
Desde París y Roma hasta Yakarta, Indonesia, y Nueva York, una curiosa bandera ha aparecido en plazas de protesta. Con mejillas hundidas, una amplia sonrisa y un sombrero de paja con una cinta roja, la figura es fácilmente reconocible y ha sido izada por jóvenes manifestantes que exigen un cambio. En Katmandú, Nepal, donde la ira contra el gobierno estalló en septiembre de 2025, la bandera se convirtió en la imagen representativa mientras las llamas se propagaban por las puertas de Singha Durbar, el ornamentado complejo palaciego de Nepal y sede del poder. La imagen, que suele adornar una bandera con fondo negro, proviene de “One Piece”, un manga japonés muy popular.

Lo que comenzó como el emblema de una tripulación pirata ficticia hace casi tres décadas se ha convertido en un poderoso símbolo de la resistencia juvenil, presente en manifestaciones desde Indonesia y Nepal hasta Filipinas y Francia.
Como estudioso de los medios de comunicación y la democracia, considero que la difusión de la Jolly Roger de los Piratas del Sombrero de Paja —que ha pasado de las páginas del manga a las plazas de protesta— es un ejemplo de cómo la Generación Z está redefiniendo el vocabulario cultural de la disidencia.
La cultura pop como expresión política
“One Piece” surgió con el nacimiento de la Generación Z, creado en 1997 por el mangaka japonés Eiichiro Oda.
Desde entonces, ha vendido más de 500 millones de copias y posee un récord Guinness por su éxito editorial.
Ha dado lugar a una longeva serie de televisión, películas de acción real y una industria de más de 20 mil millones de dólares, con la venta de licencias de productos generando alrededor de 720 millones de dólares anuales para Bandai Namco, la compañía conocida por crear Pac-Man y Tekken.
En esencia, “One Piece” sigue a Monkey D. Luffy y su tripulación, los Piratas del Sombrero de Paja, mientras desafían a un gobierno mundial corrupto en busca de libertad y aventuras.

Para los fans, la bandera de “One Piece” no es una simple decoración, sino un emblema de rebeldía y perseverancia. La capacidad de Luffy para superar sus límites físicos tras consumir una fruta mágica se ha convertido en una poderosa metáfora de la resiliencia, mientras que su inquebrantable búsqueda de la libertad contra todo pronóstico resuena entre los jóvenes que se desenvuelven en entornos políticos marcados por la corrupción, la desigualdad y el autoritarismo.
Cuando los manifestantes adoptan esta bandera, no solo importan una estética de la cultura popular, sino que recurren a una narrativa ya comprensible para millones de personas.
La bandera comenzó a aparecer en las protestas durante los últimos años. Se ondeó en una protesta por la “Libertad para Palestina” en 2023 en Indonesia y, ese mismo año, en Nueva York durante una manifestación propalestina.
Pero fue en Indonesia, en agosto de 2025, donde la bandera adquirió un verdadero significado político. Allí, los manifestantes la adoptaron para expresar su frustración con las políticas gubernamentales y su creciente descontento por la corrupción y la desigualdad. La aparición de la bandera coincidió con los llamamientos del gobierno a realizar manifestaciones patrióticas durante las celebraciones de la independencia, acentuando el contraste entre el nacionalismo oficial y la disidencia popular.

