Admito que De noche con el diablo, dirigida por los hermanos australianos Cameron y Colin Cairnes, me generó una gran expectativa, desde que vi los primeros avances en redes sociales. La emoción aumentó gracias a la elección de su protagonista, David Dastmalchian (Batman: The dark knight, Blade Runner 2049, Dune, Dune: Pt. II, Oppenheimer), considerado uno de los mejores actores de reparto de su generación. Verle liderar un elenco hacía aún más atractiva la idea, aunque, como casi cualquier metraje de horror que involucra posesiones demoniacas y la presencia del príncipe de las tinieblas (no, no es Ozzy), el filme dividía opiniones.
A la fecha, si bien una parte de la crítica especializada y los espectadores apuntan a que la cinta es floja y que queda a deber en cuestión de espantos, su estructura narrativa se encarga de demostrar lo contrario, pues plantea de forma magistral una verdadera búsqueda de fe y redención, algo que trasciende la presencia del diablo, además de que se nos permite conocer perfiles psicosociales y motivaciones en distintos niveles.
Ambientada en la víspera de la noche de brujas de 1977, la cinta se centra en Jack Delroy (Dastmalchian), un decadente conductor de televisión que lucha por mantener a flote su show nocturno de variedades y su vida personal, cosas que terminan de ir en picada tras la fatídica muerte de su esposa. Desesperado por superar a su competencia y aumentar el número de televidentes, reúne a una serie de invitados en su programa, gente que, de cierto modo, se encuentra ligada a actividades paranormales.
Los invitados en cuestión: un extravagante psíquico que se comunica con fantasmas, un mago retirado que se ha vuelto escéptico ante cualquier fenómeno que suceda fuera de la lógica y el raciocinio, y una Dra, autora del libro que se presentará esa noche, en el que se habla de la posesión de una niña llamada Lily D’abo (Ingrid Torelli), única sobreviviente del incendio de una iglesia de culto satánico. Así, se desencadena la polémica e incredulidad entre panelistas, asistentes al set y televidentes, lo que nos guía a un inesperado desenlace, revelando que los pactos demoniacos están presentes en la vida de más de uno de los ahí presentes.
Desde un planteamiento estrictamente cinematográfico, Late night with the devil obedece a fórmulas y estándares establecidos para atraer gente, generar éxito monetario y críticas mixtas. Es probable que no cambie la vida de los fanáticos hardcore del cine de horror, pero quizá despierte curiosidad y cierta empatía en muchos otros que, de algún modo, subrayen que es posible realizar un ejercicio cinematográfico en el plan The exorcist, Evil dead y Don’t say a word meets All the president’s men, Network, To die for y Serial mom. Sin embargo, hay una compleja dualidad que juega en contra y a favor del filme, el cual podría volverse algo confuso y hasta pretensioso.
Mención aparte para la excelente ambientación y el ensamble del reparto. La recreación de los foros y detalles de la época, incluidos vestuario, maquillaje y peinados, es gran ejemplo de curaduría y dedicación. El reparto, del que ya hemos hablado un poco, tiene una química envidiable, algo común en este tipo de cintas, en las que los contrapesos suelen robarse escenas; caso de la muy joven pero convincente Ingrid Torelli, quien logra encantar y desconcertar a la audiencia por igual con su inocencia y expresiones, propios de una niña abusada emocionalmente, pero con el optimismo de alguien que lucha por mantener su pureza e inocencia.
La cinta merece como mínimo una oportunidad para apreciarla por completo. Acá le damos 3 estrellas y media de cinco, pues se trata de uno de esos ejercicios cinematográficos que probablemente serán revalorados con el tiempo gracias a su fantástica esencia de culto. Vender el alma al diablo, como se cuenta lo hicieron Robert Johnson y Jimi Hendrix, tiene consecuencias fatales, pues al efectuar el negocio no solo se entrega el espíritu, sino todo lo que se ama.
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