Miguel Gomes ha construido una de las filmografías más fascinantes del cine contemporáneo, moviéndose con fluidez entre la ficción y el documental, siempre con una mirada humanista, un sutil sentido del humor y una profunda reflexión sobre la narrativa y la historia. Desde que su segundo largometraje, Aquele Querido Mês de Agosto, sorprendió en la Quincena de Realizadores en Cannes con su aproximación meta-etnográfica, su trabajo ha capturado la atención de los cinéfilos de todo el mundo. Con Grand Tour, su más reciente obra, ha alcanzado un nuevo hito al convertirse en el primer director portugués en ganar el premio a Mejor Dirección en la historia del festival de Cannes.
TXT: Pedro Emilio Segura
A lo largo de los años, he tenido la oportunidad de mantener conversaciones recurrentes con Miguel por motivos laborales. En el último año, intercambiamos correos durante meses planeando un viaje en el que supuestamente coincidiríamos, sin éxito alguno. Durante este tiempo, quedó aún más en evidencia su amabilidad, su ligereza, su tono de comedia y su claro cariño a la vida y al cine. En nuestra conversación, Gomes comentó que Grand Tour es quizás su película más dialéctica hasta la fecha, un viaje que entrelaza fantasía y realidad a través de la historia de Edward, un hombre que huye de su compromiso viajando por Asia, y Molly, su prometida, que lo sigue en su travesía. Con una mezcla de imágenes en blanco y negro y en color, y un constante juego entre la puesta en escena y el registro documental, Gomes lleva nuevamente al límite su exploración de los recursos cinematográficos, confirmando su lugar como una de las voces más inventivas del cine global.

El cine de Gomes se construye a partir de colisiones. En Grand Tour, estos contrastes se manifiestan entre imágenes de estudio y aquellas capturadas con una mirada documental; entre la contemporaneidad de las imágenes y la ficción situada en el inicio del siglo XX; entre la comedia y el melodrama. Durante nuestra charla, me mencionó que la película es un laboratorio donde los elementos antagónicos no chocan, sino que se entrelazan. Para él, el cine no depende exclusivamente del conflicto narrativo, sino de un choque más amplio de energías y materiales que generan una carga cinematográfica, como los polos de una batería.

Uno de los aspectos más determinantes en la producción de Grand Tour fue la pandemia de COVID-19. Gomes es un cineasta que disfruta los desafíos y los estímulos, y en este caso, sometió la ficción a una serie de restricciones que moldearon el proceso creativo. Sin un guion previo, el rodaje del viaje por Asia comenzó antes de definir la historia, permitiendo que la narración emergiera como una reacción a los lugares y las imágenes capturadas. En palabras del director, hacer cine es poner en marcha una cadena de reacciones, sin una imagen preconcebida del resultado final. Cuando me habló sobre su experiencia en China, mencionó que incluso dirigió de manera remota la filmación, recibiendo imágenes en tiempo real y dando instrucciones a través de un asistente, en un ejercicio de confianza absoluta en su equipo de trabajo.

El otro extremo de la producción se vivió en las escenas de estudio, donde Gomes trabajó con sets construidos para evocar los espacios asiáticos representados en el cine clásico. Aunque inicialmente le preocupaba la rigidez de este entorno, me confesó que terminó descubriendo que también en el estudio podía mantener la espontaneidad y la libertad creativa que caracterizan su cine. En este sentido, Grand Tour es un homenaje al propio cine y a su historia. En la película resuena el espíritu de la screwball comedy y la obra de cineastas como Chris Marker desde mi punto de vista, del suyo, Johan van der Keuken y Josef von Sternberg, referencias que, más que influencias directas, funcionan como un aire que se cuela en la construcción del filme.

Más allá de su propio trabajo, Gomes siente un profundo sentido de pertenencia al cine portugués, al que reivindicó al recibir el premio a Mejor Dirección en Cannes. Su filmografía no solo dialoga con la historia del cine en general, sino que forma parte de una tradición cinematográfica con una fuerte identidad. En Grand Tour, aunque la temática colonial no es el centro del relato como en Tabu, la película mantiene una reflexión sobre el pasado y el presente de los territorios representados. Durante nuestra conversaciones, destacó que la alternancia constante entre un “falso” 1918 en el estudio y el sudeste asiático contemporáneo es, en sí misma, una forma de abordar la herencia colonial desde una perspectiva cinematográfica.
El cine de Miguel Gomes es, ante todo, un espacio que el espectador debe habitar. Para él, el arte más cercano al cine no es la literatura ni la pintura, sino la arquitectura. Sus películas son construcciones que ofrecen al público una estructura en la que pueden perderse y encontrarse, sin estar completamente atrapados en su diseño. Me dijo que con Grand Tour, ha erigido una obra que reafirma su capacidad de experimentación y su amor por el cine como un arte vivo, siempre en transformación.


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