Grotesca, violenta, desmadrada, excesivamente sangrienta, fársica, surreal, sardónica, inquietante, vomitiva. Adjetivos todos con los que se podría describir, más o menos con precisión, a La sustancia (2024), la nueva película de la cineasta francesa Coralie Fargeat, una retorcida fábula de horror corporal que te hará retorcerte de incomodidad en tu asiento. Y por favor, deja las palomitas para una mejor ocasión.
TXT:: Carlos A. Ramírez
Elisabeth Sparkle, una mujer madura, de despampanante, pero otoñal, belleza, conduce el programa televisivo de aeróbics de mayor éxito en la ciudad. Sin embargo, un día, por casualidad, se entera de que su productor, un Dennis Quaid odioso, superlativamente desagradable, está planeando sustituirla por una mujer más joven, una que aún “esté en edad de reproducirse”. Entonces, durante una visita médica, luego de un accidente automovilístico, con su mundo a punto de desmoronarse, Elisabeth recibe un extraño mensaje que le promete devolverle la belleza y la juventud perdidas. Sólo basta inyectarse una misteriosa sustancia y respetar el equilibrio y todo volverá a ser como antes, incluso mejor.
De esta manera, Elizabeth, luego de algunas pequeñas dudas, inicia un viaje en busca de la eterna juventud, que la llevará a vivir un infierno de degradación física y espiritual sin que nadie pueda hacer nada por ayudarla. Porque luego de convertirse, tras una horripilante metamorfosis que hace sufrir tanto al personaje, como a los espectadores, en Sue, una veinteañera ultra sensual, cada vez le va a costar más trabajo regresar a su versión quincuagenaria, transgrediendo la regla más importante del uso del milagroso químico. En ese sentido, La sustancia es un cuento de hadas perverso, una especie de multiverso oscuro en donde Barbie, en vez de convertirse en abogada o en médica, se transforma en una abominación que escupe los dientes, vomita sangre y se pudre frente a un auditorio horrorizado. Todo mostrado de la manera más explícita posible.
Porque sin duda, Fargeat tiene una fascinación mórbida por el horror corporal y aprendió de manera sobresaliente las lecciones de los grandes maestros como David Cronenberg (Videodromo, 1983; La mosca, 1986), Stanley Kubrick (El resplandor, 1980; La naranja mecánica, 1972) y Brian De Palma (Carrie, 1976) para construir un filme sin concesiones de ningún tipo que critica acremente a una sociedad y a un star system para quienes sus máximos valores son la belleza y la juventud aun a costa de lo que sea. Valiéndose para ello de las magníficas actuaciones de una espléndida Demi Moore, quien a sus más de 60 luce bellísima, acentuando así el sinsentido de la exigencia de juventud inmaculada del sistema vampírico; Margaret Qualley como Sue, la fascinante versión joven y mejorada de Elisabeth, quien termina destruyendo a ambas; y el ya mencionado Dennis Quaid, cuyo personaje tiene todo que ver con Jeffrey Epstein y Diddy, tan mencionados en estos días. Así como del audaz emplazamiento de las cámaras que le dan una dimensión extraordinaria a la narrativa visual y un uso soberbio y provocador de los sonidos incidentales que contribuyen a intensificar la sensación de caos y locura que permea toda la cinta.
En resumen, La sustancia es una obra sobresaliente de body horror, destinada desde ya a volverse de culto, de una cineasta cuya aguda mirada oscila entre la burla y la piedad hacia esas mujeres dispuestas a hacer de todo para responder a las exigencias de unos machos decadentes, patéticos y repulsivos. Envueltos ambos en una dinámica monstruosa, de manera literal, que simboliza inquietantemente el vacío y la frivolidad de nuestra época.
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