5 bandas de nu metal olvidadas de los 90

El nu metal irrumpió en los 90 como un tornado sónico, una mezcla visceral de rabia adolescente, riffs pesados y experimentación que rompió las reglas del metal tradicional. Mientras nombres como Korn, Deftones o Limp Bizkit se convirtieron en estandartes de esa revolución, decenas de bandas quedaron atrapadas en las grietas del tiempo, relegadas a cintas de VHS polvorientas y recuerdos borrosos de quienes vivieron la escena. No todas lograron cruzar el umbral del nuevo milenio, ya fuera por tragedias, decisiones de sellos discográficos o simplemente por el cambio de marea en los gustos del público. Este artículo desentierra cinco de esos nombres que, aunque brillaron en su momento, hoy apenas resuenan en los márgenes de la memoria colectiva. Aquí no hay nostalgia barata ni promesas de redescubrimiento épico; solo hechos, contexto y un vistazo a lo que fue.

1. Coal Chamber: El eco gótico que se apagó

En 1994, Los Ángeles vio nacer a Coal Chamber, un cuarteto que destilaba nu metal con un barniz oscuro, casi teatral. Su debut homónimo de 1997, lanzado por Roadrunner Records, llegó con «Loco», un tema que mezclaba gruñidos viscerales y ritmos que parecían sacados de una pesadilla industrial. Participaron en giras como Ozzfest y dejaron un rastro visible en la escena, pero su segundo trabajo, Chamber Music (1999), marcó un giro hacia texturas más melódicas que no cuajó del todo con su base. Para 2003, las tensiones internas los desarmaron. Su sonido, un puente entre lo gótico y lo agresivo, quedó como un experimento curioso que pocos revisitan hoy. [Referencia: Discografía oficial en Roadrunner Records].

2. Spineshank: Máquinas rotas en el olvido

Spineshank emergió en 1996 desde California con un enfoque quirúrgico: riffs afilados y una furia contenida que explotó en The Height of Callousness (2000). Su sencillo «Synthetic» tuvo rotación en estaciones de radio alternativas, pero su debut, Strictly Diesel (1998), ya había mostrado un potencial que no terminó de despegar. Firmados también por Roadrunner, el sello que dominaba el nu metal, sufrieron el desgaste de cambios de formación y una industria que empezaba a mirar hacia el metalcore. Su disolución en 2004 los dejó como un nombre que suena vagamente familiar a quienes hojearon revistas como Kerrang! en su día, pero poco más.

3. Nothingface: La intensidad que no encontró eco

Washington D.C. no era precisamente un semillero del nu metal, pero Nothingface llegó desde ahí en 1995 con una propuesta que bordeaba el metalcore antes de que el término se popularizara. Su disco Violence (2000) trajo cortes como «Bleeder», donde la voz de Matt Holt cortaba como vidrio roto sobre bases rítmicas densas. Aunque construyeron un seguimiento leal, nunca dieron el salto a los escenarios masivos. La banda se deshizo en 2004 tras años de lucha por mantenerse a flote, y su legado quedó sepultado bajo el peso de una escena que ya buscaba nuevos sonidos. [Referencia: Archivos de TVT Records, su sello original].

4. Dry Kill Logic: Atrapados en el cambio de guardia

Con raíces en Nueva York y un comienzo bajo el nombre Hinge, Dry Kill Logic se abrió paso en los 90 con una mezcla de thrash y nu metal que cristalizó en The Darker Side of Nonsense (2001). «Nightmare» era un puñetazo directo, pero su carrera se vio truncada por un sello que los presionó para pulir su crudeza y adaptarse a un mercado en transición. Cuando el nu metal empezó a ceder terreno al metalcore y al post-hardcore, ellos quedaron en tierra de nadie. Su historia es la de una banda que llegó tarde a la fiesta y no supo —o no pudo— reinventarse.

5. Snot: El rugido silenciado por la tragedia

Snot se formó en Santa Bárbara en 1995 y lanzó Get Some en 1997, un disco que destilaba caos puro con temas como «Stoopid». Su vocalista, Lynn Strait, tenía un carisma crudo que prometía llevarlos lejos, pero un accidente automovilístico en 1998 acabó con su vida y con el futuro de la banda. Geffen Records, su disquera, archivó lo que quedaba de su material, y aunque dejaron una marca en bandas posteriores como System of a Down, su breve existencia los condenó a ser un pie de página en la historia del género. Su único álbum sigue siendo un testimonio de lo que pudo haber sido.

Estas cinco bandas no son reliquias perdidas ni tesoros ocultos esperando ser desenterrados con fanfarrias. Son retratos de una era donde el nu metal era un campo de pruebas, un espacio donde la experimentación y la furia convivían con la incertidumbre. Sus discos aún existen, disponibles en plataformas o en copias físicas para quienes quieran rastrearlos. No cambiaron el mundo, pero sí formaron parte de un momento que, para bien o para mal, definió el sonido de finales de los 90. Si te cruzas con alguno de sus temas, dale play; el pasado siempre tiene algo que decir.