Su flor favorita es la gladiola, preferentemente de color rojo. Adora el Océano Pacífico, esa costa bravía, rugiente, bañando tierras que añora; Colima, Nayarit, Jalisco. También es experta cocinera, al grado de haber viajado a San Andrés Cuexcontitlán para conocer a un hombre de noventa años de edad llamado Isidro, quien le entregó un metate de cincuenta kilos con el cual hace las tortillas que, acompañadas de salsa verde, le dan vida a una de su especialidades: el taco de lengua. Lo último, testimonio de la meticulosidad con la que aborda sus pasiones, como la música, oficio que lleva treinta años cultivando bajo el nombre de Ely Guerra y que hoy la hace preguntarse por los límites de la libertad, los móviles de las luchas y las estrategias de defensa a la hora de crear. Todo con un álbum como fondo: Sweet and sour. Hot y spicy.
La cita tiene lugar al sur de la capital. Al llegar al lugar pactado, si se pone atención, es posible ver que en una de las ventanas que colman la arbolada calle Berlín, en el corazón de Coyoacán, un premio Grammy se asoma entre cortinas. El gramófono dorado está a la vista de cualquiera, como si fuera un muñequito de porcelana o una maceta tras los vidrios de casa. En dicha vivienda se localiza Topetitud Estudios, las salas de grabación donde gente como Fito Páez, The Mars Volta, San Pascualito Rey o Vampire Weekend han echado mano del botón que indica record en las consolas que ahí habitan. Ely Guerra espera allá, tras un inmenso portón chirriante, celebrando que hace veinte años apareció Sweet & sour. Hot y spicy, un trabajo que hoy se reedita en vinil, acompañado de aderezos que enriquecen su sabor: remasterización, arte gráfico inédito, demos…
“Es interesante empezar la charla desde ahí. Porque se cree que la gente no cambia, a mí me lo han dicho; pero evidentemente cambiamos, cada día”. La nacida en Monterrey reacciona ante el planteamiento inicial: ¿qué prevalece y qué ha muerto dentro de ella tras la edición del citado álbum? “Siento que de alguna u otra forma prevalece el espíritu de hacer la música que siempre he querido hacer, el no traicionar ni tomar el camino fácil. ¿Qué no hay ya? Lo que pasó, una época. Yo reflejé perfectamente mis treintas en esa producción. Me sentía voluptuosa. O sea, perdóname la expresión coloquial: mucha chichi, mucha pompa. Me hice un afro. Estaba el deseo de explicar cómo me sentía en un contexto erótico y sensual. A los treinta estás bárbara; eso ahora ya está en otro lugar. Y esto me obliga, y me encanta, a escribir otra música. Uno se transforma; forma parte de la madurez”.
Sweet & sour. Hot y spicy vio la luz tras Lotofire (1999), Pa´morirse de amor (1997) y un debut de título homónimo (1995). Para entonces, Elizabeth Guerra Vázquez ya había versionado a María Grever, encontrado el “Peligro” al que se expone un “Ángel de fuego”, incursionado en los terrenos del trip-hop y el rap (en el segundo caso con Control Machete, para el soundtrack del filme Amores perros), así como ganado las palmas de la nación MTV gracias a su participación al lado de La Ley en el tema “El duelo”, dentro de la lectura del formato unplugged realizado por la banda chilena. Aquí un repaso histórico somero en realidad, porque los retos que la cantautora ha confrontado van más allá de lo estético. “Yo tuve que subirme a escenarios donde nadie quería escucharme”, avisa la artista. “Me ponían entre Molotov y Guillotina, ante una audiencia que lo último que quería era escuchar lo que una mujer tenía que decir. Difícil, pero al fin y al cabo había que hacer la labor”.
En este contexto, Guerra concentró en una docena de composiciones aquel presente, ya lo dijo ella aquí mismo, erótico y voluptuoso. La obra de marras se parte de tal modo en dos bloques, delineando en la primera parte (Sweet & sour) un perfil crudo, guitarrero; y en la segunda (Hot y spicy) un rostro delicado, incluso susurrante. Ambos puntos, eso sí, confesionales totalmente (hacer sonar “Más bonita” y “La playa” una tras otra ayuda a comprender cuan radicalmente congruente se mostraba entonces su artífice). Para alcanzar el objetivo, a diferencia de lo hecho con Lotofire (producido por el venezolano Andrés Levin), se recurrió a cinco talentos. “Eran tiempos en los que todos estábamos creciendo y era importante colaborar. No había prejuicios de, ay, no sé si quiero hacer esto con Ely, algo que sí viví con mis discos anteriores y que terminé haciendo en el extranjero porque en México nadie tenía ganas de apoyar a una mujer, quizá porque era guapona y por eso les parecía tonta, no sé. Es así como Thom Russo se subió, también Daniel Goldaracena, Emmanuel del Real, Toy Hernández y Sacha Triujeque. Éramos hartos y con ganas”.
