Hola, mi nombre es Anohni. Amanece en la Ciudad de México y escucho estas palabras en la oscuridad de mi habitación, desde la pantalla negra de la computadora que calienta mis muslos. La artista se encuentra en Londres, visitando a un familiar. Voz profunda, destila sapiencia, me cuenta que después se moverá a Polonia. Recién concretó una gira veraniega por Europa tras mantenerse lejos de la carretera por casi una década y no anunciarse acompañada de una banda por 14 años. “Hacía mucho que no me presentaba con músicos en directo. Lo he conseguido finalmente. Ha sido un proceso inspirador, una fuente de gozo. Me siento útil cantándole a la gente, dando aliento. Eso es bueno”.
My back was a bridge for you to cross (Secretly Canadian, 2023) es su álbum más cercano. Un trabajo donde la filigrana del soul se manifiesta gracias a diez composiciones que van de la catarsis viciosa de “Go ahead” a la belleza sobrecogedora de “Silver of ice”. Por su lado, la portada del plato sostiene el compromiso de la autora con una causa, pues se trata de un retrato de Marsha P. Johnson, activista neoyorquina fundadora de las Street Transvestite Action Revolutionaries (STAR) y figura fundamental de los disturbios de Stonewall. “Como música, mi principal labor es elaborar un soundtrack para aquellos que están haciendo el trabajo sucio en el terreno de los cambios sociales”, explica la inglesa.
Registrada con el nombre de Antony Hegarty, en Chichester, al sur de Inglaterra, Anohni crecería en San Francisco tras hacer escala en Ámsterdam. Encantada por las luces techno pop que despedían Alison Moyet y Marc Almond, hallaría en Boy George un punto de inflexión que se vería reforzado por las tonadas de Nina Simone y Otis Redding; “gente que procuró usar su voz para crear un sonido que fuera resonante con su presente y su entorno”, según la de “Breaking”. Ya instalada en Nueva York, la inglesa estudiaría teatro experimental para forjar su personalidad en escena admirando la portada del single “Torch”, de Soft Cell, así como la silueta de Isabella Rosellini en su papel de Dorothy Vallens (Blue velvet).
Al frente de Antony and The Johnsons ganaría notoriedad presentándose lo mismo en la Knittin Factory que en el Pyramid Club. Tras un debut de título homónimo, I am a bird now (2005), ganaría foco mundial para llevarse el Mercury Prize, con todo y Lou Reed certificando que algo grande estaba ocurriendo; al lado de las del Tranformer, pronto se le unirían las bendiciones de Yoko Ono y Björk. Desde entonces, a la par de una carrera discográfica con presentaciones donde la vanguardia escénica se ha entretejido con los matices de una sinfónica, por decir algo, la creadora ha incursionado en el mundo editorial así como en los terrenos de la plástica. Su voz, al tiempo, gana volumen siempre que apunta hacia palabras clave. Feminismo. Ecología. Política. Espiritualidad.
No es cualquier cosa hallarse con Anohni, conversar. Su sola voz impone bastante. En mi caso, ésta va desperdigándose por un cuarto en penumbras —café frío en el buró, la cama destendida— hasta orillarme a formular cuestionamientos respecto a mi labor periodística. Escucharle significa reaccionar, considerar. Es una invitación a sostener un diálogo horizontal. “Me importa lo que diga de mí la prensa, pero no por lo que ésta considere, sino porque es muy poderosa: le ofrece a las masas una supuesta destilación de las intenciones del artista, y si se miente o falsea lo que dices se termina perdiendo en la transacción”, apunta la cantante. “Es terrible esto, me angustia, porque se tiene una única oportunidad de hablar. Es decir, está muy bien tener a 2 000 personas en tu concierto, pero si dos millones se desayunan una difamación confundiéndola con una afirmación gracias a un periódico de circulación nacional, ¿qué termina siendo más significativo?”.
De igual manera, Anohni asume su responsabilidad como artista. Con claridad se ubica a sí misma en un espectro social. “Ahora mismo, como artista que soy, me veo obligada a ser lo más útil que pueda con tal de ayudar a las personas que andan en la dirección que admiro. Eso es lo que ofrezco con mi trabajo. Vivimos una época difícil, es complicado estar vivo y observar el mundo, pero también depende de cuáles periódicos leas y cómo esté compuesto tu círculo social. El camino es confuso, y andarlo puede significar una experiencia solitaria. Entender lo que ocurre es una tarea complicada. Personalmente, cuento con mis propios héroes, quienes me enseñaron cómo echar mano de la música para conseguir que la gente se haga partícipe: Ross Williams, Diamanda Galas, Little Jimmy Scott, Otis Redding, Nina Simone…”.
Sin embargo, la de “You be free” estima que la música que construye difícilmente podría generar un cambio social, aunque sostiene que las nuevas generaciones cuentan con herramientas más sólidas para lograrlo; “como nadie antes jamás”, afirma categórica. “Basándome en mi propia experiencia, no creo que yo logre cambiar algo en alguna sociedad”, explica luego, refiriéndose a un presente pleno de “sentimientos y pensamientos catastróficos”. En tal terreno, alude a un objetivo certero: “crear un soundtrack para quienes producen cambios. Usar mis habilidades para ayudar lo más que pueda a vernos reflejados, vistos, en cuanto a lo que sentimos. Muchos artistas buscamos ofrecer lo mejor que tenemos. Integrarnos. Algunos reparan calzado y otros cultivan vegetales; mi trabajo es hacer música para la comunidad”.
