No es un secreto que México tiene un grave problema de violencia. El dato de los desaparecidos no disminuye y cada vez son más las familias afectadas que no tienen idea del paradero de sus padres, madres, hermanos, o hijos. Ante ello, Arillo de Hombre Muerto, del cineasta Alejandro Gerber nos muestra el horrendo viacrucis de aquellos que no pierden la esperanza de encontrar a sus seres queridos en un país que parece no tener memoria ni ley.
De qué va Arillo de Hombre Muerto
El arte ha alzado la voz con cintas que han querido mostrar y provocar una profunda reflexión en el público sobre esta cruda situación que, en cualquier ficción, se queda corta conforme a lo visto en casos como el del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, donde la realidad impacta y resulta más indignante que cualquier historia. Es en este doloroso presente donde Arillo de Hombre Muerto llega como una opción para seguir poniendo el dedo en la llaga enorme que sigue creciendo conforme pasan los gobiernos.
En esta historia, Gerber nos presenta a Dalia (Adriana Paz), una trabajadora del Metro de la CDMX que, al terminar una de sus jornada, descubre que su esposo ha desaparecido sin dejar rastro. A partir de ese momento, su vida y su trabajo se tornarán un caos mientras ella lucha por encontrarlo en medio de las complicaciones burocráticas, la falta de empatía y los desafíos que enfrentan aquellos que están en busca de sus desaparecidos día a día. En medio de todo esto, la relación con sus dos hijos y la que sostiene con un amante se desmoronan entre trámites, indagatorias y constantes revictimizaciones.
Berger retrata la violenta indolencia de un entorno realista en el que envuelve a Dalia, metiéndola en un oscuro túnel que parece no conducir a ninguna parte ni tener una pizca de esperanza. Gracias a una mirada en blanco y negro generada por Hatuey Viveros, le da un sentido de atemporalidad a la historia, el cineasta desgrana lo complicada que es la lucha por pedir la mínima justicia y el porqué a veces alzar la voz ante este problema no encuentra eco en el sistema.

Arillo de Hombre Muerto también destaca gracias a la gran labor actoral de Adriana Paz, que abandona la absurda polémica generada por Emilia Pérez para darle cara y voz a toda la gente que ha sufrido una desaparición. Es a través de ella que conocemos el pesado viacrucis de tanta gente que no encuentra solución. Su Dalia pasa de la acción a la reacción, luego a la frustración y desesperación. Verla enfrentar cada uno de los frentes que le toca encarar es tan doloroso que enoja, y eso es parte de lo que la cinta busca transmitir.
Al lado de ella tenemos a Noé Hernández, que resulta un fiel acompañante hasta que la situación se lo permite. Es el lazo entre ellos una interesante subtrama que no se explora del todo pero que también toca puntos interesantes sobre los sistemas establecidos en dependencias del Gobierno como el Sistema de Transporte Colectivo, dejando en el aire una cuestión política detrás de las averiguaciones y la falta de apoyo que recibe Dalia todo por no alinearse y alzar la voz.

Pero Dalia es incapaz de quedarse callada, y es a través de su mirada que también vemos la sduras consecuencias en el núcleo familiar y cómo la falta de empatía de personas que creía cercanas se erige como barrera para ella. La música, compuesta por Alejandro Otaola, le da un añadido al personaje al hacernos sentir que ella ha entrado en un túnel eterno subterráneo del cual no encuentra una salida ni una luz.
El tercer largometraje de Alejandro Gerber ahonda muy bien en cada arista de la problemática dándole voz y rostro a Dalia como la representante de tantas personas en el país que padecen esta crisis de desaparecidos. Incluso, se atrave a meterse en el tema de los medios y cómo utilizan estas situaciones a su manera, mostrando la delgada línea entre al ética de dar voz y visbilizar un problema tan grave y el hacerlo a su manera, sacando provecho de la misma o incluso,c ayendo en una revictimización innecesaria de los involucrados.

El final del relato es inolvidable y duro pues Gerber voltea la mirada directamente al espectador, pidiéndonos de cierta forma que no nos olvidemos de los rostros, de las caras, de todas aquellas familias que son parte de la lucha y que, como la protagonista, buscan ponerle cara y no parar el reclamo hasta encontrar a aquellos que faltan. No son 43 ni dos mil los que faltan, son muchos más los que, como sociedad, no podemos borrar de la memoria reciente de un país manchado de sangre.
Sin duda, Arillo de Hombre Muerto, en tiempos donde una fosa en Teuchitlán comparada a los estragos causados por un campo de concentración en la Segunda Guerra Mundial es sólo un ejemplo de muchas que seguramente existen en el país, resuena fuertemente y provoca no sólo la reflexión obligada como público, sino una indignación que es provocada por un relato que abarca los claroscuros de la desaparición forzada que tanto duele en esta nación que clama por justicia, como Dalia y muchos otros lo hacen cada día.