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Reviewer
Hay películas que no esperas pero llegan a tu vida como una fascinante conmoción. Varias veces lo he mencionado en este espacio: ese siempre será mi caso con La gran belleza de Sorrentino y hoy, puedo hablar de un título más que se une a aquellas obras que maravillan por la profundidad con la que aborda una tesis tan particular, el tema en boga de todos acerca de la decadencia del sueño americano que francamente, veo que nunca existió más allá de las artimañas publicitarias que hemos consumido por más de un siglo.
Desde el Nuevo Hollywood en los 70s, ha sido una constante revalorizar la idealización de los Estados Unidos como la tierra de las oportunidades y los sueños hechos realidad. Con El Brutalista, nueva producción de Brady Corbert tras Vox Lux, otro excelente trabajo sobre la deconstrucción de las ambiciones, el director desarrolla esta imagen del lado más podrido del país, adjetivo utilizado en cierta escena del filme, que llega en un contexto preciso donde la otrora super potencia mundial que marcó tendencia tras la Segunda Guerra Mundial, renunció a su liderazgo para encerrarse en su soberbia.
Así vemos a Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pearce en una trágica épica donde huir de la pesadilla de huir de los campos de concentración nazi, pasa a la falsa ilusión y los horrores provocadas por las promesas de llevar una vida abundante en lo material y carente en lo demás.
Sí, está nominada a sinfín de premios esta temporada pero este no es el típico anzuelo para obtener preseas: esta es una obra para la posteridad, de un carácter existencialista que ahonda en la responsabilidad de cada acto, la posterior carga moral que conlleva y la búsqueda de esa esencia que nos forma y que en afán de pertenecer donde no se corresponde, abandonamos hasta que la recordamos.
“Se trata del destino, no del viaje”: de qué va El Brutalista
László Tóth (Brody) es un afamado arquitecto húngaro que lo pierde todo durante la Segunda Guerra Mundial: su libertad, su familia y su carrera. Tras ser liberado de un campo de concentración, una esperanza llega cuando se embarca a Estados Unidos para empezar desde cero. Sin embargo, desde el principio hay obstáculos. Su primo, quien primero lo recibe con los brazos abiertos con un hogar y empleo para diseñar muebles en su negocio, es el primero en darle su bienvenida a la realidad gringa cuando lo echa de su casa tras el fracaso de una obra para un acaudalado cliente (Pearce) y la presión de su esposa, la clásica mujer blanca católica conservadora (bien hipócrita también, claro).
Tiempo después, el millonario detrás de la obra que Lászlo y su primo hicieron, lo busca, fascinado tras haber investigado su pasado en Hungría como el autor de varias edificaciones importantes. Es a partir de este instante que su vida se trastorna durante los siguientes años entre el ambicioso proyecto que le fue encargado, la llegada de su familia a América y su creciente adicción a la heroína.
El Brutalista lleva toda la estructura de una sinfonía. Es delicada, intensa, con una cadencia perfecta entre la música de Daniel Blumberg que explora los distintos estilos predominantes de los 40s, 50s y 60s, los silencios, el ruido, el caos de las construcciones, sus minuciosos diálogos y la fotografía que va de claroscuros y contrastes todo el tiempo. En esta línea, hasta la idea del intermedio me pareció muy acertada. Confieso que pensaba que su inclusión era debido a su duración (casi cuatro horas), para estas generaciones tan ansiosas de estar en todo y todas partes al mismo tiempo. Una decisión más artística a la Érase una vez en América.
En esta partitura, lo que se representa más allá de la idea del sueño americano, la utopía de hacerte un triunfador de traje vendida durante todo el siglo XX, es el discurso de un sistema creado para joderte, devorar la nobleza de tu alma y escupirte en un producto útil que alimenta una vorágine de riquezas sin límites. Porque en contraste vemos la bondad y lealtad del americano real y trabajador en el personaje de Gordon, el gran amigo de Lászlo. Bien lo dijo Chaplin en El gran dictador: “la desgracia que vivimos es la codicia pasajera del hombre que teme al progreso”.
