Lejos han quedado los referentes de la generación X y millennial: Winona Ryder en Reality bites (1994) y los seis roomies en la serie Friends (1994-2004). Tras el tsunami del capitalismo salvaje del Siglo XXI, ahora toca a los centennials enfrentar nuevos retos y decepciones. Anora (2024) es un reflejo de la juventud contemporánea sacudida por el abismo socioeconómico de un sistema que promueve lo superficial ante los sustancial, lo falso ante lo auténtico, el despilfarro grotesco ante la mera supervivencia.
El director estadounidense Sean Baker ha optado por un ritmo británico a lo Guy Ritchie y Danny Boyle para contar la historia de una outsider víctima de las circunstancias que revela y sintetiza las inequidades de dos realidades tan opuestas como la de una bailarina erótica y un junior ruso en Nueva York. Mikey Madison, protagonista de la historia, establece un nivel histriónico de una naturalidad tan convincente que nos hace partícipes de esa vorágine en la que se convierte Anora.
La cinta que tuvo una gran acogida en la última edición del festiva de Cannes, funciona como una píldora de cultura pop que retrata en tiempo real y de manera fiel los tiempos que corren, una pastilla que, aunque con envoltorio deslumbrante y vibrante cual centro nocturno neoyorkino, nos deja un tufo de desencanto, como de resaca tras una borrachera en Las Vegas.
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