Ernesto del Puerto: Del desquiciado noise al susurro sibilante

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Recientemente, el saxofonista Ernesto del Puerto, también integrante de Torso Corso, hizo una residencia en la tienda de discos Venas Rotas Discos, cuatro sesiones en las cuales se acompañó por otros ensambles y en donde el abanico de las tendencias visitadas (noise, doom, improvisación, funk,  jazz, electrónica) fue diverso. De lo acontecido y de las intenciones de un compositor cuya apuesta es la vanguardia, damos cuenta aquí.

I

En la primera noche Ernesto del Puerto se hace acompañar de Alonso Huerta (electrónicos), Bernardo Moctezuma (Torso Corso, teclados), André Cravioto (batería), Yuko Cornale (Voraz, voz), visuales de luzEfímero y textos de Manuel Maples Arce

El compositor presenta una pieza inmersiva, todavía en construcción y diseñada para un sistema octófonico. “Es ⎯comenta⎯ un trabajo en proceso, quise aprovechar la residencia como un espacio creativo para acercarme a algunas ideas que estaban en el tintero o en el cajón. La inspiración surgió cuando escuché un disco de Simon Nabatov (Readings, Gileya revisited, 2019) donde hace una serie de piezas para ensamble con varios grados de indeterminación, mucha apertura a la improvisación, pero también con consignas, que es una forma en la que yo escribí la música también”. 

Alonso Huerta marca el inicio con sus electrónicos, ráfagas de sonidos que se superponen; al hacer una pausa entra Cravioto con sus tambores y a una  indicación de Ernesto, Alonso inicia con la manipulación desde su laptop, mientras Yuko comienza un sibilante susurro; Cravioto teje un crescendo con su batería y Yuko entona un canto sin palabras que Huerta puntea con sus electrónicos (mientras los visuales cambian, se mueven) y Moctezuma, finalmente, se une al tablero con su teclado (siempre muy pendiente de las indicaciones de Ernesto). Hay pausas que propician un cambio de intención y éstas las ejecuta Alonso Huerta desde su máquina, todo un festín de caos electrónico que por momentos ⎯pocos⎯ llega al debraye. 

Una segunda “canción” está marcada por un caos aparente. Batería, teclados y electrónicos conversan al unísono, se repliegan, por momentos se enciman, es como si discutieran y crearan una nebulosa pared sonora impenetrable que la voz de Yuko fractura con “alaridos” como si abriera las aguas del Mar Rojo. Es un momento de agobio que regresa paulatinamente a la calma con unos electrónicos en plan atmosférico (ventisca, tormenta que arrecia) a la que a una señal del compositor se unen teclados, batería y voz.

“Quise aprovechar el espacio para cuestionar ciertas dinámicas que existen en el mundo de la música contemporánea en donde una pieza, a menos que seas una estrella, no suena de manera recurrente. Eso no permite que crezca y madure, porque el ensamble hace su trabajo y no hay profundización; hacer esta iteración en la residencia me permitió ver qué funcionaba y qué no”. 

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Foto por Rafael Arriaga Zazueta

II

Ernesto presenta en una sesión diseñada como “noisera” a Yuko Cornale (voz) y Piaka Roela  (guitarra). Ellas han tocado poco, pero lo suficiente para propiciar entendimiento. Piaka inicia con unas atmósferas y Yuko las viste con un susurro o con una bocanada de aire sobre el micro antes de comenzar a “vocalizar “ y que todo comience a subir de intensidad. Es el instante del desquiciamiento, la catarsis pura y así se mantendrá durante varios minutos. Luego, la marea baja, Piaka toca unas notas diáfanas, casi melódicas y Yuko lee un poema. Tal vez la agresividad ha mermado, pero no la energía. Hay una nueva pausa. Mientras Piaka toca la guitarra ayudada de una pequeña lámpara de mano, Yuko borda un melisma o algo parecido en algo que alcanza niveles de misterio hasta llegar a lo tétrico. El breve encore es acojonante, ambas no dejan nada en pie, es un ataque despiadado, sin contemplaciones.

Dali Sánchez (batería, controlador midi) y Ernesto del Puerto inician de manera avasalladora. Es furia la que descargan unos minutos; después, poco a poco irán “controlando” ese desfogue. Ernesto, además, trae un set de FX’s; y Dali uno combinado de pads electrónicos (del cual por momentos extrae sonidos semi industriales) y acústicos; Ernesto hace una simbiosis con su sax y los FX’s como si hablara-soplara-farfullara.

En realidad lo que toca Ernesto es el no input mixing board que básicamente “es una mezcladora en la que estoy generando feedback interno conectando los outputs de la mezcladora con los inputs y eso genera una retroalimentación de voltaje interno”. El cierre es brutal, Dali crea un patrón rítmico acelerado, cuya velocidad sube, sube. Sus brazos se agitan cual si fueran aspas de molino y “exige” a Ernesto a soplar en su instrumento con similar energía. Crescendo absoluto.

