El heavy metal, desde su surgimiento en las décadas de 1960 y 1970, ha sido un terreno fértil para la controversia, especialmente en su relación con la religión. Bandas y artistas han utilizado este género no solo como un medio de expresión musical, sino como una plataforma para cuestionar dogmas, desafiar instituciones y explorar temas que rozan lo blasfemo. A lo largo de su historia, el metal ha generado reacciones viscerales, desde acusaciones de satanismo hasta procesos legales y censuras impulsadas por sectores religiosos. Este artículo examina cinco momentos clave en los que el metal se posicionó, deliberadamente o no, en contra de las estructuras religiosas, basándose en hechos documentados y análisis que reflejan la complejidad de esta dinámica.
Uno de los primeros episodios ocurrió en 1970 con el lanzamiento de Black Sabbath, el álbum debut de la banda homónima. Mientras el rock aún coqueteaba con el misticismo hippie, Black Sabbath irrumpió con un sonido sombrío y letras que evocaban lo oculto. La canción titular, inspirada en una experiencia paranormal de Geezer Butler, narra una figura satánica que acecha al narrador. Aunque la banda afirmó que su intención era advertir sobre el mal, no glorificarlo, iglesias y grupos conservadores en Inglaterra y Estados Unidos interpretaron el disco como una apología al diablo. La cruz invertida en la portada interior no ayudó a calmar las aguas, y así comenzó una percepción que vincularía al metal con lo anticristiano durante décadas.
Décadas después, en 1985, Judas Priest enfrentó una tormenta legal que marcó un hito en esta tensión. Dos familias en Nevada demandaron a la banda, alegando que mensajes subliminales en la canción “Better By You, Better Than Me” (del álbum Stained Class) habían incitado a sus hijos a intentar suicidarse. Los demandantes, respaldados por grupos religiosos, argumentaron que el metal no solo era inmoral, sino peligroso. El juicio, que incluyó análisis forenses de cintas y testimonios de expertos, terminó absolviendo a la banda, pero expuso cómo la imaginería rebelde del metal —con Rob Halford cantando sobre pecados y redención— podía ser tergiversada como una afrenta directa a los valores cristianos. El caso resonó como un símbolo de la paranoia moral de la época.
En Noruega, la escena del black metal de los años 90 llevó esta confrontación a un extremo visceral. Entre 1992 y 1993, miembros de bandas como Mayhem y Burzum estuvieron vinculados a la quema de iglesias históricas, como la de Fantoft. Varg Vikernes, cerebro de Burzum, justificó estos actos como una rebelión contra el cristianismo, al que acusaba de haber erradicado las tradiciones paganas escandinavas. Las portadas de discos con pentagramas y letras que exaltaban el caos primordial reforzaron esta postura. Aunque no todos en la escena compartían esa militancia, el black metal noruego se convirtió en sinónimo de anticlericalismo radical, desatando debates sobre los límites entre arte y delito.
El death metal también dejó su marca en esta narrativa con Deicide y su álbum Legion de 1992. Glen Benton, vocalista y líder, no escatimó en provocaciones: se grabó una cruz invertida en la frente con un hierro candente y declaró abiertamente su desprecio por la religión organizada. Canciones como “Satan Spawn, the Caco-Daemon” combinaban growls guturales con letras que ridiculizaban la fe cristiana. La banda fue blanco de protestas de grupos religiosos en Estados Unidos y Europa, pero su actitud desafiante solo amplificó su culto entre los fans. Este episodio subrayó cómo el metal podía transformar la transgresión en un ethos distintivo.
Finalmente, en 2004, Behemoth desató polémica en Polonia, un país de fuerte tradición católica, con el lanzamiento de Demigod. Adam “Nergal” Darski, frontman de la banda, fue acusado de ofender sentimientos religiosos tras destrozar una Biblia en un concierto de 2007, un acto que grabó y difundió. Las letras de Behemoth, cargadas de referencias a mitologías paganas y ataques al cristianismo, ya habían irritado a sectores conservadores. El caso llegó a los tribunales, y aunque Nergal fue absuelto, el incidente reflejó cómo el metal seguía siendo un catalizador de fricciones en sociedades donde la religión aún ejerce una influencia dominante.