En los años 70, España vivía un hervidero cultural tras décadas de silencio forzado. El rock, que llegaba con retraso pero con hambre, se colaba por las rendijas de una sociedad que empezaba a sacudirse el polvo. Entre vinilos importados y radios clandestinas, un puñado de bandas comenzó a moldear algo que no encajaba del todo con el pop ligero ni con el folk de la época. Eran grupos que, sin saberlo del todo, estaban tallando el camino para que el metal echara raíces en un país donde el género aún no tenía nombre propio. No eran Metallica ni Sabbath, pero tampoco necesitaban serlo: su aporte fue otro, más orgánico, más pegado a la tierra.
El metal español no nació de la noche a la mañana en los 80 con Barón Rojo u Obús. Antes hubo un caldo de cultivo, una mezcla de riffs que retumbaban más fuerte de lo habitual, baterías que golpeaban con ganas y letras que ya no pedían permiso. Este reportaje se mete en ese terreno gris, en esas bandas de rock que empujaron los límites sin manual de instrucciones. No se trata de héroes mitológicos ni de discos que cambiaron el mundo, sino de proyectos que, con su sonido y su postura, dejaron el suelo listo para que otros plantaran la bandera del heavy metal. Aquí van cinco que hicieron ese trabajo de labranza.
Ñu
Cuando José Carlos Molina arrancó Ñu en 1974, el rock en España todavía estaba buscando su brújula. En Madrid, entre bares y locales oscuros, esta banda empezó a mezclar guitarrazos con flautas y teclados, como si quisieran fusionar a Jethro Tull con algo más callejero. Su debut, Cuentos de ayer y de hoy (1978), no era metal en el sentido estricto, pero tenía un peso que se sentía en los huesos. Temas como “El juglar” o “Preparan” llevaban riffs que no pedían disculpas y una energía que se salía del molde progresivo. Para muchos, Ñu fue el primer paso audible hacia algo más duro, un puente que bandas como Barón Rojo cruzaron después sin mirar atrás. Su influencia no está en manuales, pero sí en la memoria de quienes vieron nacer el género.
Coz
Coz llevaba años dando tumbos por Madrid cuando el punk y el hard rock empezaban a cruzarse en Europa. Desde los 70, su sonido oscilaba entre el rock urbano y algo más afilado, con canciones como “Las chicas son guerreras” (1981) que sonaban a puñetazo en la mesa. No eran virtuosos ni pretendían serlo; su gracia estaba en la actitud y en esa manera de hacer que las guitarras mandaran. De sus filas salieron los hermanos De Castro, que luego pondrían a Barón Rojo en el mapa, un dato que no es casualidad. Coz fue como un taller donde se probaron piezas que luego encajarían en el motor del metal español. Escucharlos hoy es entender cómo el rock podía endurecerse sin perder el pulso de la calle.
Leño
Rosendo Mercado y su tropa en Leño no inventaron el metal, pero le dieron al rock español un par de botas pesadas. Desde 1978, con discos como Leño (1979), metieron al país en un sonido que olía a asfalto y cerveza derramada. “Maneras de vivir” no era un himno de doble bombo, pero su riff y su entrega en directo tenían un nervio que resonaba con lo que pasaba al otro lado del Atlántico. Leño era rock con raíces, y esas raíces alimentaron a músicos que, años después, buscarían más velocidad y distorsión. Su papel no fue técnico, sino visceral: mostraron que el rock podía ser un grito colectivo, algo que el metal recogió y amplificó.
Asfalto
Asfalto nació en 1972 con ideas grandes y un pie en el rock progresivo, pero con el tiempo se fueron quitando capas de suavidad. Para cuando llegó Al otro lado (1978), ya manejaban un sonido más compacto, con guitarras que marcaban territorio y una batería que no se quedaba atrás. No eran una banda de tralla constante, pero sabían meter momentos de tensión que hacían pensar en lo que vendría después. En un país donde el rock aún peleaba por su espacio, Asfalto enseñó que se podía sonar ambicioso sin perder pegada. Eso caló en quienes luego tomarían esas ideas y las llevarían a un terreno más metálico, como se ve en la evolución de la escena madrileña.
Bloque
Desde Santander, Bloque llegó con un rock que miraba al sinfónico pero no se conformaba con quedarse ahí. En discos como Hombre, tierra y alma (1979), había pasajes donde las guitarras se ponían serias y la base rítmica pedía más espacio. No eran habituales en las listas ni en los grandes escenarios, pero en el norte dejaron un eco que se nota en cómo el rock duro empezó a cuajar fuera de las capitales. Su sonido, a veces denso como la niebla cantábrica, fue un ensayo de lo que el metal podía ser en España: algo que no solo copiaba, sino que buscaba su propia voz. Por eso merecen estar en esta lista.
Estas cinco bandas no llegaron al metal como destino final, pero sí removieron la tierra para que otros lo alcanzaran. Ñu, Coz, Leño, Asfalto y Bloque fueron eslabones de una cadena que se forjó sin planos, en un momento donde el rock español aún estaba descifrando su identidad. Si Barón Rojo o Ángeles del Infierno pudieron volar alto en los 80, fue porque estos grupos ya habían despejado la pista. Los datos históricos están ahí, en entrevistas de la época y reseñas de revistas como Heavy Rock o Popular 1, para quien quiera comprobarlo. El metal español no empezó de cero: tuvo sus sembradores.