De la nada, los cuatro deciden cerrar la noche con una impro no programada. Piaka frota las cuerdas con una botella de vidrio; Ernesto se concentra en los electrónicos y deja atrás su sax, mientras Yuko toma el liderazgo con sus acometidas vocales. Dalí parace convocar a la rabia en su mirada, busca a Yuko porque Piaka le da la espalda y Ernesto se encuentra absorto en su sax, sigue los movimientos de Yuko y sube o baja la intensidad para marcar, junto con ella, la ruta de la noche.  El set no era de noise, pero derivó en una masa densa, cacofónica, espeluznante, con la voz de Yuko hiriente, dolorida.

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Foto por Rafael Arriaga Zazueta

III

La sesión la abre Cruz del Puerto (Emiliano Cruz, guitarra; Ernesto del Puerto, no input  mixing board). Entregan una breve sesión de noise. Emiliano hace de todo con su guitarra, de pronto la vuelve de cabeza, la eleva al techo, se dirige a la bocina para hacer feedback, genera interferencias, juega con sus pedales, la manipula como si fuera un juguete mientras Ernesto manipula sus gadgets e incorpora gruñidos, ruidos con su voz. Son dos enfant terribles que hacen con sus instrumentos todo lo que está prohibido, pero la imaginación les dicta. 

El segundo set va de la mano de Torso Corso, una de las propuestas más sólidas surgidas en años recientes en estos lares. Su música, de frecuentes paradas, cambios y arranques intempestivos, habla de un sexteto que ha desarrollado una música con algo de funk, no wave, influencias de John Zorn, Rock en Oposición, Miles Davis, pero también con la capacidad de generar su propio sonido a partir de esas influencias. Revolcaron la noche, agrietaron el suelo, marcaron fisuras en el cielo, hicieron de todo, maravillosos solos y hasta un poco de teatro (cortesía de su guitarrista Emiliano). Alguien diría que la energía allí generada, sirvió para alimentar de luz las colonias circundantes, otros dirán que simplemente fue una sesión de otro mundo. 

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Foto por Rafael Arriaga Zazueta

IV

La última noche de la residencia la abre Terror Cósmico. Es, tal vez, el set más convencional si es que esa abrasiva andanada de sonidos tiene algo de ello. Doom, sludge, atmósferas pesadas como una masa de nubes de lento despliegue, envolventes cual telaraña de la cual es imposible escapar. Javier Alejandre (guitarra) y Nicolás Detta (batería) son  hábiles para generar esos pasajes oscuros, a veces sofocantes, de mucha tensión e intensidad siempre en ascenso y en donde caben imágenes lúgubres e inquitantes. 

El cierre lo hace un cuarteto sui generis: Ernesto del Puerto, sax; Rodrigo Ambriz, voz, FX’s; Arturo Báez, contrabajo; Gustavo Nandayapa, batería. Se trata de un ensamble salvaje, duro y agresivo. Rodrigo y Ernesto se enzarzan por momentos en un diálogo de guturales en donde no hay vencedor porque de pronto Ernesto abandona la contienda y deja a Rodrigo hacer con su voz y sus gestos. ¿Hacia dónde lo llevan eso movimientos acompasados, esa garganta que parece querer decir algo y al final no lo logra? Báez y Nandayapa por instantes se compenetran, ponen una red de protección a sus compañeros, pero pronto se olvidan de ellos para dedicarse a lo suyo. 

Sorprende que esto no derive en ruido amorfo y también tenga rastros de todo, pero al final es imposible nombarlo. Aquí hay ecos de música contemporánea, ráfagas continuas de improvisación, un espíritu punk en el fondo que sostiene y alimenta, más que nada una actitud y hasta virtuosismo. Sin embargo, también hay mucho de animal en cómo los cuatro acometen sus instrumentos, como si quisieran destrozarlos. Ambriz “juega” tanto con su micrófono que en un momento lo toma y no funciona porque lo “desarma” involuntariamente; Báez termina con uno o dos dedos ensangrentados, pero siempre se contienen en el último momento cuando se antoja que el punto de llegada será el caos. 

Dice Del Puerto de esta agrupación aún sin nombre y a manera de conclusión: “Con este ensamble sí hay un grupo de técnicas muy específicas y que en este ensamble me gustan por la forma en la que se mezclan con el resto de los instrumentos. La idea es que toquemos piezas con partituras gráficas. La primera vez que llegué con el ensamble, la música sonó muy cabrona, pero no es tan fácil que ensayemos; sin embargo,  me di cuenta de que había escrito demasiado y que es un grupo muy propositivo en el cual era  más interesante plantear texturas y desde la improvisación desarrollarlas y ver cómo evolucionaban y mutaban en el tiempo”. 

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Foto por Rafael Arriaga Zazueta

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