El hard rock no nació en un laboratorio ni salió de un manual. Se forjó en garajes, sótanos y escenarios polvorientos a finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando la electricidad del blues se cruzó con la rabia de una generación que ya no quería solo escuchar, sino sentir el sonido en los huesos. Tres nombres emergieron como pilares de este movimiento: Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath. No fueron los únicos, pero sí los que clavaron las estacas más profundas, definiendo un género que sigue resonando décadas después. Esto no es una oda nostálgica, sino un vistazo a lo que hicieron, cómo lo hicieron y por qué todavía importan.
Led Zeppelin: El rugido que rompió moldes
Cuando Jimmy Page armó Led Zeppelin en 1968 tras el colapso de The Yardbirds, no estaba buscando repetir fórmulas. Junto a Robert Plant, John Paul Jones y John Bonham, creó una bestia que devoraba influencias sin pedir permiso: blues del Delta, folk celta, psicodelia y hasta ecos de música oriental. Su debut homónimo de 1969, grabado en apenas 36 horas, no solo presentó “Dazed and Confused” como un viaje sónico de seis minutos, sino que mostró a una banda dispuesta a estirar los límites del rock hasta que crujieran. Según el ingeniero Glyn Johns, quien trabajó con ellos, el disco costó menos de 2,000 libras, una cifra irrisoria para lo que desató (Johns, entrevista en Sound on Sound, 2007).
El segundo álbum, Led Zeppelin II, llegó ese mismo año con “Whole Lotta Love”, un riff que suena como si alguien hubiera electrificado una mina de carbón. No era solo potencia; había texturas, desde los solos de Page que parecían arañar el aire hasta la batería de Bonham, que retumbaba como un martillo sobre yunques. Vendieron millones, tocaron en estadios y se convirtieron en el modelo de lo que una banda de rock podía ser: cruda, libre y sin freno.
Deep Purple: Velocidad y caos controlado
Deep Purple no llegó al hard rock de inmediato. Formados en 1968 en Hertfordshire, Inglaterra, pasaron por una fase psicodélica antes de que la llegada de Ian Gillan y Roger Glover en 1969 les diera el empujón definitivo. Su carta de presentación fue In Rock (1970), un disco que abría con “Speed King” como si alguien hubiera arrojado gasolina a un motor V8. Pero el golpe maestro vino dos años después con Machine Head. Grabado en Montreux, Suiza, tras un incendio que destruyó el casino donde planeaban trabajar —inmortalizado en “Smoke on the Water”—, el álbum capturó a una banda en su punto más afilado. El riff de Ritchie Blackmore, sacado de una progresión simple en sol menor, se convirtió en un himno instantáneo.
Jon Lord, el tecladista, aportaba una rareza: su formación clásica chocaba con la furia del rock, creando un sonido que iba de Bach a la distorsión en segundos. Las cifras lo respaldan: Machine Head vendió más de dos millones de copias solo en Estados Unidos, según datos de la RIAA. Deep Purple no inventó el hard rock, pero le dio velocidad y una precisión quirúrgica que lo separó del pantano del blues puro.
Black Sabbath: La oscuridad que cambió las reglas
Si Led Zeppelin era luz y Deep Purple era fuego, Black Sabbath era la sombra. Nacidos en Birmingham, una ciudad industrial de Inglaterra, en 1968, Tony Iommi, Ozzy Osbourne, Geezer Butler y Bill Ward convirtieron el gris de las fábricas en algo sonoro. Iommi, tras perder las puntas de dos dedos en un accidente, bajó la afinación de su guitarra para poder tocar, y de paso creó un tono grave y denso que nadie había explorado. Su primer disco, Black Sabbath (1970), grabado en un día y lanzado un viernes 13, empieza con una campana y un riff en tritonos —el “diabolus in musica”— que suena como el fin del mundo.
El tema homónimo no era solo ruido; era una atmósfera, una pesadilla en vinilo. Luego vino Paranoid (1970), con “Iron Man” y su riff que parece arrastrar cadenas. Las letras de Butler, inspiradas en el ocultismo y la ciencia ficción, no buscaban agradar: hablaban de guerra, locura y desesperación. Vendieron cuatro millones de copias en Estados Unidos, según la RIAA, y sentaron las bases de algo más grande: el heavy metal. Sabbath no solo tocaba duro; tocaba profundo.
Por qué siguen vigentes
Ninguna de estas bandas se quedó en un truco. Led Zeppelin experimentó hasta su disolución en 1980 tras la muerte de Bonham. Deep Purple, con sus idas y venidas, sigue girando hoy, con un Infinite (2017) que demuestra que no viven del pasado. Black Sabbath se despidió en 2017 con The End, pero su eco está en cada banda que afina bajo y sube el volumen. Juntas, vendieron cientos de millones de discos, llenaron arenas y definieron una forma de hacer música que no pide permiso ni se disculpa. El hard rock no sería lo mismo sin ellas, y el rock, en general, tampoco.
Si quieres datos duros, los archivos de la RIAA y las biografías oficiales —como Hammer of the Gods para Zeppelin o Iommi: Iron Man para Sabbath— tienen los detalles. Pero más allá de números, lo que queda es el sonido: directo, sin adornos, y todavía capaz de hacer temblar paredes.