A finales de los sesenta, el rock en Estados Unidos estaba mutando. Lo que había sido un revoltijo de blues electrificado y psicodelia cargada de ácido empezó a endurecerse, a volverse más crudo, como si alguien hubiera subido el volumen y destrozado los límites de lo que las guitarras podían soportar. En ese caldo sonoro, entre San Francisco y los ecos de una generación que ya no sabía si quería paz o caos, emergió Blue Cheer. No eran solo un grupo ruidoso con amplificadores al borde del colapso; eran el kilómetro cero del heavy metal estadounidense. Su álbum debut, Vincebus Eruptum, soltado al mundo el 16 de enero de 1968, no pedía permiso ni se ajustaba a las reglas: era metal antes de que el término tuviera un significado claro.
El nacimiento de algo nuevo
Hablar de la primera banda de metal en Estados Unidos no es tarea sencilla. Los géneros no aparecen con un manual bajo el brazo, y en los sesenta todo era un experimento desordenado. El blues rock ya había mostrado que las guitarras podían rugir, gracias a tipos como Jimi Hendrix o Eric Clapton al frente de Cream, pero esos proyectos tenían un pie en Inglaterra o estaban demasiado enredados en jams interminables para ser metal puro. En cambio, Blue Cheer —formada por Dickie Peterson (bajo y voz), Leigh Stephens (guitarra) y Paul Whaley (batería)— tomó el camino directo: menos florituras, más peso. Su sonido era un puñetazo, una pared de distorsión que no se preocupaba por ser bonita ni por encajar en la escena hippie de la época.
El trío de San Francisco no inventó el metal desde cero. Bebían del mismo pozo que otros: el blues de Muddy Waters, el rock’n’roll de Eddie Cochran, incluso las atmósferas densas de la psicodelia local. Pero lo que hicieron con eso fue distinto. Su versión de “Summertime Blues” en Vincebus Eruptum no era solo una cover; era una declaración de guerra. Donde Cochran había puesto ritmo y rebeldía, Blue Cheer metió un martillo neumático. La guitarra de Stephens rasgaba como si quisiera arrancar las cuerdas, y el bajo de Peterson retumbaba con una furia que no dejaba espacio para sutilezas. Eso, amigos, era metal: no por decreto, sino por pura actitud.
¿Y qué pasa con los otros?
No faltan candidatos al trono. Vanilla Fudge, con su debut en agosto de 1967, había jugado a ralentizar canciones y estirarlas hasta que pesaran toneladas, pero su enfoque estaba más cerca del rock psicodélico con tintes progresivos que del metal como lo entendemos hoy. Iron Butterfly, también de 1968, soltó Heavy casi al mismo tiempo que Blue Cheer, y luego In-A-Gadda-Da-Vida unos meses después, pero su rollo era más hipnótico que agresivo, más ácido que acero. Coven, en 1969, trajo letras oscuras y una vibra que después inspiraría al doom, pero llegaron tarde a la fiesta. Y Sir Lord Baltimore, ya en 1970, era metal de manual, aunque demasiado posterior para reclamar el título.
Blue Cheer gana por cronología y por ejecución. No eran proto-algo; eran el artículo terminado. Según el libro The Encyclopedia of Heavy Metal de Daniel Bukszpan (2003), su debut se considera el primer disco que cruza la línea del rock pesado al metal sin mirar atrás. Y si miramos la fecha —16 de enero de 1968—, ningún otro en Estados Unidos los supera con un sonido tan definido.
El sonido que lo cambió todo
¿Qué tenía Vincebus Eruptum que lo hace el punto de partida? Primero, el volumen. Blue Cheer tocaba tan fuerte que los rumores dicen que rompían equipos en los estudios y dejaban a los técnicos con dolor de cabeza. Segundo, la simplicidad: nada de solos eternos ni experimentos raros, solo riffs que golpeaban como ladrillos y una batería que parecía aporrear desde una mina. Tercero, la actitud: no había pose ni pretensión, solo tres tipos descargando energía como si el mundo se acabara mañana.
El disco no era perfecto. Con seis canciones y poco más de media hora, tenía un aire crudo, casi improvisado. Pero esa tosquedad era su fuerza. Temas como “Doctor Please” o “Out of Focus” mostraban que no necesitaban adornos para sonar pesados. Y aunque vendió decentemente —alcanzó el puesto 11 en el Billboard 200—, su impacto real se vio después, cuando bandas como Black Sabbath, al otro lado del Atlántico, tomaron nota y lo llevaron más lejos.
Un legado que no pide aplausos
Blue Cheer no duró mucho en su formación original. Stephens se fue tras el debut, y el grupo cambió alineaciones como quien cambia de camisa. Pero su chispa inicial bastó para encender algo grande. El metal estadounidense no empezó con maquillaje ni con estadios llenos; empezó en un garaje de San Francisco con tres tipos que no sabían que estaban haciendo historia. O tal vez sí lo sabían y no les importaba.
Si quieres rastrear el origen del metal en Estados Unidos, no busques más: Blue Cheer fue la primera en cruzar esa frontera. Lo dice la fecha, lo dice el sonido, lo dicen los que vinieron después. Para más datos, revisa Vincebus Eruptum en cualquier plataforma decente o échale un ojo a The Encyclopedia of Heavy Metal (Bukszpan, 2003). La prueba está en el ruido.