Por Iván Marchena
En las últimas semanas, hemos visto cómo Donald Trump ha vuelto a encender la retórica arancelaria con promesas de imponer tarifas masivas sobre productos chinos y europeos. El debate público se ha enfocado, como es costumbre, en si esto responde a una estrategia proteccionista, electoral o simplemente populista. Pero lo cierto es que muy pocos están viendo lo esencial: esto no tiene que ver con comercio internacional. Tiene que ver con el costo de la deuda.
Estados Unidos se enfrenta a un desafío económico silencioso pero monumental: más de 9 billones de dólares en bonos del Tesoro vencerán antes de que termine 2026. La mayoría fueron emitidos durante los años de tasas de interés cercanas a cero. Hoy, el panorama es otro. Con el rendimiento del bono a 10 años aún por encima del 4%, refinanciar esa deuda no será barato.
Entonces, ¿cuál es la única forma realista de bajar esos rendimientos? Enfriar la economía. Provocar una recesión controlada. Desacelerar el crecimiento, reducir la presión inflacionaria, suprimir la demanda de capital. Todo para poder refinanciar más barato. Y eso, precisamente, es lo que estamos presenciando bajo el disfraz de una “guerra comercial”.