Himnos del nu metal no aptos para todos

El nu metal irrumpió en los 90 como un alud de cemento fresco: pesado, viscoso y dispuesto a solidificarse en los bordes de una generación que no sabía si gritar, rapear o romper algo. Fue un cruce de cables entre el metal, el rap y un puñado de emociones que nadie había pedido, pero que todos sentían. Algunos de sus temas se alzaron como estandartes de esa tormenta sónica, pero no todos estaban listos para recibirlos. Aquí desentrañamos cinco cortes que definieron el género y que, por su naturaleza descarnada o su filo sin pulir, no encajan en cualquier playlist ni en cualquier cabeza.

Korn – «Freak on a Leash» (1998)

Korn no inventó el nu metal, pero lo bautizó con sudor y mugre. Este track es un latigazo de riffs cortantes y un Jonathan Davis que suena como si estuviera escupiendo trozos de su alma. La letra serpentea entre la impotencia y la rabia contenida, mientras el scat vocal —ese balbuceo roto— te mete en un callejón sin salida. El video, con su bala agujereando mundos, añade una capa de desasosiego visual que no todos logran procesar. Es un puñetazo en cámara lenta: te pega, pero también te obliga a mirarlo venir.

Slipknot – «Wait and Bleed» (1999)

Nueve tipos con máscaras y un solo objetivo: reventar el silencio. Slipknot llegó desde Iowa con este tema que bascula entre un estribillo melódico y versos que suenan a maquinaria oxidada. Corey Taylor alterna susurros de derrota con alaridos que podrían despertar a un muerto, mientras la letra —»Me despierto en un charco de mi propia sangre»— te arrastra a un lugar donde pocos quieren quedarse. No es solo ruido; es una excavadora abriendo heridas que no sabías que tenías.

System of a Down – «Chop Suey!» (2001)

System of a Down nunca se conformó con sonar como los demás, y este tema es la prueba. Es un rompecabezas de acordes acelerados, pausas traicioneras y una voz —la de Serj Tankian— que pasa de la súplica al rugido en un parpadeo. Habla de muerte, fe y máscaras que se caen, todo envuelto en un caos que no pide permiso para entrar. Para algunos, es un viaje vertiginoso; para otros, un laberinto que prefieren no pisar. Su grandeza está en que no te deja indiferente, aunque quieras salir corriendo.

Disturbed – «Down with the Sickness» (2000)

Si el nu metal tuviera un latido, este tema sería el pulso. El riff inicial es una sirena de alerta, y cuando David Draiman suelta ese alarido —ese «ooh-wah-ah-ah-ah» que parece salirle de las tripas—, el suelo tiembla. La canción es un cable pelado: directo, eléctrico y dispuesto a sacudirte. Explora una furia que no se explica, solo se siente, y eso la convierte en un imán para unos y un repelente para otros. No hay término medio: o te subes al tren o te bajas antes de que arranque.

Limp Bizkit – «Break Stuff» (1999)

Fred Durst no escribió poesía, escribió un manual para el desmadre. Este track es un fósforo encendido en un cuarto lleno de gasolina: simple, efectivo y listo para arder. «Es uno de esos días», dice, y todos sabemos de qué habla: cuando el mundo te empuja y solo quieres empujar de vuelta. Los riffs de Wes Borland y el flow desafiante de Durst lo convirtieron en el himno de los que prefieren un mosh pit a una conversación. Pero esa energía sin filtro, esa invitación a romper cosas, no es un lenguaje que todos quieran hablar.

Estos temas no solo marcaron el nu metal; lo tallaron con navaja en la pared de una década inquieta. Son piezas que respiran caos, que exigen atención y que no se disculpan por su peso. Para quienes las abrazaron, fueron un megáfono; para otros, un ruido que nunca entendieron. Y ahí está su fuerza: no fueron hechos para complacer, sino para existir. Si te cruzas con ellos, no esperes que bajen la guardia. Tú decides si entras o pasas de largo.