Fotografías: Yussel Barrera
Bajo la luz crepuscular de un escenario envuelto en sombras, la promesa del caos se siente en el aire; es aquí en el Foro Veintiocho de la Ciudad de México donde «Left to Die» se prepara para ofrecer una ofrenda sagrada a la memoria de Chuck Shuldiner y su seminal obra con Death. En el vasto cementerio de sonidos que es el metal, esta banda no solo resucita los riffs cortantes y las letras introspectivas de una era pasada, sino que teje un nuevo tapiz de dolor, existencia y rebelión.
Desde una perspectiva existencialista, «left to die» podría simbolizar la soledad del ser humano ante el abismo de la muerte, un tema que resonó profundamente en la música de Schuldiner. Pero aquí, en esta noche de tributo, cada nota es un grito de desafío contra la fatalidad, cada riff un acto de resistencia. La ética del cuidado, el abandono, la lucha por la autenticidad en un mundo indiferente, todos estos conceptos filosóficos se encuentran en la combustión de las guitarras, en la furia de la batería, y en la voz que ruge como una advertencia desde el más allá.
«Left to Die» no solo rinde homenaje a Chuck, dado que la banda conformada por los ex-miembros de Death (Rick Rozz en la guitarra y Terry Butler al bajo, quien se dio el tiempo para convivir con los fans durante las presentaciones de las bandas mexicanas Becoming The Entity y Asedio), y por los fundadores de GRUESOME (Matt Harvey como vocalista y guitarrista rítmico y Gus Rios en la batería), llevó a una celebración de la vida a través de la muerte, un reconocimiento de interdependencia entre músico y oyente, donde el escenario se convierte en un altar de la resiliencia humana frente a la mortalidad.
Con este telón de fondo, nos preparamos para sumergirnos en la oscuridad iluminada por el legado de Death, donde «Left to Die» no solo toca música, sino que evoca un ritual de transmutación de la pérdida en legado, del silencio en sonido eterno. La noche se abre con «Leprosy», un himno que evoca las desgarradoras profundidades de la afección humana, donde el sonido de las guitarras se entrelaza con el dolor y la aceptación de la mortalidad. La banda, con su interpretación, no solo revive la canción, sino que la reinterpreta como un espejo de la lucha interna de cada alma presente.
Sigue «Born Dead», una declaración de nihilismo y rebeldía que Schuldiner encarnó con su vida y obra. La canción resuena como un eco desde el sepulcro de la existencia, una reflexión sobre la inevitabilidad del fin desde el mismo momento del inicio. Los acordes vibran con una urgencia que solo puede ser liberada en el metal más puro, un recordatorio de que cada día es una oportunidad para vivir intensamente antes de ser devuelto al polvo.
«Forgotten Past» y «Infernal Death» nos sumergen en un viaje a través del tiempo, donde la memoria y la furia se encuentran para crear un puente entre lo que fue y lo que será. El setlist es un viaje arqueológico por el alma de Death, donde cada canción es una piedra angular en la arquitectura de este tributo. La interpretación de «Sacrificial» y «Open Casket» trae consigo la potencia de las guitarras y la narrativa de la muerte, recordándonos que en el metal, la vida se celebra en la cara de la nada.
«Primitive Ways» y «Choke on It» son un homenaje a la cruda realidad de la vida, una especie de purga emocional donde cada riff es una catarsis, cada grito un desahogo. La transición a «Torn to Pieces» y «Regurgitated Guts» es una inmersión en el caos visceral que Schuldiner tanto exploró, convirtiendo el escenario en un campo de batalla donde la música es el arma de liberación.
La canción que da nombre a la banda, «Left to Die», es un momento de introspección colectiva, donde cada uno de los presentes se enfrenta a su propia mortalidad, a la posibilidad de ser olvidado, pero también a la oportunidad de dejar un legado. Es aquí donde la magia de la música de Schuldiner se siente más viva que nunca, en la comunión de almas que buscan significado en la oscuridad.
«Zombie Ritual» y «Pull the Plug» son los últimos actos de este ritual sonoro. La primera, una danza macabra que nos recuerda el ciclo eterno de la vida y la muerte, y la segunda, un canto final hacia la aceptación de nuestro destino, donde el acto de desconectar el soporte vital se convierte en una metáfora de liberación.
Finalmente, «Evil Dead» cierra la noche, no como un fin, sino como una afirmación de la eternidad de la música de Death en el corazón de quienes la sienten. La luz del escenario se apaga, pero el eco de las guitarras y la voz de Chuck Schuldiner resuenan en cada rincón del Foro Veintiocho, recordándonos que en el metal, la muerte es solo el principio de otra canción.