El rock, con su caos eléctrico y su pulso rebelde, tiende a arrastrar a sus figuras hacia titulares turbulentos: arrestos, excesos, peleas internas o colapsos públicos. Sin embargo, entre las distorsiones y los amplificadores al rojo vivo, hay músicos que han sorteado el desorden con una precisión casi quirúrgica. No se trata de santos ni de mártires, sino de tipos que han sabido mantener el foco en las cuerdas, los platillos y las canciones, dejando el drama para los tabloides que nunca los atraparon. Este artículo desentierra a cinco estrellas del rock que, contra todo pronóstico, han esquivado las grietas de la fama y construido trayectorias sin fisuras. Aquí no hay mitos inflados ni leyendas forzadas: solo hechos, discos y vidas que hablan por sí solas.
Charlie Watts: El metrónomo humano de los Stones
Charlie Watts pasó casi seis décadas tras los tambores de The Rolling Stones, una banda que parecía diseñada para devorar a sus propios integrantes en un torbellino de excesos. Mientras Mick Jagger y Keith Richards acaparaban portadas con sus desventuras, Watts se mantuvo como un ancla imperturbable. Casado con Shirley Ann Shepherd desde 1964 hasta su muerte en 2021, prefirió la calma de su granja en Devon a las luces cegadoras de la decadencia. Su batería no solo sostuvo clásicos como “Paint It Black”; también demostró que se podía tocar con furia sin perder el control fuera del escenario. En una entrevista para el libro According to the Rolling Stones (2003), Watts dijo que su mayor logro era “seguir tocando con los mismos tipos después de tanto tiempo”. Nada de escándalos, solo ritmo.
Tom Scholz: El arquitecto de Boston
Tom Scholz no es el típico rockero de chaqueta de cuero y actitud desafiante. Graduado del MIT, este ingeniero convirtió su cerebro analítico en el motor de Boston, una banda que irrumpió en 1976 con un debut homónimo que aún resuena en cualquier garaje con un equipo decente. Scholz escribió, grabó y produjo casi todo desde un sótano, obsesionado con cada nota. Fuera del estudio, su vida es un silencio ensordecedor: sin arrestos, sin rumores, sin esposas rotativas. Prefiere ajustar ecualizadores a alimentar chismes. Su única controversia, si se puede llamar así, fue una disputa legal con CBS Records por retrasos en entregas, pero eso es lo más cerca que estuvo de un titulares sensacionalista. El tipo sigue siendo un enigma que prefiere los cables a los reflectores.
Peter Frampton: El guitarrista que esquivó el ruido
Peter Frampton podría haberse estrellado tras el éxito monstruoso de Frampton Comes Alive! en 1976, un disco que vendió millones y lo catapultó a la estratosfera. Pero en lugar de ahogarse en el cliché del rockero perdido, mantuvo la cabeza fría. Ni drogas, ni peleas, ni desplantes públicos. Incluso cuando su carrera comercial se enfrió en los 80, siguió tocando, componiendo y, más tarde, enfrentando la miositis de cuerpos de inclusión con una dignidad que lo llevó al Rock & Roll Hall of Fame en 2024. Su vida personal —un matrimonio estable con Tina Elfers desde 1996— refleja la misma constancia que sus solos. En una charla para Guitar World (edición de octubre de 2023), Frampton dijo: “Siempre supe que la guitarra me sacaría adelante, no los titulares”. Y así fue.
Nick Mason: El navegante discreto de Pink Floyd
Pink Floyd no era exactamente un nido de estabilidad: Syd Barrett colapsó, Roger Waters y David Gilmour chocaron como trenes. Pero Nick Mason, el hombre tras los parches, navegó esas aguas turbulentas sin salpicarse. Desde los 60 hasta hoy, su batería dio forma a discos como The Dark Side of the Moon sin que su nombre apareciera jamás en un escándalo. Casado con Annette Lynton por más de 30 años hasta su divorcio en los 90, y luego con Nettie Mason desde 2011, su vida ha sido tan ordenada como sus fills en “Time”. Ahora, con Saucerful of Secrets, sigue tocando el catálogo temprano de Floyd sin aspavientos. En su autobiografía Inside Out: A Personal History of Pink Floyd (2004), deja claro que su pasión siempre fue el sonido, no el circo.
Russ Ballard: El artesano tras las sombras
Russ Ballard no llena estadios con su cara, pero su pluma y su guitarra han apuntalado el rock desde los 70. Como miembro de Argent, escribió “God Gave Rock and Roll to You”, y luego alimentó a bandas como Rainbow y Santana con temas como “Since You Been Gone”. Su carrera solista, aunque menos ruidosa, mantuvo el mismo pulso: discos sólidos, giras modestas, cero alboroto. Ballard ha vivido fuera del radar, sin divorcios escandalosos ni titulares de rehab. En una entrevista para Classic Rock (julio de 2019), dijo: “Escribo porque me gusta, no porque necesite que me vean”. Es el tipo de rockero que demuestra que no hace falta una vida desordenada para que las canciones peguen duro.
El arte de mantenerse en pie
Estos cinco no son héroes de póster ni figuras de cera. Son músicos que han sorteado las trampas del rock —las drogas, los egos, las demandas— con una mezcla de disciplina y, tal vez, un poco de suerte. Sus carreras no brillan por la ausencia de errores, sino por la presencia constante de trabajo bien hecho. En un género donde el colapso es casi un rito, Watts, Scholz, Frampton, Mason y Ballard prueban que se puede aporrear un riff o un bombo sin que todo se derrumbe a tu alrededor. Eso, en el fondo, es lo que los hace excepcionales.