Ghost desciende una vez más desde su púlpito infernal con Skeletá, su sexto capítulo en una saga que ha redefinido los contornos del metal. Liderados por el enigmático Tobias Forge, ahora encarnado como Papa V Perpetua, los suecos han pasado quince años tejiendo un tapiz de teatralidad, ironía y melodías que se clavan como dagas benditas. Desde las catacumbas de Opus Eponymous (2010), donde conjuraron un aquelarre de riffs sabbathianos, hasta el hedonismo pop de Prequelle (2018) y la majestuosidad imperial de Impera (2022), Ghost ha sido menos una banda que un culto, un evangelio para los que encuentran redención en el choque entre lo sagrado y lo profano. Con Skeletá, sin embargo, la banda no busca conquistar estadios ni derribar altares. En cambio, se adentra en un sendero más íntimo, más frágil, donde las máscaras se resquebrajan y el eco de la humanidad resuena en cada acorde.
Imaginen un vitral gótico fracturado por un relámpago, sus fragmentos cayendo lentos bajo la luz de una luna moribunda. Así suena Skeletá: un mosaico de sombras y destellos, donde el hard rock de los 80 se encuentra con la melancolía de un réquiem moderno. La producción es un acto de alquimia, con sintetizadores que flotan como niebla sobre un cementerio y guitarras que, en lugar de rugir, susurran lamentos. Los solos no buscan el virtuosismo, sino el alma; cada nota es un latido, un recuerdo que se desvanece. La sección rítmica es el pulso de un corazón que late entre la reverencia y la rebeldía. Hay momentos en los que el disco coquetea con el AOR, evocando a Survivor o Toto, pero siempre con un giro que lo hace inconfundiblemente Ghost: una pizca de veneno en el cáliz del pop.
Si Meliora (2015) fue el sermón que convirtió a los escépticos y Prequelle el banquete que celebró la decadencia, Skeletá es una confesión susurrada en la penumbra. Las letras, envueltas aún en la iconografía religiosa que ha definido a la banda, abandonan las parábolas épicas de antaño para explorar la fragilidad humana: la pérdida, la búsqueda de sentido, el peso de existir. Tobias Forge, que durante años ha jugado a ser dios y diablo tras los ropajes de Papa Emeritus y Cardinal Copia, parece aquí despojarse de parte de su armadura. No es que revele su rostro por completo —Ghost sigue siendo un acto de teatro—, pero hay una sinceridad que se cuela entre las grietas, como la luz que atraviesa una puerta entreabierta. Este enfoque introspectivo es un riesgo, especialmente para una banda que ha hecho de la grandilocuencia su evangelio, pero es un riesgo que mayormente vale la pena.
El sonido de Skeletá es un equilibrio delicado entre lo familiar y lo extraño. Los arreglos son como un laberinto de espejos, reflejando ecos de los 80 pero distorsionándolos con una sensibilidad moderna. Los coros, majestuosos pero contenidos, evocan himnos que podrían resonar en catedrales olvidadas, mientras que los pasajes instrumentales parecen susurrar secretos desde el más allá. La dinámica del álbum es su mayor fortaleza: no hay crescendos forzados ni clímax predecibles, sino un flujo que lleva al oyente por un paisaje de claroscuros. Sin embargo, esta ambición a veces tropieza consigo misma. Hay momentos en los que el disco parece dudar, atrapado entre el deseo de explorar y la tentación de aferrarse a la fórmula que ha elevado a Ghost al panteón del rock. Estos instantes, aunque no rompen el hechizo, dejan una sensación de que el álbum podría haber volado aún más alto.
Ghost siempre ha sido una banda de contradicciones: son a la vez satíricos y sinceros, accesibles y enigmáticos, pop y metal. Skeletá abraza estas contradicciones con una valentía que merece aplauso. No es un disco para quienes buscan la ferocidad de Opus Eponymous ni la inmediatez de Impera. Es una obra que exige tiempo, que se revela lentamente, como un manuscrito antiguo que solo muestra sus secretos bajo la luz adecuada. En un mundo donde el metal a menudo se refugia en la nostalgia o la brutalidad, Ghost se atreve a mirar hacia adentro, a cuestionar no solo su propio legado, sino la naturaleza misma del arte. ¿Qué significa evolucionar cuando tu identidad está construida sobre máscaras? ¿Es posible ser vulnerable sin perder el misterio?
Skeletá no es la obra maestra de Ghost, pero no necesita serlo. Es un capítulo más en una narrativa que sigue desafiando expectativas, un recordatorio de que incluso los profetas más grandes son humanos. Para los devotos, será un nuevo salmo para entonar en la oscuridad. Para los curiosos, una puerta hacia un universo donde el metal es tanto un ritual como una confesión. Y para todos, una invitación a reflexionar sobre el poder de la música para desnudar el alma, incluso cuando está envuelta en capas de ironía y terciopelo negro.
Veredicto: Neutral, con un destello de fascinación. Skeletá es un álbum valiente, hermoso y a veces imperfecto, un paso audaz en el peregrinaje de Ghost hacia lo desconocido. No es su cima, pero es un eco que resuena mucho después de que la última nota se desvanece.
Lista de canciones de Skeletá
Peacefield
2.Lachryma
3.Satanized
4.Guiding Lights
5.De Profundis Borealis
6.Cenotaph
7.Missilia Amori
8.Marks Of The Evil One
9.Umbra
10.Excelsis
