El punk en España no se limitó a ser un eco distorsionado de lo que pasaba en otras latitudes; se gestó en un caldo espeso de rabia, desarraigo y un país que, entre los setenta y los ochenta, aún gateaba entre las ruinas de un régimen autoritario y las promesas de una libertad que no llegaba a las esquinas más oscuras. En los suburbios, en los bares donde el humo era más denso que las conversaciones y en las plazas donde la policía repartía más que multas, este sonido encontró su lugar. No era solo música, era un arma arrojadiza, una forma de escupir en la cara de quien quisiera mirar para otro lado.
Lo que hace a ciertas bandas cruzar la línea hacia lo extremo no es solo el volumen o la velocidad, sino cómo se plantaron frente al mundo: sin ceder un milímetro, sin importarles si alguien las entendía o las aplaudía. Aquí no hay espacio para las que se quedaron en la superficie o las que el tiempo ha edulcorado. Estas cinco agrupaciones, cada una desde su trinchera, llevaron el punk español a un terreno donde la provocación, el caos y la honestidad brutal se convirtieron en su bandera. Esto es un viaje por propuestas que no solo rompieron las reglas, sino que las quemaron hasta que no quedó ni ceniza.
Cicatriz
En Vitoria, a mediados de los ochenta, Cicatriz nació como un alarido en medio del desierto punk vasco. Formados en un contexto donde el Rock Radical Vasco ya marcaba el pulso, ellos eligieron ir más allá: su debut, Inadaptados (1986), es un mazazo de punk crudo y nihilista. Canciones como “Botes de humo” o “Cuidado burócratas” no solo atacan al sistema, sino que lo hacen desde un lugar de autodestrucción asumida, con letras que parecen escritas con los dientes apretados. La heroína se llevó a varios de sus miembros —Naty “Penadas” murió en 1991, Pakito en 2002—, pero ese filo cortante, esa sensación de que cada acorde era un paso hacia el abismo, los hace insuperables en su radicalidad.
Ultimo Resorte
Barcelona, 1979. Ultimo Resorte no era una banda más de la escena catalana; era una anomalía que se reía del punk mientras lo destrozaba. Con Silvia Escario al frente, su voz rasgada y su presencia desafiante rompían con cualquier idea preconcebida del género. Temas como “Anticristo” o “Pogrom” —grabados en cintas que parecen a punto de desintegrarse— son pura dinamita: cortos, directos y con una carga de sarcasmo que corta como vidrio. No buscaban encajar ni en el punk ni en nada; su actitud era un rechazo total, una patada a cualquier intento de domesticarlos. Por eso, su huella sigue siendo un rompecabezas que no todos saben armar.
TDeK (Tensión de Kuadro)
Desde Zaragoza, TDeK apareció en los ochenta para demostrar que el punk podía ser más que ruido adolescente. Su EP Kaos (1985) es un artefacto de furia concentrada: canciones como “Kaos” o “Nacido del odio” mezclan punk con un toque de hardcore que no da respiro. Lo suyo no era solo gritar contra el poder, sino hacerlo desde un lugar donde la alienación y el desprecio por la norma se sentían en cada golpe de batería. No eran los más visibles ni los más celebrados, pero su manera de tensar las cuerdas —literal y metafóricamente— hasta casi romperlas los sitúa en un escalón donde el punk se vuelve un acto de guerra.
Larsen
Madrid, 1983. Larsen no era la típica banda punk de la capital, donde la Movida copaba las portadas. Ellos eligieron un camino más sucio, más incómodo. Su disco No hay ley (1985) es un compendio de punk acelerado y letras que no se andan con rodeos: “Cerdos” o “Nazi-onal” son dardos envenenados contra todo lo que oliera a autoridad o hipocresía. Su sonido, sin pulir y cargado de una energía que parece a punto de colapsar, los aleja de cualquier tentación comercial. Larsen no tocaba para gustar, tocaba para incomodar, y esa apuesta los convierte en un nombre que sigue pesando en los márgenes del punk español.
MG-15
Málaga no suele ser el primer lugar que viene a la mente cuando se piensa en punk extremo, pero MG-15 lo puso en el mapa con una fuerza que aún retumba. Formados en 1981, su mezcla de punk y hardcore, influenciada por bandas como Discharge, los llevó a grabar temas como “Destruye” o “Ellos mienten” —parte de su mítico Derecho a la vida (1984)— que suenan como si alguien hubiera volcado un bidón de gasolina sobre una ciudad en llamas. Su postura antibelicista y su rechazo visceral a cualquier forma de control los hicieron únicos en una escena donde muchos se quedaban en la pose. MG-15 no solo era extremo por su sonido, sino por cómo vivía cada palabra que gritaba.
Estas bandas no son un catálogo completo del punk español, sino un puñado de ejemplos de cómo el género, en sus formas más salvajes, se convierte en algo que trasciende las notas y los acordes. Son proyectos que no se conformaron con ser parte de un movimiento, sino que lo empujaron hasta el borde, donde el punk deja de ser solo música y se transforma en un acto de desafío puro. Aquí no hay medias tintas: estas cinco agrupaciones vivieron, tocaron y, en muchos casos, murieron en el filo de lo que significa ser extremo.