Fotografías: Johanna Malcher
El pasado sábado 21 de septiembre, la Ciudad de México fue testigo de una de las jornadas más memorables para los amantes del doom, sludge y stoner metal. En un lugar sui generis: la Ex-Fábrica de Harina, un peculiar espacio al poniente de la capital, que alguna vez fue un almacén de granos, pero que ahora se erige como un refugio para el arte callejero, la cultura urbana y la música underground, albergó la segunda edición del Doom City Fest.
Desde su primera edición en febrero de 2020, este festival parecía ofrecer algo distinto a la oferta convencional de metal en la capital. En una ciudad que en los últimos años ha experimentado una explosión de festivales y conciertos, el Doom City Fest destaca no solo por la calidad de sus bandas, sino por su ambiente intimista, donde el alma subterránea sigue viva. El festival, interrumpido por la pandemia, ha regresado con más fuerza y una curaduría cuidadosa que ha reunido a una colección selecta de bandas nacionales e internacionales, dispuestas a llenar cada rincón con música pesada y pantanosa.
El escenario ideal para la devastación sonora
Al interior de la Ex-Fábrica de Harina, ubicada en los límites de Tacuba y el Parque Bicentenario, el bar underground mejor conocido como Sangriento, ofreció dos escenarios perfectamente dispuestos para este peculiar viaje: LSDR, un cuarto cerrado en el primer piso, y un segundo escenario al aire libre en el amplio patio, cubierto estratégicamente para proteger a los asistentes del calor o la lluvia. La dinámica del festival fue simple: ir y venir de un escenario a otro, subiendo y bajando escaleras mientras el ambiente se llenaba de riffs retumbantes y vibraciones opresivas. Los asistentes, entre los que se encontraban desde devotos veteranos del doom hasta influencers atraídos por el misticismo del lugar y medios de comunicación, fluían como un río entre los espacios, siempre acompañados de la cerveza fría y mercancía a precios accesibles.
Los puestos de merchandising, muchos de ellos atendidos por los propios músicos, se convirtieron en puntos de encuentro. Camisetas, discos y vinilos (firmados si así lo querías) se vendían con la misma fluidez que los acordes de guitarra que resonaban en todo el recinto. Los asistentes, atentos y agradecidos, aprovechaban la oportunidad para intercambiar algunas palabras con los artistas, dándole al evento un aire cercano y auténtico.
La tarde arrancó a las 4 p.m. con la presentación de Desollado, una banda mexicana que encendió el escenario LSDR con su abrasivo stoner. Sin embargo, la verdadera tormenta se desató cuando Reverence To Paroxysm subió al escenario principal. Este proyecto de Antimo Buonnano y Oscar Clorio (ambas leyendas vivientes del metal mexicano) ofreció una de las actuaciones más oscuras del día, presentando temas de su álbum debut «Lux Morte». Blackened doom metal en estado puro, cargado de una atmósfera de muerte que puso a los asistentes en un trance fúnebre, marcando el tono para lo que sería una tarde de aplastante densidad sonora.
La energía seguía aumentando con cada cambio de escenario. Los costarricenses de Age of the Wolf dejaron claro por qué son uno de los nombres más prometedores del doom centroamericano, entregando una actuación atronadora que envolvió al público en un manto de distorsión. Poco después, el black doom polaco de Mizmor, con el talentoso baterista Jesse Schreibman de Bell Witch como integrante, ofreció un show cargado de intensidad y crudeza. Esta banda polaca demostró una habilidad excepcional para conjugar la desesperanza del doom con los gritos agónicos del black metal, un cóctel perfecto para los más acérrimos seguidores de los sonidos extremos.
A medida que caía la tarde, el tiempo se ralentizaba y el ambiente se volvía más introspectivo con la presentación de Abyssal, una banda tijuanense que con su funeral doom desató un viaje sonoro que transportó por distintos sentimientos que iban desde la relajación hasta la euforia, pasando por la opresión, melancolía y desesperación. A lo largo de su set, interpretaron de principio a fin su recién lanzado álbum «Glacial», una obra de arte de una sola canción de 43 minutos (tuvieron que comenzar 5 minutos antes para que alcanzara el tiempo) que logró sumergir al público en un trance profundo. La interpretación, liderada por Fernando Ruiz, creador del proyecto solista, y apoyada por músicos de la banda mexicana Terror Cósmico, fue simplemente hermosa, un momento de calma inquietante en medio de la devastación general del festival.
Cuando el trance terminó, llegó el turno de Belzebong. La banda polaca, especialista en stoner instrumental y psicodélico, llenó de energía y vibraciones cósmicas cada rincón del lugar, llevando a los asistentes a una especie de alucinación colectiva. Y como si fuera poco, los mexicanos de Weedsnake cerraron el escenario LSDR con su potente stoner metal cargado de letras que celebran el consumo de marihuana. La locura desatada por el público fue instantánea y la atmósfera de celebración y euforia se podía sentir y respirar en el ambiente.
Llegó entonces uno de los momentos más esperados de la noche: Eyehategod, la leyenda del sludge de Nueva Orleans, encabezada por el carismático y siempre polémico Mike Williams, tomó el escenario y, pese al evidente estado etílico del vocalista, ofreció una actuación demoledora. Con su misantropía a flor de piel, Williams logró que el público se entregara por completo, hasta el punto de que este le cantó las «mañanitas» al guitarrista de la banda, que celebraba su cumpleaños. Visiblemente emocionado, grabó el momento con su celular, dejando un recuerdo imborrable de su paso por la Ciudad de México.
Finalmente, poco después de las 11 p.m., comenzó a sonar una pegajoza melodía pop, se trataba del tema de apertura de aquella comedia de los 80 llamada «The Golden Girls», bien recibida por el público, que hasta coreo y movío el pie al ritmo de la música. Un momento bastante armonioso que sirvió como preámbulo de las destructivas primeras notas de Weedeater. Con “Dixie” Dave Collins al frente, esta banda de Carolina del Norte ofreció una verdadera cátedra de sludge, arrastrando a los más de 700 asistentes a un frenesí de cabeceo y catarsis. Cada acorde, cada riff, parecía empujar al público más y más hacia el abismo sonoro del que Weedeater es maestro.
Al final del día, no cabía duda: el Doom City Fest fue un éxito rotundo. La impecable organización, la impresionante producción y la calidad de las bandas confirmaron que este festival es una cita obligada para los seguidores del metal más oscuro y pesado. Un evento que, sin grandes pretensiones, logró capturar la esencia de lo que significa ser parte del underground: música honesta, brutal y sin concesiones. ¡Larga vida al Doom City Fest!