Exploramos los factores técnicos y psicológicos que llevan a las grandes instituciones a proyectar una contracción.
El cierre de este año ha traído consigo un cambio de narrativa que pocos esperaban cuando los precios alcanzaban máximos históricos hace apenas unos meses. Mientras la mayoría de los inversores minoristas aún procesan la euforia de las ganancias recientes, los centros de mando de las finanzas globales han comenzado a emitir señales de cautela que no pueden ser ignoradas. Gigantes como Fidelity Investments y firmas de análisis como CryptoQuant están señalando indicadores que sugieren el fin de un ciclo. Lo que antes era un optimismo inquebrantable se está transformando en una mirada técnica y fría que reconoce una realidad incómoda: la posibilidad de que hayamos entrado en una fase de contracción sostenida.
Para muchos, la palabra mercado bajista es difícil de digerir. En el comportamiento humano, ante un cambio de tendencia drástico, lo primero que suele aparecer es la negación. Es una reacción comprensible. Resulta complejo aceptar que el periodo de crecimiento constante ha terminado, especialmente cuando las noticias de adopción institucional siguen apareciendo en los titulares. Sin embargo, es precisamente esta resistencia a la realidad lo que suele alimentar los descensos más profundos. Cuando el mercado se aferra a una narrativa de crecimiento que ya no se apoya en los datos, la caída posterior tiende a ser mucho más severa debido a la liquidación forzosa de posiciones que esperaban un rebote que nunca llegó.
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