The Day We Found the Universe, un libro sobre la interesantísima historia de cómo descubrimos que la Vía Láctea no es la única galaxia

Portada del libro en la que salen Einstein, Hubble y alguno más de los protagonistas de esta historia posando delante de un telescopioThe Day We Found the Universe. Por Marcia Bartusiak. Vintage (7 de abril de 2009). 368 páginas.

El uno de enero de 1925 –acaban de cumplirse cien años– Henry Norris Russell daba una charla en tercer día del congreso anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (AAAS por sus siglas en inglés) que puso patas arriba el universo, al menos desde nuestro punto de vista.

En ella presentaba los datos obtenidos por Edwin Hubble y su ayudante Milton L. Humason que permitían argumentar de manera muy convincente que nuestra galaxia no era sino una más de una miríada de ellas. Y es que hasta entonces la teoría más aceptada era que el universo consistía sólo de la Vía Láctea.

Por supuesto Hubble y Humason no llegaron a sus conclusiones de la nada sino que se apoyaron en el de muchas personas que habían trabajado antes que ellos en la observación del universo y en sus logros y conclusiones, a veces acertados y a veces no.

Este libro cuenta la historia de cómo poco a poco las pruebas que indicaban que la Vía Láctea es una galaxia como otras se fueron acumulando gracias a esas observaciones, aunque por una parte había que saber ver lo que decían los datos, y por otra hubo que esperar a que los telescopios fueran lo suficientemente potentes como para poder obtener datos de suficiente calidad.

La autora va recorriendo esa historia presentado a las personas que la fueron escribiendo, aunque fuera de forma involuntaria, hablando un poco de cómo eran y de qué entorno venían, y del trabajo que hicieron que es relevante para el tema que trata el libro. No son, por supuesto, biografías completas, pero se agradece que saque a la luz el trabajo de todas ellas y que no sólo sea Hubble el protagonista del libro.

Entre ellas está, por ejemplo, Henrietta Swan Leavitt, quien con su descubrimiento de las estrellas cefeidas nos permitió disponer por fin de una vara con la que medir distancias en el universo, una herramienta fundamental en toda esta historia.

Hubble, por cierto, no dio la charla de aquel uno de enero porque era un tipo con la piel muy fina y le caba pavor que se pudieran poner en duda sus resultados o, lo que hubiera sido mucho peor, que estuvieran equivocados.

Pero el libro no se detiene en aquella charla sino que sigue contando como el trabajo de Hubble y Humason, junto con lo que nos dice la teoría de la relatividad general de Einstein, llevó inevitablemente a la conclusión de que el universo tiene que estar en expansión y que, por ende, empezó con el Big Bang.

Aunque lo más irónico de todo es que a pesar de que la idea de que el universo no fuera algo estable se metía bastante con Hubble la constante que mide la velocidad de expansión del universo lleva su nombre.

Este es uno de los mejores libros de divulgación que he leído en mucho tiempo, aunque lamentablemente no está disponible en español. Pero por lo demás, lo recomiendo muchísimo.

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