La noche del sábado 14 de diciembre, la Explanada del Estadio Azteca fue el epicentro de un evento que desafió las barreras de la realidad y transportó a miles de almas a un universo donde la música, la tecnología y la pasión colisionaron en perfecta armonía. Los británicos de Bring Me The Horizon se encargaron de cerrar un año cargado de conciertos con un show que superó cualquier expectativa, confirmándose como una de las bandas más impactantes del panorama musical actual.
Desde tempranas horas de la tarde, las calles que rodean el monumental estadio se llenaron de camisetas negras, maquillajes extravagantes y un mar de seguidores expectantes. Las filas serpenteaban como ríos oscuros, mientras los asistentes compartían su entusiasmo por ver a la banda liderada por el carismático y controvertido Oli Sykes. Su historia de redención y transformación ha sido tema de conversación durante años, y este concierto prometía ser un reflejo de esa evolución.
Un preludio cargado de energía
El evento inició con una jornada musical que no escatimó en calidad. Thrown, The Plot In You, Polaris y Spiritbox calentaron motores, dejando claro que el metal contemporáneo está más vivo que nunca. Cada banda puso su sello distintivo, desde los guturales agresivos hasta los riffs melódicos que encendieron los ánimos. Pero era evidente que la noche pertenecía a Bring Me The Horizon.
Cuando el reloj marcó las 21:00 horas, las luces se apagaron y un silencio expectante se apoderó del lugar. La pantalla gigante cobró vida, proyectando una animación futurista titulada Post Human: Nex Gen. La introducción, digna de un videojuego de última generación, marcó el tono de lo que estaba por venir. Una inteligencia artificial llamada Eve dio la bienvenida, prometiendo “la experiencia más electrizante de sus vidas”. Y vaya que cumplieron.
El poder de la escenografía y la narrativa visual
El telón rojo cayó, revelando una escenografía que simulaba el interior de una iglesia postapocalíptica. Tres niveles se elevaban sobre el escenario, permitiendo que cada miembro de la banda tuviera su momento de protagonismo. Oli Sykes, con su presencia magnética y estilo inconfundible, emergió como un profeta de una nueva era.
“DArkSide” y “MANTRA” fueron las primeras en desatar el caos controlado. Las pantallas mostraban gráficos distópicos mientras el público coreaba cada palabra. Oli, siempre conectando con la audiencia, gritó: “¡Quiero ver el mosh pit más grande de México!”. La respuesta fue inmediata: un mar de personas formó un wall of death que estalló al ritmo de la batería demoledora de Matt Nicholls.
Un recorrido por su legado y su futuro
A lo largo de la noche, la banda demostró por qué ha sido pionera en redefinir el metal moderno. Desde sus inicios en el deathcore hasta su evolución hacia un sonido más experimental y melódico, cada canción fue un testimonio de su versatilidad. “Happy Song” y “Sleepwalking” encendieron las emociones, mientras que “Shadow Moses” llevó al público a un éxtasis colectivo.
El momento álgido llegó con “Kingslayer”, donde los integrantes aparecieron con máscaras de luchadores, un guiño a la cultura mexicana. La pirotecnia iluminó el cielo mientras confetti en forma de corazones llovía sobre la multitud. Cada detalle estaba calculado para crear una experiencia inolvidable.
La magia de Oli Sykes y el corazón de la banda
A pesar de los desafíos vocales que Oli ha enfrentado tras años de exigencias extremas, su energía y carisma son innegables. Sus interacciones constantes con el público, desde subir fans al escenario hasta ponerse un gorro de Pikachu regalado por un asistente, reforzaron su conexión con los seguidores. Josh Franceschi, guitarrista y corista, complementó a la perfección, demostrando por qué es una pieza clave en la maquinaria de BMTH.
Un cierre para la historia
La velada culminó con “Doomed”, interpretada en su versión sinfónica mientras en las pantallas se proyectaban escenas de los primeros años de la banda, un homenaje a su trayectoria. Finalmente, “Drown” cerró el espectáculo con un estallido de emoción, dejando a los asistentes con la sensación de haber vivido algo único.
Conclusión: una experiencia trascendental
Bring Me The Horizon no solo entregó un concierto; ofrecieron un viaje interdimensional que borró las líneas entre lo real y lo virtual. Su producción impecable, combinada con una narrativa cautivadora, transformó a cada asistente en protagonista de su propia historia. Este show no fue solo un cierre para el 2024, sino un recordatorio del poder transformador de la música en vivo.
Al salir de la explanada, los asistentes intercambiaban miradas de complicidad, conscientes de que habían sido testigos de algo extraordinario. Bring Me The Horizon no solo reafirmó su lugar en la cima, sino que también demostró que el futuro del metal está en buenas manos.