‘Furiosa. A Mad Max saga’ (o ‘El fin del mundo’)

Parece que ya no hay nada que hacer: nos derretimos, y cada año será peor. En los pasados días, en varias ciudades de México experimentamos temperaturas inéditas. Nuestros ríos y lagos se evaporan y la sequía se ha vuelto un problema civilizatorio. Cada día, hay menos árboles en todas partes y diversos tipos de plantas o especies desaparecen totalmente. Los bosques y las selvas son taladrados sin pudor y los azotes de los fenómenos meteorológicos serán más extremos e inesperados. Cuando el agua regresa (lo empezamos a ver), regresa como alegre y potente tempestad. ¿Hacia dónde vamos?

TXT:: Jorge Cano Febles

En Furiosa: de la saga Mad Max (2024), la nueva, espectacular, violenta y divertida película de George Miller, podemos visualizar ese horripilante futuro cercano. Sin ser una obra maestra como su antecesora Max Mad: Fury road (2015), Furiosa es una más que aceptable épica de venganza, una historia ligeramente más compleja, que nos permite explorar, con mayor detenimiento, la distopía de Miller

Lo más notorio de la saga es que el imaginario del fin de los tiempos ha cambiado en la cultura: en el mundo de Mad Max ya no hay Estados totalitarios, policías en cada esquina, grandes hermanos, sistemas de vigilancia, multitudes de cuerpos y edificios, sino solo un infernal páramo. Los estados y las ciudades han sido borrados por la falta de recursos. La tecnología, incluso, se detuvo en el algún momento y pululan, nuevamente, las supersticiones. La humanidad regresó al nomadismo o a los feudos bajo el amparo de algunos hombres fuertes, en un mundo (¿postnuclear?) ya todo hecho desierto, polvo, hojalata, ruinas.

En este infinito desierto, envilecidos caudillos dirigen enormes grupos de tontos que se enfrentan a otros grupos de tontos dirigidos por otros envilecidos caudillos, y donde solo los más sádicos sobreviven. Los hambrientos miserables que han quedado marginados de estas unidades comunitarias viven en angostos hoyos en el suelo, alimentándose de cadáveres agusanados.

En todo caso, queda lo peor de nuestro tiempo: los coches, el autoritarismo, los tontos, las armas, las moscas, los terroristas, las refinerías, la esclavitud, los cultos, las motos, los psicópatas, el heavy metal, las cucarachas, las coles, la tortura, los zopilotes, los demagogos con enormes micrófonos.

En alguna escena se nos narra que el mecanismo de la historia, según el mundo de Mad Max, no es la lucha de clases, el progreso tecnológico o el comercio, sino simplemente la guerra perpetua, la traición, las revueltas, la destrucción, el encono circular. Aquí los personajes están alimentados por una ira que ni construye ni evoluciona. En Furiosa, la búsqueda de la utopía (de la utopía perdida primero y de la utopía creada después en Fury road) se mezcla, irremediablemente, con la búsqueda de venganza. 

Polvo, coches, diésel, guerra, industria, estupidez y calor: ¿hacia allá vamos? El mensaje de Furiosa termina siendo transparente: el lado correcto de la historia y toda la utopía posible no reside en la industria, en la civilización, sino en las semillas, en los árboles (y en un puñado de personas honradas). Furiosa ofrece, así, un recio, sencillo, divertido y estatizado mensaje a favor del amor, el ambientalismo, el optimismo y la valentía, en un mundo que se nos desintegra. 

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