La Ciudad de México vibró con una energía desbordante el pasado fin de semana, cuando Metallica regresó para ofrecer dos conciertos inolvidables en el Estadio GNP (antes Foro Sol). Más de 65,000 fanáticos se congregaron para disfrutar y rendir homenaje a la banda que ha marcado el pulso del metal durante décadas. Este evento no sólo fue un concierto; fue un despliegue de fuerza, nostalgia y un profundo amor por la música que une a generaciones.
El escenario, diseñado para esta edición del «M72 World Tour», es una obra de arte en sí mismo. Con su forma circular, el set permitía que los espectadores desde cualquier ángulo pudieran sentir la cercanía y la energía de los músicos. El “pozo de las serpientes”, una sección excavada en el medio del escenario, donde los fans pueden estar de pie y ver a la banda tocar por encima y alrededor de ellos, se convirtió en un mar de manos alzadas y cabezas moviéndose al ritmo del metal. Ocho torres de pantallas LED se alzaban hacia el cielo, proyectando imágenes vibrantes y creando un espectáculo visual que acompañaba la brutalidad sonora de la banda. Cada detalle estaba meticulosamente planeado, desde los soportes de micrófono hasta las plataformas de batería emergentes, asegurando que cada rincón del estadio vibrara con la música, dando comienzo al primero de dos fines de semana irrepetibles.
Primer concierto de Métallica en México
La noche del pasado viernes 20 de septiembre comenzó con la energía de Mammoth WVH, el proyecto del hijo de Eddie Van Halen, Wolfgang Van Halen. Su sonido fresco y potente, marcado por riffs incisivos y melodías memorables, logró captar la atención del público y establecer el tono para lo que estaba por venir. Su actuación fue un cálido recordatorio de la herencia musical que lleva en la sangre, y sus interpretaciones de temas como Distance resonaron con fuerza en la audiencia que de a poco iba llegando por ser un viernes donde muchos fans corrían de su trabajo al estadio.
Luego, Greta Van Fleet subió al escenario, trayendo consigo una mezcla de rock clásico con un aire moderno. Con su sonido influenciado por Led Zeppelin, la banda logró encender el ánimo del público con temas como Black Smoke Rising o Heat Above. Su voz potente y la energía juvenil de sus integrantes sirvieron como un puente perfecto hacia el momento culminante de la noche.
Poco después de las 21:00 horas, con el estadio lleno y la emoción en el aire, las luces se apagaron y las notas de It’s a long way to the top (if you wanna rock’n roll) de AC/DC sonaron como un preludio del espectáculo, para luego dar pie al otro tema introductorio: el magnífico The ecstasy of gold, composición del legendario Ennio Morricone para la banda sonora de «El bueno, el malo y el feo (1966)», película de la cual se proyectaron algunas escenas mientras sonaba la melodía y de la que James Hetfield, vocalista de Metallica ha dicho en varias ocasiones que es fan: «Me hice fan de Clint Eastwood desde muy joven. De hecho me identificaba con cada personaje de la película: el feo, el bueno y el malo. Sin profundizar mucho, metafóricamente, todos tenemos eso en nosotros».
Cuando Metallica finalmente apareció, el rugido de la multitud fue ensordecedor. El inicio con Creeping Death dejó claro que la noche sería una explosión de energía. Hetfield, con su característico estilo, hizo vibrar a los asistentes con su poderosa voz, mientras los riffs de Kirk Hammett, el groove de Robert Trujillo y el pulso de Lars Ulrich, transformaban el recién remodelado Estadio en un hervidero de pasión metalera. La canción, un himno en el que los ecos de las plagas de Egipto se convirtieron en cánticos colectivos, demostró la conexión visceral entre la banda y su público.
