“A los músicos electrónicos pioneros la ortodoxia del rock los cuestionaba”: Juan Antonio Vargas

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“Cuando tomas un paseo, si volteas a la izquierda ves una camioneta azul, pero al hacerlo dejas pasar a tu derecha un carro verde. Así es mi libro, como un paseo, un documento de lo que he visto, investigado. Hay cosas que faltan, aunque el trabajo tiene rigor académico, todo está citado”. Así define Juan Antonio Vargas Barraza Con sus charros cibernéticos. Un paseo por la música electrónica en México, una obra que arranca con los orígenes de las vanguardias hasta llegar a nuestros días, reivindicando así el andar de los músicos que han echado mano de instrumentos electrónicos a lo largo de la historia del país.

Tras cuatro años de trabajo, Vargas Barraza presenta esta investigación, necesaria, urgente. Justo lo que requiere cada uno de los ramajes que forman ese árbol que es la música popular mexicana. “En mi libro hay cosas de primera mano así como fuentes secundarias dispersas, mucha información que se está perdiendo, obras marginales”, apunta el autor respecto a una obra organizada en orden cronológico cuyo banderazo de salida tiene lugar en los años veinte del siglo pasado para llegar a la meta en los veinte del siglo XXI. Un andar que abraza lo hecho por Carlos Alvarado, Luis Pérez y Walter Schmidt, así como lo concretado por Syntoma, Nortec o Belanova, por decir algo.

Dr. en Ingeniería Electrónica (su tesis consistió en la fabricación de un electroencefalógrafo portátil), Juan Antonio recuerda que desde que era niño en su casa todo el tiempo hubo música. “Siempre me gustaron los sintetizadores analógicos, bandas como Ultravox o Japan que, aunque también usaban guitarras, son consideradas pioneras del tecno pop”. El investigador señala que pasó de ser fan de esa música, en la era dorada de los blogs, “a escribir, pues estaba la oportunidad de, sin ser periodista ni publicar en un medio establecido, apuntar tus ideas”. El detonante tuvo lugar al terminar la secundaría; “un amigo me regaló una colección de revistas Sonido y encontré bandas mexicanas que ni sabía cómo sonaban, aunque me llamaba la atención su imagen”.

El autor continúa. “Por alguna razón me obsesioné con Size, y en mi blog comencé a escribir al respecto y a conocer a gente similar. Rafa Saavedra, Robert Proco. Esta melomanía me llevó a que me llegaran invitaciones para escribir en algún fanzine, a participar en una mesa redonda. Luego, trabajando como profesor, conocí al Dr. Arturo Chamorro, él me contó de la maestría en Etnomusicología; entré y quise hacer mi tesis sobre los músicos electrónicos mexicanos con la perspectiva de la Etnomusicología: había que hacer una cuestión que tuviera la parte etnográfica (nacionalismo o cosmpolitismo en la música electrónica en México)”. Este proyecto académico finalmente llevaría a la concreción de Con sus charros cibernéticos. Un paseo por la música electrónica en México.

Vargas Barraza comenzó buscando los orígenes de las vanguardias en nuestro país, preguntándose qué pretendían éstas con la tecnología. Para él fue importante un texto de Manuel Rocha Iturbide que “habla de los estridentistas, de los conceptos que tenían del ruido y de los sound scapes, herencia de los futuristas”. Con ello como punto de partida, comenzó su paseo justo cuando “termina la Revolución y se busca encontrar el concepto de Nación, cuando se internacionaliza la imagen del charro; aunque al mismo tiempo había un grupo de intelectuales que a lo mejor tuvo contacto con lo que pasaba en Europa y que, sin llegar al nacionalismo de los muralistas, buscaba otras cosas”. A partir de ahí llega un flujo de productos estadounidenses a México, subraya el autor; “a la vez que existía la música que se consideraba nacional (boleros, rancheras) llegaron otras músicas, como el rock”.

Es en ese momento que “algunos músicos comienzan a acercarse a las vanguardias europeas mientras en el mundo académico están otros músicos que traen de Francia la música concreta”. Todos estos episodios marcan los cimientos de la historia de la música electrónica mexicana, la cual alcanza un capítulo definitivo con el arribo de los años ochenta, pues “México deja de ser un país nacionalista (el discurso oficial del PRI) y se abren las fronteras. Empiezan a llegar discos importados y, además, es más fácil cruzar instrumentos. Por ejemplo en Tijuana, te ibas en la mañana, cruzabas y te traías algo acá. Fue así como los instrumentos de los músicos capitalinos empezaron a hacerse viejos”. Momento decisivo éste. Allí se concentran sonidos. La oída se expande. “Rescato una entrevista con Schmidt donde menciona las bandas que le gustan, cosas como Can o Faust, pero también Mario Lavista”.

Citado en una sala de la Biblioteca Juan José Arreola, en Guadalajara, Juan Antonio Vargas Barraza enlista nombres e instantes, se acomoda las gafas y responde preguntas alrededor de Con sus charros cibernéticos. Un paseo por la música electrónica en México.  

¿Qué es la música electrónica, Juan? ¿Cuáles son sus bordes y cómo los delineaste en tu libro?