La película es una de una sutileza maravillosa desde la primera secuencia que marca hacia donde se dirige todo. László llora de felicidad al llegar a Estados Unidos, la tierra prometida por Truman hacia una nueva era. Pero lo visto en pantalla indica que es una trampa, que nada está bien. Los ángulos que dibujan a la Estatua de la Libertad distorsionan este sueño hacia su inevitable conclusión.
László es la presa perfecta, un hombre vulnerable, un artista talentoso que al ser víctima hasta de su forma de pensar, sucumbe fácil ante la mercancía más valiosa que ofrece EUA: la perdición del hombre. ¿Qué es lo primero que hace este hombre al llegar? Ir a un prostíbulo y sembrar su adicción a la heroína, porque no.
Estos placeres fugaces chocan pronto ante la otra realidad: la cultura del miedo que gobierna a la sociedad estadounidense. “Ellos nos tienen miedo”, le dice el arquitecto entre lágrimas a su esposa. Los gringos aplauden al extranjero por su exotismo, por el gusto que les provoca ver siquiera un atisbo de cultura (“¿Qué cultura tenemos nosotros? ¿REO Speedwagon?”, dijera Zappa) en sus vidas. Pero no te quieren cerca, tú no eres parte de su sociedad, simplemente te toleran. Ustedes solo son las sanguijuelas que se ganan las tragedias.
De ahí que la idea planteada por Corbet y Mona Fastvold, co guionista de la obra, de jugar con el brutalismo más allá de la corriente arquitectónica hacia una metáfora sobre la frialdad del periodo post Segunda Guerra Mundial, que a su vez dio paso inmediato a la Guerra de Corea y luego a la Guerra Fría, sea tan brillante. Esta tal vez sea la referencia más aleatoria pero no veía esa amargura y frustraciones sobre el verdadero rostro de Estados Unidos desde Grand Theft Auto IV, un relato increiblemente similar al de El Brutalista.
Y eso tan solo la parte americana de la historia. Las cicatrices que dejó la Guerra y la estancia en los campos de concentración para la familia Tóth es la mayor crudeza de todas, reflejada en partes iguales tanto por la idea detrás de la construcción, como por el personaje de la sobrina huérfana de Lászlo, Zsófia, quien debido al trauma opta por no hablar una sola palabra.
Nada de esto se sostendría tan bien de no ser por toda la suma de sus impecables elementos. De Adrien Brody, ¿qué decir? Será su segundo Oscar gracias a un personaje muy complejo que evoluciona en cada paso, que entiendes sus obsesiones y manías y claro, sufres su desdén. Felicity Jones es este gran balance que Brody necesitaba que a pesar del drama personal que afronta, le da la fuerza necesaria. ¡La mejor escena le corresponde a ella! Y con Guy Pearce es mi sorpresa: no le había visto un personaje tan memorable desde Memento, una fuerza antagónica que encarna la maldad humana en su fachada de benefactor de su comunidad.
La huella que deje El Brutalista trascenderá más allá de los premios que (merecidamente) gane. Su reflexión acerca de la fragilidad humana, el desencanto con el nuevo mundo, la reconciliación consigo mismo que uno afronta al tocar fondo y el entendimiento sobre las cualidades de un artista, son importantes y atemporales por igual. Tan solo el discurso que da Lászlo sobre que significa la arquitectura para él, es sublime. No hay más que decir al respecto, tienes que vivirlo para encantarte y no sacártelo de la cabeza nunca.
La conclusión principal es lo que la vuelve indispensable: no abandones quien eres. No olvides tus raíces, pues al final lo que prevalece es el amor y la bondad en nuestros corazones. Sí, es una obra sobre desilusión pero también sobre renacer. Vela en cines ahora mismo. Sé que yo lo haré de nuevo y no descansaré hasta tenerla en casa en 4K también.
Eso sí: desconozco hasta que punto llegue la polémica causada alrededor del uso de IA durante la post producción para mejorar la pronunciación de los diálogos en húngaro de Brody y Jones. Le da un gran toque de naturalidad pero la verdad sea dicha, ¿a dónde vamos a parar si ya hasta el talento actoral depende de la tecnología?