La dupla conformada por Hernández y Triujeque venía de darle forma a Siempre es hoy, el entonces más reciente trabajo de Gustavo Cerati, mientras el de Café Tacvba justo había coproducido Bueninvento, de Julieta Venegas. En este paisaje, la figura de Goldaracena resultó fundamental. “Estuve algún tiempo noviando con Tito de Molotov”, ahonda Guerra; “y Daniel era parte del grupo de amigos. Un fotógrafo increíble, un músico e ingeniero fantástico. De las cosas más valiosas que encontraba en él era la forma en que grababa en vivo. Se colgaba su maquinita y ponía dos micrófonos en cruz, grabando todo. Me parecía increíble lo que lograba captar de esa manera y por eso lo invité. Quería hacer ‘Más bonita’ con él, en vivo, con todos los músicos juntos; es el único tema del álbum que se hizo de modo análogo, en cinta. Después, del mismo modo, grabé con él ‘Sueles dejarme solo’, de Soda Stereo. Daniel es un personaje que adoro. Su banda, Los Nena, me gustaba. No he conocido algo igual”.
Ely se reencontró con los discos duros de esos días recientemente. Sesiones de Pro Tools a las cuales metió mano para así celebrar veinte años de la edición de aquel trabajo fundamental en su historia. “Y fue de escuchar y decir, ¡wey, qué bien hacíamos las cosas! Ha sido un placer manosear esa producción, remasterizarla. Porque ese disco lo administramos nosotros, es decir, mi compañía y mi equipo; rentamos los espacios y nos responsabilizamos de cada viaje, instrumento, micrófono y encuentro realizado. Bajo esta total libertad, siento que el resultado está muy bien. Me quedo tranquila a la distancia”. La creadora habla acá, además de la labor de los ya citados productores, de músicos como Hernán Hecht, Nico Santella o Pancho Lelo de Larrea, los entonces llamados Elys Guerras. “Y sí, claro que noto que hay cosas que hoy podrían hacerse distinto”, prosigue la cantante; “por supuesto que veo las fisuras de lo que grabamos pero, ¿eso qué? No se trata de algo que se pueda controlar. Es un material que escucho ahora y me parece atemporal. No suena old fashion”.
Más allá de los retos de orden logístico y económico, Ely Guerra aquilata el contenido de Sweet & sour. Hot y spicy con la sapiencia que el paso del tiempo concede. Y desde ahí subraya la importancia de que la canción y sus bondades imperen siempre, lejos de edades y tendencias. Esto, considerando también el reto que divisan las nuevas generaciones de compositores, aunque sin poner demasiada atención en si se trata de mujeres u hombres. “Somos muchos trabajando desde nuestro lugar con canciones, canciones valiosas que tienen una profundidad musical, que se entregan sin que importe cómo estén revestidas porque, además, existe detrás un personaje con una personalidad grandiosa, insustituible. ¿Cómo veo al escena de mujeres haciendo música? Fuerte. Pero para mí la música no tiene género. Ahora siento la necesidad de hablar de la música independiente porque nadie es independiente. O sea, podemos serlo en cuanto a la toma de decisiones creativas, pero administrativamente nadie es independiente; dependemos de una industria y por eso mismo no puedo hablar de la música desde un género, porque me parece que es algo que nos afecta a todos”.
En este entendido es que las dinámicas impuestas por TikTok o Instagram alzan la cara. Respecto a qué lugar ocupan dichas plataformas en el día a día de quienes hacen música, especialmente entre las nuevas generaciones, Ely concede que opinaría “desde la empatía, hombro con hombro con otros, porque me ha tocado luchar por lo que creo para evolucionar con mi Arte. ¿Cómo se puede evolucionar con el Arte? Siendo inteligente, teniendo un acervo cultural importante, entendiendo que TikTok, Instagram y esto y aquello se van a ir, que son un momento, que lo que va a preservarse es el Arte. Hay que saber decir no; es más fácil saber lo que no quieres que lo que sí quieres. En mi caso, he sido pionera en muchas cosas, en algún momento, cuando no había a quién copiarle ni para dónde mirar y decir, ah, le voy a hacer igualito que esta morra. No, había que innovar. Era de, wey, ¿quién hace esto?, nadie, ¿y ahora? Uno siente en el cuerpo, a veces éste te dice que no, que no puedes entrarle a ciertas cosas. Entonces hay que entender la intuición y fabricar una escala de valores y someterte a ellos, entendiendo que ningún trayecto es fácil de recorrer”.
“Ojos claros, labios rosas”, “Mi playa”, “Pa-ra-ti”, “Quiéreme mucho”, “Tu boca”… un buen tramo del listado de temas incluidos en Sweet and sour. Hot y spicy forma parte ineludible de las presentaciones en directo de Guerra. Su vigencia, la autora considera, obedece al hecho de que “el verdadero valor de una producción está en la canción”, y son las suyas composiciones que se sostienen “encueradas”, con sólo voz y guitarra, porque “si no hay una canción que se interprete por sí sola, no hay nada. Hay que poner el ojo y de repente saber cuáles son los artistas que tienen algo por ofrecer pues ahí pierde fuerza el género, porque lo importante es decir, soy músico, ¿cómo chingados le voy a hacer para que éste siga siendo un lugar seguro para ser libre creativamente? Esto nos corresponde a mujeres y a hombres”. Y es colocando el dedo índice en tal punto que la artista se despide: “La lucha ya no puede consistir en, a ver si me dejan o no tocar porque soy mujer; debe ser de, ¿cómo no me vas a dejar? ¡Quítate, voy a tocar y ya! O sea, esto se trata de cómo vamos a defender nuestro espacio creativo. Cómo podemos seguir siendo músicos libres”.
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