El tema llega hondo una vez que se habla de la forma en que la industria del espectáculo trivializa el significado de la palabra artista, paradójicamente encumbrando a personajes cuya valía reside en la cantidad de brillantina que sus actos derrochan. Según la artista, el asunto deriva en entretenimiento vacuo y, por consecuencia, dirige a la represión. Ejemplos sobran, sin embargo la charla lleva a señalar a uno en especial. “Ahora las cosas son un tanto más perversas. La gente no suele pensar en un músico como parte de la comunidad, sino que le ubica en un nivel distinto, como una especie de celebridad de plástico, como si fuera parte de la realeza. Un asunto monárquico. Kim Kardashian está en el mismo nivel que una reina, por ejemplo. Y ésta es una forma de mantener a la gente oprimida: las celebridades como forma de consumo, a favor de un sistema opresivo, distractor”.
Ante tal paisaje, ¿hay esperanza? Es decir, ¿existe espacio para entregarse a ciertas promesas? “Hay quienes lo creen así”, responde la compositora. “Algunos se sienten esperanzados y otros no, pero lo que sea que la gente sienta no tendrá incidencia en lo que vaya a ocurrir. Lo que sucederá tendrá más qué ver con un asunto científico; ¿cuántas aves volarán en el cielo?, ¿qué tan caliente estará el Océano?, ¿seguirá viva La Gran Barrera de Coral?, ¿todavía existirá el Amazonas?, ¿habrá suficiente oxígeno, comida?, ¿cuántos seres humanos viviremos en este planeta? Todas esas respuestas no tendrán nada qué ver con la esperanza o la desesperanza que sintamos ahora”. Imagine all the people sharing all the world, suspiraba John Lennon; una frase que la misma Anohni adoptó alguna vez en su sentida versión del clásico pacifista. Se habla allá de diferenciar al cielo del paraíso. Prosigue ella misma:
“Existen fundamentalistas cristianos que creen que se irán al cielo luego de la segunda llegada de Jesucristo, pero eso no significa que en el fondo sostengan interés por el estado actual de la biósfera. Muchas de las personas que apoyan a Trump se hallan infectadas de esperanza, ¿me explico? O sea, la esperanza es una emoción, y es útil para expresar cómo te sientes, pero está lejos de ser un indicador de lo que está por suceder. Es sólo otro sentimiento. ¿Qué tan motivado te sientes como para hacer un cambio? Es decir, si estás muy esperanzado, la pregunta es, ¿te sientes también motivado? ¿Esa esperanza te incita a pelear por un cambio u oprime tu capacidad de luchar? Hay gente que necesita sentirse con esperanza para actuar positivamente. Depende de cada quien, del metabolismo de cada cual”.
Hablando de metabolismo, siendo precisos respecto a la eliminación de desechos, me atrevo a plantearle que México, ese país que, ella misma afirma, “vive en un lugar muy especial de mi corazón, la calidez de la gente es sobrecogedora”, está conformado por una sociedad profundamente machista que, históricamente, ha invisibilizando la labor artística de la mujer. Anohni guarda silencio diez segundos antes de contestar a mi pregunta —¿qué puede hacerse al respecto?—, arrancando con un “es algo muy profundo, me sorprende que toques un tema que tú mismo podrías abordar mejor”:
“Como la persona privilegiada que soy en varios sentidos, considero dos caminos. El más común, denigrar a la gente a costa de sangre y vidas; en la otra mano está aludir a la justicia social que emerge de un pensamiento iluminador, quienes cuentan con acceso a este pensamiento tienen la responsabilidad de facilitar los cambios. Al preguntarme esto entiendo que eres la persona indicada para aprovechar todos los foros que puedas como escritor para abrir la conversación. El patriarcado está muriendo tras aniquilar la diversidad en la tierra. La mejor terapia que podemos tomar es en orden de empoderar a los sistemas femeninos preguntándonos qué podemos hacer para contribuir. Te deseo la mejor de las suertes a la hora de responderte tu propia pregunta, en verdad ansío que lo logres. No hay trabajo más importante que empoderar a las mujeres para que nos dirijan en la siguiente fase de la vida humana en la tierra”.
Tras veinte minutos de conversación, retomo las palabras del New York Times al referirse a quien en Londres me escucha: Anohni no teme a la oscuridad. Tras tres décadas de carrera, la música art-pop sigue abrazando nuevos sonidos, cargando historias del pasado e interrogando a todo tipo de poder. ¿Qué tal, verdaderamente no le temes a la oscuridad?, inquiero. La respuesta se queda flotando en las sombras de mi recamara una vez que ambos abandonamos la llamada virtual. Iluminando. “Mh… No quiero tenerle miedo a la oscuridad. Aunque eso no quiere decir que no sienta temor. Es decir, tengo la disposición de explorar la oscuridad, a pesar de que le tengo miedo. Nací con ojos, y cualquier animal que los tenga ama la luz; yo lo hago, está en mi naturaleza hacerlo. Ver, percibir. ¿Un mundo sin luz? Da miedo”.
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