Palomas: ratas del aire. Aunque poco apreciadas por muchos por la suciedad, el ruido y las enfermedades que traen a las ciudades, a veces pueden tener su utilidad práctica.
Durante la Segunda Guerra Mundial todo el mundo que no estaba en el frente intentaba ayudar en lo que podía. Así que al famoso psicólogo B.F. Skinner, por aquel entonces en Harvard, se le ocurrió que sería buena idea entrenar palomas condicionándolas para guiar misiles balísticos hacia los objetivos enemigos. Esto que podríamos llamar una «idea de bombero» se demostró técnicamente posible.
Skinner fue un pionero en el campo del condicionamiento, y aplicó este principio a las ratas y también a las palomas. La idea consistía básicamente en colocarles un conector metálico en el pico y hacerlas picotear unos controles en respuesta a estímulos visuales (probablemente imágenes de ciudades o algo parecido). De este modo serían capaces de dirigir los misiles en pleno vuelo. Lo explicó todo años después en Pigeons in a Pelican, que hace referencia a las nobles aves y al nombre secreto que usó el ejército: Proyecto pelícano.
El condicionamiento sólo tenía que durar cinco minutos, que era el tiempo que el misil tardaría en llegar a su objetivo. Eso sí: el cómo acabaría la paloma, posiblemente estampada, achicharrada o una combinación de ambas cosas, era otro cantar.
El ejército no pareció apreciar la idea y nunca la puso en marcha, pero ahí quedó el guante para quien quisiera recogerlo. Los experimentos de Skinner con las «palomas piloto» recibieron un tardío reconocimiento en forma de premio Ig Nobel en 2024, ya sabes, esos que se dan a las investigaciones más locas, disparatadas y sin sentido que aun así hacen pensar.
En el viejo vídeo de la BBC que cuenta esta historia la hija de Skinner explica cómo el psicólogo pensaba que estas ideas locas, aunque poco prácticas y realistas, pueden ser inspiradoras para otras innovaciones inesperadas.
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