El metal, esa bestia ruidosa y visceral que lleva más de medio siglo resonando en los tímpanos del mundo, no tiene un rey indiscutido en su trono discográfico. Pero si hay dos nombres que se plantan firmes en el ring, con los puños en alto y los amplificadores zumbando, son Master of Puppets de Metallica y Black Sabbath de Black Sabbath. No son solo discos; son cimientos, declaraciones y combustible para debates eternos entre quienes respiran este género. Vamos a desmenuzar por qué estos dos titanes se miran de frente cuando se habla del mejor trabajo de metal jamás grabado.
Master of Puppets (1986): El titiritero que mueve los hilos del caos
Metallica no inventó el thrash, pero con Master of Puppets lo llevaron a un terreno donde la velocidad se encuentra con la precisión quirúrgica. Publicado en marzo del 86, este disco es un torbellino de ocho canciones que no dan respiro. Desde el martilleo inicial de «Battery» hasta el lamento instrumental de «Orion», cada pista es un golpe calculado. James Hetfield escupe letras sobre control, adicción y muerte con una rabia que se siente personal, mientras las guitarras de Kirk Hammett y el bajo de Cliff Burton —en su última gran jugada antes de su muerte— tejen una red de riffs que no sueltan. No es solo un álbum; es una máquina que desarma el género y lo reconstruye con piezas más afiladas. En 2024, la edición alemana de Metal Hammer lo votó como el número uno tras un sondeo masivo, y tipos como Corey Taylor lo llaman «el disco perfecto de heavy metal». No es difícil ver por qué: captura el espíritu crudo del thrash y lo lanza a una órbita que aún hoy pocos alcanzan.
Black Sabbath (1970): El génesis de la oscuridad
Rebobinemos a febrero del 70, cuando cuatro tipos de Birmingham soltaron Black Sabbath y, sin quererlo del todo, clavaron la primera estaca del heavy metal en el suelo. Este debut no es solo un disco; es el molde donde se forjó todo lo que vino después. La lluvia y las campanas que abren la canción titular te meten de cabeza en un pozo de sombras, y cuando el tritono —ese acorde que suena a diablo susurrando— entra en escena, sabes que estás frente a algo nuevo. Ozzy Osbourne no canta; aúlla como si estuviera perdido en una pesadilla, mientras Tony Iommi rasga cuerdas con una mano mutilada que suena más pesada que el acero de su ciudad natal. «N.I.B.» y «The Wizard» completan el cuadro con un blues retorcido que huele a azufre. Este álbum no solo definió un sonido; abrió una puerta que nadie sabía que existía. Por eso sigue en la pelea: sin él, el metal no tendría raíz.
El cara a cara: evolución contra origen
Poner a Master of Puppets y Black Sabbath en la misma balanza es como comparar un martillo neumático con la primera chispa que encendió el fuego. El de Metallica es un producto de su tiempo: toma lo que el metal había construido en 15 años y lo lleva al límite, con una producción pulida y una furia que suena a 1986 en cada nota. El de Black Sabbath, en cambio, es un grito primal, grabado en dos días con un presupuesto que apenas pagaba las cervezas, pero con una crudeza que lo hace eterno. Uno es la cima de una escalera; el otro, el primer peldaño.
Los números y las opiniones recientes no mienten. Master of Puppets arrasa en encuestas modernas —como la de Metal Hammer— por su complejidad y su capacidad de sonar fresco décadas después. Pero Black Sabbath tiene el peso de ser el comienzo, el ADN que corre por las venas de todo lo que le siguió. Hablar con metaleros curtidos te da la misma división: unos dicen que el 86 les voló la cabeza con su precisión; otros juran que sin el 70 no habría nada que volar.
¿Y entonces quién gana?
No hay medalla de oro aquí. Master of Puppets es el disco que demuestra lo lejos que podía llegar el metal, un misil teledirigido que aún explota en los parlantes. Black Sabbath es el trueno original, el instante en que el género tomó forma y dijo «aquí estoy». Elegir entre ambos depende de qué valoras: la maestría de una banda en su apogeo o el rugido que despertó a la bestia. Si me apuras, diría que son dos caras de la misma moneda: uno no existiría sin el otro. Así que, mientras los amplis sigan temblando, estos dos seguirán dándose codazos por el título. ¿Tú a quién le das el cinturón?