Memorias para una infancia futura: Detrás del ruido. La infancia de William Burroughs de Pedro Mancini.
Detrás del ruido de Pedro Mancini, obra publicada por Hotel de las ideas, relata, como el subtítulo anuncia, la niñez de William Burroughs. Sin embargo, el autor no realiza una narrativa lineal sobre los primeros años de este icónico personaje de las letras norteamericanas, conocido por el carácter disruptivo de su obra y por una biografía que bien podría formar parte de una novela negra. Por el contrario, el artefacto narrativo-visual que construye el artista nos muestra a Billy, antes de convertirse en William.
Esta novela gráfica, a través de una serie de elementos visuales y una voz en primera persona, representa el mundo interior de Billy cuya imaginación coquetea con la alucinación de modo que los objetos que le rodean y los lugares donde se encuentra se transforman para encarnar diversos aspectos de su personalidad.
Algunas pulsiones inconscientes pueden expresarse a través del juego. En la infancia, el juego es un escenario protegido por los muros de la seguridad y la contención. De modo que las pulsiones complejas o contradictorias y aquellas consideradas socialmente inaceptables por “peligrosas” encuentran su lugar. Los sentimientos ambivalentes, violentos o potencialmente autodestructivos se materializan en aquellos juegos donde la imaginación tiene una función crucial. Son estos aspectos los que se exploran en esta obra.
En un intento por rastrear los fragmentos de sí mismo, William recuerda, trata de ver “detrás de todo ese ruido” para encontrar a Billy. Pese a la dificultad que esto representa, es el temor lo que le permite rastrear las pesadillas y las alucinaciones: “los animales en las paredes. Pequeños hombrecitos grises saliendo de mi casa de bloques.” En este mundo, romper las ventanas de un edificio abandonado, lo que en apariencia se trata de un divertimento y una expresión de rebeldía, es en realidad una forma de sublimar la violencia, una vía para descargar esa fuerza vital que permanece contenida y acotada por las reglas de la buena conducta.
De manera paralela al juego, corren los sueños. En particular, cuando se trata de terrores nocturnos, estos tienen su propia lógica. La pesadilla aísla, crea un ambiente donde la posibilidad de supervivencia está en riesgo y el yo se desdibuja. La voz de William recuerda mientras la imagen nos muestra a Billy en “una extraña pesadilla: yo era una especie de animal prehistórico que atacaba a mi madre por la espalda. Ella a su vez tenía un cuello muy largo”.
Esa amenaza inmaterial acecha las noches de Billy y apenas puede dominarse por la pálida luz que emite una lámpara de noche. Ante el riesgo que representa la posibilidad de uno de estos sueños, el protagonista está completamente expuesto pues el peligro no proviene del exterior sino de sí mismo. Es posible que las pesadillas sean aún más aterradoras durante la infancia, en tanto se tienen pocos elementos para interpretarlas y entenderlas, las criaturas del universo onírico expanden sus brazos al mundo de lo real.
Pedro Mancini muestra este proceso y presenta cómo el mundo de William Burroughs estuvo habitado por presencias inquietantes desde la infancia. La alucinación, ya sea inducida por un poderoso fármaco para tratar una grave quemadura, o producto de una inconmensurable sensación de desesperanza y abandono, serán parte de la cotidianidad de Billy.
La aparente distinción entre William, el escritor adulto, y Billy, el niño solitario que encuentra refugio en sus incipientes letras, se desvanece para crear un puente entre ambos individuos. Los pasillos invadidos por innumerables pares de ojos, los rostros deformados y la breve pero intensa batalla contra un habitante de la “interzona” son territorio común.
“Desde siempre me considero a mí mismo como un imaginario crónico. De chico leía mucho. Historias de piratas, de terror, de crímenes. Si las cosas no iban bien en la realidad, siempre podía refugiarme en mis lecturas. Todo eso derivó en la escritura”, dice William Burroughs. La ficción entonces es un espacio que le otorgará protección y la creación literaria será una forma de habitar otra realidad, una en la que él no es humano sino un lobo.
“Mi primer cuento fue Autobiografía de un lobo. Sí, autobiografía. Yo era el lobo”, narra William. En un ejercicio de metaficción, encontramos a Billy convertido en otro ser. Es interesante que, en este capítulo, el artista no transforma en un licántropo al personaje, sino que lo dota de una máscara. Tradicionalmente, esta oculta el verdadero rostro de su portador, pero en este caso, se convierte una vía para exteriorizar los deseos y pulsiones que podrían considerarse prohibidas, por violentas, para un niño.
Hacia el final de narración, el adulto le quita la máscara al infante para mostrarse frente a él como su yo-real. “Ahora eres William”, le dice. Ambos se miran uno al otro y se reconocen. Detrás del ruido realiza un viaje de ida y vuelta, de la infancia del autor a su adultez, un desplazamiento donde todo aquello que formaba parte del reino de lo inconsciente ya no es un territorio desconocido, sino que está habitado por pequeños ciervos verdes, por criaturas de dientes afilados y por un sujeto que encontró en las pesadillas, en la alucinación y en el miedo las claves para dibujar su identidad.
Te puede interesar:
The post Memorias para una infancia futura: Detrás del ruido por Carolina González appeared first on Revista Marvin.