A lo largo de la noche, los de San Francisco ofrecieron un setlist que abarcaba su vasto legado musical. Harvester of Sorrow y Leper Messiah fueron un tributo a dos álbumes legendarios «…And Justice for All» y «Master of Puppets», mientras que 72 Seasons e If Darkness Had a Son, de su más reciente producción, regresaron un poco la calma al recinto a la par que James Hetfield demostraba sus dotes de frontman dando palabras en español a los asistentes y agradeciendo su presencia. Mientras la expectativa aumentaba, llegó el momento en el que Trujillo y Kirk Hammett decidieron rendir homenaje a la cultura local con su versión de La Chona, de Los Tucanes de Tijuana, lo que desató un estallido de alegría, sorpresa y hasta incredulidad. La mayoría de los fans se unieron en risas y baile coreando la estroga de la popular canción mientras los músicos tocaban y se movían al ritmo de la pegajoza melodía. Por fuera, y durante días, la banda desató opiniones de todo tipo, desde aquellas defiendiendo la interpretación, hasta los más radicales criticando el momento, acusando a la banda de haber perdido sus raíces metaleras desde hace tiempo. En tanto, Los Tucanes de Tijuana, autores de la canción, agradecieron a la banda por ponerlos en el foco de atención de todo el mundo.
Después de ese momento especial que no sólo sucede en México, pues en cada concierto ambos músicos tocan una canción popular del país en que se encuentran, se aproximaba el verdadero climax de la noche, comenzando con The Day That Never Comes, que desató una oleada de emociones tras un preludio de tonos envolventes.
Luego, Shadows Follow trajo una tensa calma, preparando el terreno para la joya instrumental no sólo de Metallica, sino del metal en general: Orion, pieza que siempre la tocan como homenaje a su mítico bajista, el fallecido Cliff Burton, dado que es la última pieza de la banda en la que participó antes de su muerte en un lamentable accidente de autobus en una de las giras de la agrupación durante 1986. En vivo, Orion se convirtió en una odisea sonora que transportó a los asistentes a un viaje espacial, con cada nota y puente musical evocando una profunda melancolía. El bajo, con sus múltiples matices, tomó el protagonismo en esta misteriosa y penetrante melodía que seguro llegó hasta donde Cliff descansa.
Tras el éxtasis, la oscuridad se apoderó del lugar para que fueran las luces del público, ya sea con encendedores o las pantallas de su celular las que acompañaran la melodía de Nothing Else Matters, creando un ambiente íntimo y mágico. El recinto se encendió nuevamente de manera vigoroza con Sad but True, donde los coros resonaron con fuerza. En cuanto aparició Fight Fire With Fire, se desató la locura en la zona general con los primeros mosh-pit de la noche, impulsados con el frenético ritmo de la batería de Ulrich y los contundentes riffs de Hetfield y Hammett.
El momento con más adrenalina de la noche no podía seguir de otra forma sino que con unos pistones gigantes proyectos en las pantallas del Estadio GNP, que calentaron los motores para estallar con el grito de Hetfield: “Gimme fuel, gimme fire”, dando inicio a Fuel, un tema que provocó una explosión de energía entre los asistentes, y cuando los ánimos estaban a topé, el momento de la destrucción llegó con uno de sus primeros éxitos: Seek & Destroy, la novena canción de su álbum debut Kill ‘Em All (1983), llevó la euforia al máximo, mientras enormes pelotas de playa aparecieron y eran impulsadas por el público.
Alegría, euforia, emoción, éxtasis y más era lo que hasta ese momento los cuatro jinetes del apocalipsis habían provocado entre los capitalinos, pero lo mejor de la noche estaba apunto de llegar: el himno por excelencia de Metallica: Master of Puppets, que si bien entre el público más joven es conocida por su exitosa aparición en la serie «Stranger Things», todo fan de antaño sabe el lugar que tiene esta canción que habla sobre las drogas y cómo éstas controlan a las personas que las consumen, como una de las mejores no sólo del metal, sino del rock en general. Sus primeros riffs se sintieron como un huracán de thrash metal que arrrasaba todo a su paso. Ese maestro que destroza mente, cuerpo y alma fue cobrando vida mientras 65,000 almas coreaban al unisono y a todo pulmón «Master, master…», mientras un épico despliegue de pirotecnia iluminaba el recinto. Tras dejar gargantas y cuerpos destorzados, cada integrante manifestó su alegría por estar en México, sonó un “viva México cabrones” de la voz de Trujillo y decenas de plumillas de guitarra volaron por los aires…
Segunda noche de un fin de semana irrepetible
El domingo, el sorprendente escenario volvió a cobrar vida con una energía renovada. Ice Nine Kills fue el primer telonero, ofreciendo un espectáculo teatral que sorprendió a muchos. Su estilo, que fusiona metalcore con elementos de horror, atrapó al público desde el inicio. Con una puesta en escena que incluía elementos cinematográficos, sus interpretaciones de Assault & Batteries y The Silver Scream dejaron una buena impresión con una mayor audiencia gracias a que ya era fin de semana.
