Juan Cirerol: “Tuve que rehabilitarme para integrarme a la sociedad”

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Juan Antonio Cirerol Romero nació en Mexicali, Baja California. Creció escuchando a Johnny Cash, El Piporro, Cornelio Reyna y Los Alegres de Terán, guías con los que terminaría forjando una impronta propia aderezada con un desenfreno narcótico que, a la llegada de la madurez, se diluiría para conocer un trazo más apacible, aunque sin jamás extraviar esa sustancia cerril. Tras una pausa bajo reflectores, anatemizado e idolatrado por igual, a quince años de editar Ofrenda al Mictlán y tras vivir una posesión, según él mismo recuerda, sigue tocando. Sí, Juan continúa de pie, y tocando. “Traigo mi línea y a ver hasta dónde llego”, comenta para luego definirse a sí mismo, tal como a su ahora, serenamente; “más viejo, más aterrizado en el mundo real”.     

De chamaco jugaba beisbol. Le apasionaba el guante y el bate hasta que un día se lesionó. Convaleciente, lo que ansiaba era tocar la batería, sin embargo su madre le acercó una guitarra para que no se aburriera. Pronto caería rendido ante Nirvana y los Beatles gracias a los casetes que un amigo suyo le prestó; pero antes de Lennon y Cobain existió su abuelo, su tata. Éste trabajaba en la frontera y fue quien le enseñó al nieto la música norteña y el country. “Gracias a él cambié de vida, porque yo antes tocaba en un grupo de punk, Cancer Bullet, pero un día hice una gira por el gabacho y de repente me dije: éste no soy yo. Entonces decidí hacer algo que reflejara mi verdadera personalidad. Siempre he dicho que mi tata es mi apá. Crecí admirándolo. Él era ganadero y a mí me gustaba todo lo que él hacía. Es mi principal influencia en la vida”.  

Todo fine, soy un tacataca

Desde los quince años de edad comenzó a presentarse en toda clase de sitios. No distinguía entre borracheras de señores o “carnes asadas de narquillos. O sea, para todos; rockeros, fresas, jotos y lesbianas. Y todo fine, siempre. Soy un tacataca, como dicen en mi tierra, y toco donde se pueda y haya billete. Por eso, afortunadamente, entro en varios ámbitos”. Esa prestancia para acomodarse en donde hueco hubiera le abrió camino en los terrenos del rock, donde fue acogido por su espíritu forajido, agreste. Su carta de presentación entonces era un disco, el citado Ofrenda al Mictlán: obra que entonces defendía en directo a punta de sudor y aliento, armado con guitarra y armónica. Fechas de excesos, madrugadas y viajes. Eran los días del blues del clonazepam, del amor por la chola, del toque y el rol por Rosarito. Y fue allí, instalado en la intemperancia, que Juan Cirerol se volvería leyenda subterránea.

¿Quién no sabe quién es Sylvester?

Idas y venidas desde entonces tuvieron lugar. Contratos con sellos trasnacionales e independientes. La constante: las canciones. “Lo bueno es que la inspiración musical se transforma, pero no se apaga”, afirma el músico, quizá trazando en su mente las portadas de álbumes como Haciendo leña, Todo fine o Cachanilla y flor de azar, por citar algo; discos con los que se ha mantenido vigente en el gusto de sus fieles seguidores. Aunque es con certeza que señala su más reciente disparo: “El corrido de Tulsa King”, tema diseñado para Tulsa King, una serie protagonizada por Sylvester Stallone. “Yo estaba en Bogotá cuando me llegó la propuesta de hacer un corrido para una de las series más vistas”, confirma Juan. “Le hablé a mi amigo Marco Olivera (Agrupación Cariño) para hacerlo entre los dos. Me he dado cuenta de que un elemento importante en la carrera de un músico es entrar al cine, a las series de TV, hacer música por encargo”. El cachanilla se asombra del paso dado: “Es que él es, así, como que el actor más famoso del mundo, junto a Arnold Schwarzenegger. ¿Quién no sabe quién es Sylvester?”.

Natanael Cano y Peso Pluma son revolucionarios, unos genios

Pero, a estas alturas, ¿quién no sabe quién es Juan Cirerol? Habría que indagar entre los exponentes del corrido tumbado que hoy en día desbordan plays en las plataformas de stream. Porque desde su trinchera, el autor de “La banqueta” se asoma como pionero al haber mezclado géneros musicales que parecían antitéticos. “Yo podría decir que los pioneros reales son Miguel Montoya y Miguel Angulo, de ahí venimos todos”, advierte el cantante para luego definir su sello propio como “música campirana del noroeste de México, sierreña le llaman algunos. Aunque logré obtener un lugar dentro del rock mexicano que, la verdad, no esperaba. Una gran fortuna”. Respecto a lo hecho por Natanael Cano y Peso Pluma, Juan es categórico: “Para mí ellos son revolucionarios, unos genios totales. No escucho mucha música tumbada porque es acholada y no soy tan rapero. Lo de ellos es música regional mezclada con rap o reggaetón, así lo veo. Tienen connotaciones del mariachi y del huapango, de la banda sinaloense. Hace tiempo que se escucha tololoche con charcheta, pero ellos le dieron un boom con el tono de voz y el look que traen. Yo no podría hacer eso”.

