Los bonos han sido tradicionalmente una pieza fundamental en la construcción de carteras diversificadas recomendadas por casi cualquier asesor financiero. Existen varias reglas incluso para ver lo que deberíamos de tener en bonos de nuestra cartera.
Durante décadas, los bonos han ofrecido una combinación de estabilidad y rendimientos previsibles, y eran una herramienta esencial para balancear el riesgo, especialmente en momentos de volatilidad de los mercados de acciones. Sin embargo, en los últimos años, me he visto cuestionando cada vez más la necesidad de incluir bonos en mi cartera. ¿Por qué? Las condiciones del mercado han cambiado y, con ello, los motivos que justificaban la inclusión de bonos en las carteras de inversión.
El objetivo principal de diversificar una cartera es reducir el riesgo. Tradicionalmente, los bonos han cumplido con este propósito al ofrecer estabilidad, especialmente en tiempos de incertidumbre económica o caída de los mercados de acciones. Sin embargo, en el contexto actual, las condiciones macroeconómicas han cambiado drásticamente.
Los riesgos de los bonos
Con bonos aquí me voy a referir a deuda pública o de entidades muy solventes. Pero mucho de lo que decimos aplica también a deuda de empresas privadas.
El riesgo típico de los bonos es el aumento de las tasas de interés. Tenemos un bono que paga el 3% y los tipos suben al 5%. Nuestro bono automáticamente vale menos si lo tenemos que vender, porque rinde menos que dejar el dinero en una cuenta bancaria. Si las tasas suben, el valor de los bonos tradicionales caerá. Si es cierto que si lo mantenemos a término, tendremos la cantidad esperada.
Existen alternativas para mitigar este riesgo, como los bonos a corto plazo, que son menos sensibles a los movimientos de tasas. Sin embargo, esta protección viene con un precio: una rentabilidad más baja. Los bonos a corto plazo ofrecen una menor compensación, lo que los hace menos atractivos en comparación con otras opciones de inversión.
El riesgo moderno de los bonos es la inflación (y en menor medida la solvencia). Eso se debe a dos motivos:
El primero es que los estados están mucho más endeudados ahora que en el pasado. Alemania está por encima del 60% del PIB, pero es casi una excepción en el mundo desarrollado. Estados Unidos, Francia, Italia, Reino Unido, España y Canadá superan el 100% del PIB. Ya no hablemos de Japón con su deuda pública superior al 250% de su PIB. Es decir, no podemos suponer la misma solvencia por parte de estos estados cuando su deuda pública era del 30-40% del PIB.
El segundo es que me da la sensación de que los estados están perdiendo el miedo a la inflación. Donald Trump tuvo discusiones con la Fed en su primer mandato y se habla que podría reducir la independencia de la Fed. Por otro lado, el BCE parece menos preocupado por la inflación de lo que indican sus estatutos. La inflación reduce su deuda respecto al PIB sin mucho esfuerzo. Ya dijo Keynes:
«Mediante un proceso continuo de inflación, los gobiernos pueden confiscar, de manera secreta y no observada, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos.»
A largo plazo esto debería ajustarse en los tipos de interés exigidos por los compradores de bonos, pero mientras tanto tendremos un periodo de ajuste. Y es que proteger los ahorros de la inflación, es algo de lo que ya hemos hablado por aquí.
En este mundo interconectado, limitarse a los bonos emitidos por gobiernos de países como Estados Unidos o la Eurozona ya no es la única opción. Existen bonos de países con menor deuda, que pueden ofrecer una rentabilidad superior, aunque a costa de asumir riesgos adicionales, como el riesgo cambiario.
Sin embargo, la diversificación geográfica a través de bonos internacionales no está exenta de riesgos. Las fluctuaciones en las tasas de cambio y la inestabilidad política de algunos países pueden aumentar el nivel de incertidumbre asociado a estos activos, lo que complica aún más la decisión de incluir bonos en una cartera diversificada.
Entonces, si no compramos bonos ¿qué podemos hacer para protegernos de la volatilidad de la bolsa?
Otras opciones de diversificación
Si bien los bonos han sido durante mucho tiempo el activo preferido para diversificar carteras, hoy en día existen otras alternativas. Entre ellas destacan los bienes raíces, los fondos de inversión inmobiliarios (REITs o SOCIMIs en España) y las commodities (materias primas y metales precisos), que pueden actuar como activos refugio y al mismo tiempo ofrecer una exposición atractiva a sectores que, históricamente, no están tan correlacionados con los mercados de renta variable o de bonos.
Además, los REITs ofrecen ventajas adicionales, como la posibilidad de obtener ingresos recurrentes a través de rentas o dividendos, algo que los bonos tradicionales no siempre pueden garantizar en el contexto actual de tasas de interés bajas.
Por otro lado, invertir en bienes raíces, especialmente los que usamos como nuestra vivienda habitual o el local de nuestro negocio, puede que nos proteja de un periodo inflacionario fuerte, ya que siempre tendríamos el uso de dicha vivienda o local, reduciendo nuestros gastos. Eso es algo para pensar como algo útil que tener.
No lo sería tan útil una vivienda con inquilino, ya que estaría sujeta a la actualización de la renta (que podría limitarse por parte del gobierno, como ya sucede ahora).
Otra opción sería invertir en divisas de países con fuerte responsabilidad fiscal y monetaria, es decir, poco endeudados, con control sobre su divisa (no en una unión monetaria) y desarrollados. Pero lo cierto es que no hay muchas opciones.
Así que sí, igual es buen momento para replantearse si las opciones de siempre de usar bonos para combatir la fluctuación de la bolsa son las mejores. Porque el mundo ha cambiado, pero la teoría no.
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La noticia
Por qué, como inversor experimentado, cada vez veo menos necesario tener bonos en mi cartera de inversión
fue publicada originalmente en
El Blog Salmón
por
Javier J Navarro
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