Hay músicos que se convierten en verdaderas leyendas de la música. Uno de ellos es, sin lugar a dudas, Eric Clapton, quien en su vasta carrera fue parte clave de la agrupación Cream y ha compartido escenario con colegas igual de históricos que él, ya sea Paul McCartney de The Beatles, Mick Jagger de los Rolling Stones o el mismísimo Chuck Berry, siendo uno de los grandes maestros de la guitarra del rock y el blues en la actualidad. Y eso fue lo que vino a demostrar en el Estadio GNP Seguros en su regreso a México, con un grandioso recital de una hora 45 minutos que dejó a todos satisfechos con sus tres actos de espectáculo musical.
Primer acto: rock, Cream y una pizca de blues
Después de que el acto abridor de Gary Clark Jr., viejo conocido de la audiencia mexicana al presentare ya un par de ocasiones previas en nuestro país, la mesa quedó puesta para que, en un escenario con cinco luces y dos pantallas laterales, todo estuviera puesto para la esperada salida de Eric Clapton. Mientras, el remodelado foro se llenaba de gente de diversas edades, entre padres, abuelos e hijos, que estaban dispuestos a presenciar el regreso del legendario guitarrista.
Fue así que, haciendo honor a la puntualidad británica, Eric Clapton y su banda salieron puntuales a la cita pactada de las 9 de la noche y comenzó el repaso por una larga historia tocando uno de los más grandes éxitos de su carrera: Sunshine of your Love, que hiciera famosa al lado de sus compañeros del rock psicodélico Jack Bruce y Ginger Baker en Cream. Ataviado de una chamarra negra, gorra y jeans, bastaron los primeros acordes de su guitarra en blanco y negro para que la gente, sin más, se metiera de lleno a este recital.
Haciendo los respectivos honores al blues, Key to the Highway continuaba hipnotizando a todos los presentes que gozaban el virtuosismo del oriundo de Surrey, Inglaterra, tocando su clásica Stratocaster mientras la banda que lo acompañaba y sus coristas no cesaban de contagiar de buen ritmo mientras I’m your Hoochie Coochie Man mezclaba la pasión del blues con la rebeldía del rock ante un público que, sorpresivamente, no sacaba su celular y, sentados en sus lugares, se dedicaba a viajar al lado del músico y su propuesta.
El cierre de este primer punto con su guitarra eléctrica llegó con otro recuerdo de Cream gracias al tema Badge, donde el tecladista Chris Stainton y, sobre todo, el encargado del órgano hammond y teclados, Tim Carmon, comenzaban a lucirse con interesantes solos de acompañamiento para Clapton y compañía, dándonos una pequeña probada de lo que sucedería después, cerrando así la primera parte de tres de una velada poderosa.
Segundo acto: Eric Clapton y su maestría acústica
Si bien quedaba claro que el británico, como buen artista de la vieja escuela, llegó a tocar y complacer a los fans sin tanta interacción, definitivamente al tomar la guitarra acústica y tomar asiento en una silla de terciopelo rojo en el escenario dejando un momento de lado a su “novia”, la clásica Stratocaster, mostró porqué es uno de los maestros de la guitarra en la actualidad. Sin necesidad de plumilla y solamente con sus dedos, Eric Clapton ofreció el momento más melancólico de la noche.
Gracias a temas como Nobody Knows when you’re Down and Out, Running on Faith y Golden Ring, puso a todos en ambiente para tocar dos de sus más grandes éxitos. Primero, el cover de Change the World, aplaudido por sus devotos fanáticos con este tema interpretado por primera vez para la cinta de Fenómeno (Turteltaub, 1996) con John Travolta. Pero fue con Tears in Heaven, otra canción compuesta para una película llamada Rush (Zanuck, 1991) que provocó ahora si la lluvia de luces de celular para acompañar la dolorosa poesía compuesta por el británico, cerrando así un bloque acústico memorable.
Tercer acto: blues absoluto con sabor a “Cocaine”
Pero fue en este ultimo bloque de la noche donde Eric Clapton entregó todo no sólo gracias a sus poderosos solos y la maestría de su toque, sino al acompañamiento de una banda que se entregó por completo al espíritu del blues con un par de covers a Robert Johnson y otros detalles que, durante cuatro de cinco canciones, impactaron a toda la audiencia. Y es que después de las lágrimas del cielo, Got to Get Better in a Little While comenzó una inesperada fiesta que nos transportó directamente al pasado y esas épocas de los bares nocturnos donde la improvisación y los solos largos eran el sello del género.
Liderados por el británico y su querida Stratocaster, Nathan East en el bajo y Doyle Bramhall II en la guitarra siguieron los pasos del maestro, tocando unos solos chulos que alargaron los temas, provocando que al cerrar los ojos uno se sintiera en un bar, tomando chela y sintiendo simplemente la vibra de la música. Pero fue Tim Carmon en su instrumento quien, invadido por el alma del blues, se puso al tú por tú con la maestría de Eric Clapton al hacer sonar su órgano de manera singular, siendo el perfecto acompañante.
Old Love, Cross Road Blues y Little Queen of Spades fueron la triada de temas que servían como antesala para la despedida, donde todos los asistentes del Estadio GNP recibieron un toque de Cocaine, tema emblemático de Eric Clapton que nuevamente enloqueció a todos y unió a un público completamente hechizado por la guitarra y la música que fueron capaces incluso de ahuyentar a la lluvia para el disfrute absoluto del show. Y aunque parecía que esta pequeña sobredosis de droga musical culminaba con lo mas alto, aún faltaba una sorpresa más.
Y es que, para el cierre, el maestro Clapton invito a su colega abridor, Gary Clark Jr. a tocar Before You Accuse Me, juntando la genialidad del exponente clásico con la juventud y maestría del alumno más avanzado de los guitarristas de rock y blues alzando además una voz de protesta al usar una guitarra adornada con la bandera de Palestina, demostrando que el poder de la música y el talento es lo único que basta para conquistar al público.
Con solo quince temas, menos de lo que tocó en su paso por Brasil, Eric Clapton no sólo repasó su importante carrera, sino mostró la fuerza de los acordes y el poder del rock blues que fueron capaces de satisfacer a una audiencia que terminó encantada, sin sacar celulares ni nada, simplemente viviendo el momento de lo que, probablemente, podría ser la última visita de una leyenda viviente a nuestro país, consolidando el poder de los clásicos que jamás envejecen y menos si tocan la guitarra como él.