Me tocó ser poseído por un espíritu creativo que no era yo

Cirerol ha sostenido un perfil musical constante. Finalmente se trata de la firma de casa. “Algunos lo ven repetitivo, pero es la escuela musical de la que vengo. Traigo mi onda. O sea, quisiera llegar a lugares masivos, pero estoy bien si no lo logro, con el lugar que he conseguido estoy más que pagado. No es por ser conformista, simplemente es la verdad. Traigo mi línea y a ver hasta dónde llego. Mucha gente piensa que pertenezco al regional mexicano y otros que al rock; estoy en un limbo”. Sin embargo habría que señalar que su imaginario lírico sí que ha cambiado a lo largo de los años. La transformación esencial tuvo lugar tras una posesión, como el mismo Juan le llama. “Sí. Me tocó vivir la onda de ser poseído, literalmente, por un espíritu creativo que no era yo. Y no trato de pintarme como una persona mítica ni nada, así lo dice Bob Dylan, no es algo que yo esté inventando; él no sabe cómo compuso “It´s all right, ma (I´m only bleeding)”, nada más cuenta que estaba poseído. La neta me siento identificado con eso. Pero ahora estoy más viejo, más aterrizado en el mundo real. Escribo de otra manera”.

Soy sólo una estadística, un enfermo más de las emociones

El autor explica que más allá del orden poético, aquella posesión tuvo “algo de enfermedad mental, la verdad”, aunque sostiene que ha conseguido mejorar para así ganar agudeza. “Yo tengo una enfermedad mental, emocional, y la tuve bien fuerte. He tenido que tratarme porque si no me iba directo a la muerte. Ahora miro mi carrera desde otro enfoque. Lo bueno es que la inspiración musical se transforma, pero no se apaga”. Cosa verdadera: durante algún tiempo el de Baja California se comportó errante en redes sociales, a deshoras. Y hablaba ahí, precisamente, de una posesión. ¿Tocó fondo entonces? Él mismo asiente. “Sí, claro. Es bien sabido. Tuve un periodo peligroso, literal, de enfermedad de tipo emocional, y logré brincarla, muchos no lo consiguen. Soy sólo una estadística más, un enfermo más de las emociones. Muchas veces los artistas traemos ese tipo de cosas; aunque hay otros que no, son centrados y exitosos. Por ejemplo, a Mon Laferte, Caloncho o Siddhartha los veo muy sanos, se mantienen bien, con esa notoriedad que tienen. Hay mucho que aprenderles; yo, con tantito éxito que tuve, se me fue. Me he esforzado para aliviarme, con terapia, medicamento a veces, nada fuerte, antidepresivos, cositas de ese tipo, como toda la gente”.

Los centros de rehabilitación, como las cárceles, son para personas que estamos desadaptadas

Lejos de vicios, Juan anuncia un presente donde se encuentra “muy clavado en el mindfulness, la lectura y el ejercicio”. Cuenta que de alguna manera todo esto se ve reflejado en su música. Piensa que “si te vas portando mejor llegan cosas buenas”, esto tras “probar el otro lado de la moneda”, aunque eso “no significa que me haya vuelto un monje perfecto ni nada, no; o sea, sigo teniendo grandes defectos en mi persona, pero me voy esforzando para que mi público tenga algo agradable para escuchar”. Respecto a la desafortunada reacción que tuvo ante los chilangos en el sismo de 2017 en redes sociales, es puntual: “Tuve una mala conducta. Necesitaba reafirmar mis valores sociales fundamentales, porque uno los va perdiendo. Y me tocó la mala suerte de vivir un blackout… o sea… me portaba de una forma en la que no podía ser parte de la sociedad. Para eso existen los centros de rehabilitación, como las cárceles, para personas que estamos desadaptadas. O sea, yo tuve que rehabilitarme para integrarme de nuevo a la sociedad”. Y así, entusiasmado con su regreso, comunica que prepara novedades; “el próximo año se vienen sorpresas. Estoy armando una banda para echar un levantón más dirigido hacia el rock”.

Juan Antonio Cirerol Romero. Quien pasó de vivir “El corrido de la desdicha” a gritar los cuatro vientos “Claro que no moriré”. El adolescente decidido a dedicarse a la música una vez que su jefe laboral, “un vato de una tienda departamental, me mandó a hacer algo y dije, ¡a la verga! ¿Por qué estoy obedeciendo a éste cuando puedo ganar más que él?”. Es él, Juan Cirerol. El que se sabe bendecido por saber tocar la guitarra. Quien regresó al camino de la música tras rentar cuarto en los avernos; “porque gano poquito mejor dinero así y porque tenía ganas de tocar, nomás”. El rancherito fronterizo que se ha visto orillado “a fortalecer mi mente para superar algunas cosas complicadas y seguir chambeando”. El que hoy en día se yergue para cantarle derecho a quien fuera Rocky y Cobra. Ahí nomás. O sea, todo fine.

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Juan Cirerol se presenta en el Multiforo Alicia el próximo sábado 23 de noviembre

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