conbeber con el enorme poeta Jorge Fernández Granados. Hago mención de aquella experiencia playera dado que ahí comenzó una relación distendida que luego se expresó en la presencia de Rogelio en el programa de radio Movimiento, que por aquel entonces Producciones Antiestáticas teníamos en Tulancingo.
El Roger nos compartió de su vasto conocimiento de la contracultura y sus vínculos con el consumo del LSD… nos contagió de su pasión por The Grateful Dead. Recuerdo que muchos años antes de que apareciera un relato suyo en el libro David Bowie. Manual de amor moderno para aliens escuché de sus labios la historia de extraviar ideas como si fueran canicas en el legendario Tutti-Frutti Bar.
Ambos nos hemos mantenido entre el rock y el rol, aunque no soy ciclista consumado como él, pero siempre lo leo con atención y ahora que lanza esos textos de realidad alterada confirmó tanto la lucidez e inteligencia que lo caracteriza como la defensa de una ética y estética rockera, por mucho que cuente de cuando conoció a “El general”. Garza da cuenta del impacto de visitar al maese José Agustín y la influencia que su literatura sigue ejerciendo; se trata de un beatnik sateluco que nos emociona profundamente yendo a un toquín de Ramones y luego que lanzándose a la cervecería Hércules de Querétaro para ver a The Brian Jonestown Massacre y luego repetir en el festival Hipnosis, mostrando gran resistencia y convicción.
Se trata de un libro que transcurre a todo vértigo tal como el texto llamado El último pique, que da cuenta de una carrera parejera con un par de policletos dentro de la ciclopista de Ciudad Satélite en la que demuestra que la autoridad no tiene palabra de honor y primero puede compartir un parche para solventar una ponchadura para luego tender una redada traicionera. El cronista gonzo intentó una escapatoria alternativa que redundó en un grave accidente.
Rogelio Garza es alguien sobrado de recursos para imprimir ese Zig-Zag narrativo que le ha acompañado por años y al que sólo le falta incursionar en la ficción a fondo; mientras tanto se da vuelo mencionando el repertorio de The Dandy Warhols o dando cuenta de un extravío en Puerto Escondido que interrumpió una paradisiaca estadía. En Cronicas de una realidad alterada (Editorial Gato Blanco, 2024) se sostiene impoluta esa vibra ondera que nos hace sentir que Rogelio Garza se mantiene eternamente joven y poseedor de una escritura con mucha fibra; lo suyo es una especie de manifiesto para moverse en un mundo en el que se sigue amando a los casetes y en el que cada vez cuesta más resistir a lo demandante de los festivales.
Ni duda cabe que existe y se comporta según la triada que abre el libro:
“El rock es energía
La energía es movimiento
El movimiento es equilibrio”
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