El movimiento cobró fuerza cuando las autoridades respondieron con fuertes críticas al uso de la bandera, atrayendo inadvertidamente más atención al símbolo. Los funcionarios gubernamentales calificaron las manifestaciones como amenazas a la unidad nacional, mientras que los manifestantes las consideraron expresiones legítimas de frustración política.
¿Por qué viaja la bandera?
La rapidez con la que la bandera Jolly Roger de “One Piece” se extendió por las fronteras refleja la crianza digital de la Generación Z. Esta es la primera generación que creció completamente en línea, inmersa en memes, anime y franquicias de entretenimiento globales. Su comunicación política se basa en lo que los académicos llaman “públicos en red”: comunidades que se forman y actúan a través de plataformas digitales en lugar de organizaciones formales.
La solidaridad en este contexto no requiere afiliación partidista ni ideología. En cambio, depende de referencias culturales compartidas. Un meme, un gesto o una bandera pueden transmitir significado instantáneamente, superando las barreras lingüísticas, religiosas o geográficas. Esta forma de conexión se basa en códigos culturales reconocibles que permiten a los jóvenes identificarse entre sí, incluso cuando sus sistemas políticos difieren.
Las redes sociales dan a esta solidaridad alcance y velocidad. Videos de indonesios ondeando la bandera se recopilaron y compartieron en TikTok e Instagram, alcanzando audiencias mucho más allá de su contexto original. Para cuando el símbolo apareció en Katmandú, la capital nepalí, en septiembre, ya irradiaba un aura de rebeldía juvenil.
Curiosamente, esto no fue una simple imitación. En Nepal, la bandera se vinculó con la indignación por el desempleo juvenil y la ostentosa riqueza de las dinastías políticas exhibida en línea. En Indonesia, reflejaba la desilusión con los rituales patrióticos que resultaban vacíos ante un panorama de corrupción. En ambos casos, la bandera Jolly Roger funcionó como código abierto: adaptable localmente pero fácilmente reconocible en otros lugares.
Parte de la efectividad de la bandera radica en su ambigüedad. A diferencia del logotipo de un partido, la bandera Jolly Roger de “One Piece” tiene su origen en la cultura popular, lo que dificulta que los gobiernos la repriman sin parecer autoritarios. Durante las últimas protestas en Indonesia, las autoridades confiscaron pancartas y las calificaron de traición. Pero tales represiones sólo intensificaron la frustración pública.

Ficción como realidad
La bandera de “One Piece” no es la única que se ha reinterpretado como símbolo de resistencia.
En movimientos de todo el mundo, la cultura pop y la cultura digital se han convertido en poderosos recursos para los activistas. En Chile y Beirut, los manifestantes usaron máscaras del Joker como una representación visual de su ira contra la corrupción y la desigualdad. En Tailandia, los manifestantes recurrieron a “Hamtaro”, un anime infantil sobre un hámster, parodiando su tema musical y ondeando peluches para satirizar a los líderes políticos.
Esta fusión de política, entretenimiento e identidad personal refleja un entorno mediático híbrido en el que los símbolos extraídos del fandom adquieren poder.
Son fáciles de reconocer, adaptar y defender contra la represión estatal.
Sin embargo, la resonancia cultural por sí sola no explica su atractivo. La bandera de “One Piece” se popularizó porque reflejaba quejas reales. En Nepal, donde el desempleo juvenil supera el 20% y la migración laboral es común, los manifestantes combinaron el emblema con lemas como “La Generación Z no se callará” y “Nuestro futuro no está en venta”.
En Indonesia, algunos manifestantes argumentaron que la bandera nacional era “demasiado sagrada” para ondear en un sistema corrupto, utilizando la bandera pirata como símbolo de desilusión.
La difusión de la bandera también refleja un cambio más amplio en la forma en que las ideas de protesta se propagan a través de las fronteras. Antes, lo que solía viajar eran tácticas como sentadas, marchas o huelgas de hambre. Hoy, lo que circula más rápido son los símbolos, referencias visuales de la cultura global que pueden adaptarse a las luchas locales sin dejar de ser reconocibles al instante en otros lugares.

La bandera se globaliza
El recorrido de la bandera desde las calles asiáticas hasta las protestas en Francia y Eslovaquia demuestra cómo el lenguaje de la disidencia se ha globalizado.
Para los jóvenes activistas de hoy, cultura y política son inseparables. La era digital ha dado lugar a una generación que comunica sus quejas mediante memes, símbolos y referencias culturales que cruzan fronteras con facilidad.
Cuando los manifestantes en Yakarta, Katmandú o Manila ondean la bandera Jolly Roger de “One Piece”, no están representando un papel, sino transformando un ícono cultural en un emblema viviente de resistencia.
Nuurrianti Jalli, Assistant Professor of Professional Practice, School of Media and Strategic Communications, Oklahoma State University
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