Los académicos dicen que la música electrónica tiene que ver con la exploración del instrumento, como lo que hizo Karlheinz Stockhausen. Para Antonio Russek, el tecno pop se conforma por grupos de pop usando instrumentos electrónicos. Para Luis Pérez la música electrónica significa experimentar, modular. Hay discursos diferentes. Para decidir qué sí y qué no es música electrónica me ayudé de Loops: Una historia de la música electrónica en el siglo XX. Ahí hay un mapa que me gustó mucho, va de lo más blanco a lo más negro. De los alemanes (Stockhausen) y franceses (Pierre Henry) se va al dub y al hip hop, cronológicamente.

La electrocumbia y el reggaetón entrarían en el ámbito de la música electrónica porque usan instrumentos electrónicos. El dub usa el estudio de grabación como instrumento y ahí nos podríamos remitir a Esquivel!, quien hacía lo mismo (además, él tiene un par de temas con ondas Martenot, que a final de cuentas es un instrumento electrónico). Encontré un documento de la Fonoteca Nacional donde se habla de Rigo Tovar modificando la base instrumental de la cumbia, porque sí, en Perú se electrificó la cumbia con la guitarra, pero Rigo le metió sinte. Sin embargo no son áreas que conozca a fondo, no me metí tanto ahí en el libro.

Walter Schmidt es una figura fundamental, pionera, para entender esta historia. Sin embargo, ¿quién fue el primer músico mexicano que tuvo un sintetizador? ¿Quiénes abrieron brecha?

Un parteaguas llega con los años 80. Walter Schmidt y Carlos Robledo tienen su mérito porque lograron colocar grabaciones en Japón; pero la gran proyección internacional llega con Bostich y Fussible. En el rock, todo apunta a que fue Martín Mayo quien tuvo un sintetizador primero que nadie. Cuando se deshace El Ritual él forma otro grupo, Super Mama, y tenía un Moog. Carlos Alvarado dice que el primer sinte que vio en México fue ese, el Moog de Mayo (Robledo traía un Roland chiquito; el Moog es el primer sintetizador portátil).    

Según muchos artículos, la primera banda de tecno pop —y el propio Walter Schmidt, me parece, lo cuenta— son Pijamas A Go Go. ¿Quién sigue? El Escuadrón del Ritmo, pero a la par estaba Syntoma. En un momento David Cortés, en La Mosca, mete a Moenia. Y ¿por qué no? Es una banda de synth pop. Pero, ¿qué más había? Belanova.

Citemos a Década 2 y Sentidos Opuestos, por ejemplo. Entes que parecen distantes más allá del tiempo y que, sin embargo, comparten hilo discursivo.

Todos los músicos electrónicos pioneros tuvieron problemas porque la ortodoxia del rock los cuestionaba. Es célebre cómo a Cabaret Voltaire (y eso que al comienzo incluso Richard H. Kirk usaba guitarra) los bajaron a golpes, y a Los Encargados en Argentina les pasó lo mismo. En México, a Casino Shanghai les gritaban cosas porque traían caja de ritmos. Para los ortodoxos, estos eran músicos impostados cuando los Beatles ya habían usado ese tipo de herramientas, o Emerson, Lake & Palmer, quienes ni siquiera usaban guitarras. No sé por qué a ellos no los cuestionaban, a lo mejor porque estaban greñudos. Existe la cumbia norteña, con Bronco, y a ellos tampoco nadie los cuestionó, ni a Mi Banda El Mexicano. Los seguidores del rock son ortodoxos. Con el tiempo esa reacción se ha ido quitando.

Es curioso esto de los fundamentalismos. Como si la guitarra del mariachi hubiera crecido naturalmente entre tunas.

La música de todos los indígenas que quedan en México está tocada por Europa. Las cuerdas no existían en América antes de la llegada de los españoles. No puede haber pureza, la música es mestiza. Federico Arana lo menciona en algún libro, que la gente se quejaba de que músicos guerrerenses no quisieran tocar música de ahí sino cumbia, cuando estaba el Acapulco Tropical, pero, ¿por qué no podían aspirar a salir en la TV? Béla Bartók le mete folk húngaro a la que le decimos música clásica.

Hablabas de Nortec, seguramente el exponente de música electrónica mexicana con mayor proyección internacional.

Sí, con Nortec el mundo volteó los ojos a México. Periodistas de diferentes partes del planeta llegaban a Tijuana para saber qué estaba pasando. Bostich y Fussible llegaron hasta Glastonbury, no todo el mundo está ahí. Otro caso sería el de 3BallMTY, con todas las críticas que tienen hasta David Guetta hizo un video donde vienen ellos.

Por último, respecto al título del libro. Citas a Rockdrigo. Rupestre visionario.

No quería jugar con el cliché del mariachi haciendo música electrónica. Por ahí los Rupestres buscaban sonar con guitarras de palo, pero Rockdrigo llegó a usar un MS10 con Qual. Fausto Arellín se compró el sinte y Rodrigo dijo, ah, eso está chido. Rockdrigo fue el primer folktrónico.

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