A principios de la década de los 70, en alguna secundaria del extinto Distrito Federal, unos estudiantes formaron una banda que generaría un legado musical imborrable. Se caracterizó por sus sonido bluesero combinado con descripciones de la vida cotidiana. Nos referimos a Three Souls in my Mind; sin saberlo, el nicho donde construyó la identidad musical e idiosincrática de Alejandro Lora, durante un periodo en el que la represión y la censura caracterizaban la discreta dictadura de nuestro país. La agrupación recorrió los lugares clandestinos del DF, los dichosos hoyos fonquis, en tiempos en los que los medios de comunicación restringían rotundamente a las expresiones artísticas. Su máxima actuación fue en 1971, en Avándaro.
TXT & FOT:: Michelle Martínez Ayala
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El tiempo pasó y los intereses bifurcaron el camino de aquella agrupación. Entonces El Tri surgió para, durante los ochentas, construir un legado que ha sobrevivido al cambio de siglo. Bajo este contexto, el pasado sábado 15 de febrero, en punto de las 8:30 de la noche, en el Estadio GNP Seguros, pudimos disfrutar de la actuación de uno de los músicos de rock mexicano más longevo. El showman Lora, de 72 años de edad, condujo como maestro de ceremonias cada momento del concierto durante más de cuatro horas de música.
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Todo empezó con una danza medio folclórica de entre la cual salió Lora tocando su fálica guitarra. La voz, sonido y luces fueron impecables. Y entre las primeras canciones se escuchó el Himno Nacional con un danzante sosteniendo la bandera de México, la cual estaba intervenida con serigrafía de la virgen de Guadalupe. Pasado el momento nacionalista y religioso, continuó el albur y el cotorreo. Curiosa combinación.
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Sonaron clásicos como “Perro negro y callejero“, “El niño sin amor“, “Oye cantinero” y “Pobre soñador” para después ver a dos melenudos en el escenario: Paul Shortino (Rough Cutt/Quiet Riot) y Dave Evans (AC/DC), quienes le entregaron a Alex un reconocimiento por su trayectoria. Entre “Todo sea por el el rocanrol“, María Sabina y unos buenos deseos para el actual presidente de Estados Unidos, surgió el recuerdo del recién falleció Javier Bátiz, de la mano de acordes que le rendían tributo. Mientras sonaba “Chavo de onda“, algunos afortunados fanáticos de Nezayork sacaron los pasos prohibidos en el escenario.
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En un modo que evocaba ternura, el vocalista preguntaba cada tanto, ¿estamos siendo felices?, a lo que al unísono la gente gritaba, ¡a huevo! Cuando la energía marchaba lento, Alex mentaba madres y exigía que la banda (es decir, los asistentes), correspondiera con su energía. En ocasiones el rol se revertía y el público recordaban a la madre a Lora, quien sonreía y le metía más punch. Las olas marcadas por los brazos de los asistentes señalaban el compás de canciones históricas.
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Cuando se acercaban el final, unos mariachis se sumaron al ambiente. Lora portaba un moño en el cuello y cantaba una de José Alfredo mientras bailaba en el escenario su denominada Domadora. En el cierre pudimos disfrutar de “Todo me sale mal“, “Nostalgia“, “Las piedras rodantes” y “A. D. O.“. Pasadas las 12:44, de la madrugada, los fuegos artificiales iluminaron el cielo y llegó a su fin el festejo.
La selección musical para esta presentación simuló una pausa en el tiempo. Yuxtapuso generaciones diversas en un mismo espacio. Hasta la última canción, infantes, personas de la tercera edad, cuarentones y adolescentes bailaron. Si aquel joven en la secundaria del extinto D.F. hubiera caminado por el estadio esa noche se sentiría anonadado de que en pleno 2025 se pudieran congregar más 60 mil personas en un mismo lugar, fuera de la clandestinidad, en un contexto transformado y, aún, chilango.
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