A continuación, Five Finger Death Punch tomó el escenario, llevando la intensidad a otro nivel. Con su sonido robusto y agresivo, abrieron con Burn It Down, lo que desencadenó una ola de energía que recorrió el recinto. Con su pecualiar versión del clásico The House of the Rising Sun el público se entregó por completo a cada riff y a cada coro, creando una atmósfera electrizante que preparó el terreno para el plato fuerte de la noche.
Una vez más, con un collage de fotos de visitas pasadas y tras escuchar los dos intros que no sólo anuncian la entrada del legendario cuarteto, sino que enchinan la piel, la multitud estalló en júbilo cuando las primeras notas de Whiplash hicieron eco en el estadio. A pesar de tocar este tema mucho más lento que en disco, era evidente que la audiencia estaba lista para otro viaje inolvidable a través del catálogo de Metallica. Luego, con For Whom the Bell Tolls y Ride the Lightning, clásicos indiscutibles de la banda, el ambiente se tornó explosivo, y los mosh-pits comenzaron a formarse, una danza caótica en medio de la música que representaba la esencia misma del metal.
Tras un breve interludio con Until It Sleeps, tema extraído del disco «Load», la banda presentó sus temas más recientes, como Lux Æterna y Screaming Suicide, que al igual que la noche previa fueron recibidos con aplausos pero con un notable menor entusiasmo, muestra de que son temas que están lejos de las viejas glorias con las que Metallica puso los cimientos del thrash metal en la década de los 80. Sin embargo, el momento del morbo llegó de nuevo cuando Trujillo y Hammett tomaron el escenario en solitario para un nuevo episodio de su peculiar acto, sorprendiendo a todos con una versión de La Negra Tomasa, tema que hiciera popular Caifanes en la década de los 80 al ser la canción con la que solían cerrar sus shows en los 80 para demostrarle al público sus raíces.
Una vez superaro ese momento, el viaje por el legado de Metallica continuó con Welcome Home (Sanitarium), con esa tensa calma del inicio que luego crece para desatar la locura de la que habla mezclada con riffs oscuros y pesados que concuerdan a la perfección con la letra depresiva de la canción. Para seguir con la nosltalgia y emoción siguió el turno de Wherever I May Roam. La iluminación verde y las proyecciones en pantalla hicieron que cada canción cobrara vida de una manera especial. Cuando sonó The Call of Ktulu, la magia se hizo palpable; cada nota resonaba con una profundidad emocional que conectaba con los corazones de quienes habían crecido con la música de la banda.
La noche avanzaba y la energía se mantenía alta. The Unforgiven fue un momento destacado, con el público levantando sus celulares en un mar de luces, demostrando el poder que tiene el famoso «Álbum Negro» (1990) y lo importe que fue para llevar a Metallica a las grandes ligas de la industria musical. La atmósfera era intensa y melancólica al mismo tiempo, y el clímax se acercaba con One, una obra maestra entre la discografía de la banda, donde la pirotecnia iluminó el cielo, haciendo que la experiencia fuera aún más memorable.
Finalmente, el cierre llegó con Enter Sandman, una más del disco negro,un himno que resonó con cada alma presente. Aunque la pirotecnia fue un poco menos espectacular que en la primera noche, el ambiente estaba cargado de emoción, y los asistentes corearon la canción del hombre de arena con fervor.
Al finalizar, mientras los miembros de la banda se despedían, el grito de “¡Otra, otra!” resonaba con fuerza en el recinto, lo que no sucedió la la noche previa, pero no había más, el primer fin de semana irrepetible había terminado. Si bien hubo algunas problemas para el acceso al Snakepit y la banda vivió sus mejores años hace mucho tiempo, especialmente con un Lars y Kirk haciendo lo básico en el escenario, este fue un show redondo de cuatro músicos que saben perfectamente que hacer para dejar satisfechos a la mayoría de los seguidores de esta gran agrupación hecha empresa llamada Metallica.
El segundo será los próximos 27 y 29 de septiembre en el mismo lugar.
Fotografías: OCESA