10 años sin Lemmy Kilmister, la verdadera cara del rock

Hace 10 años murió Lemmy Kilmister, y todavía cuesta escribirlo sin que suene falso. Partió un 28 de diciembre de 2015, irónicamente ‘Día de los Inocentes’, por lo que durante horas muchos pensamos que era una broma de mal gusto. Porque Lemmy no encajaba en la idea de la muerte: era exceso, ruido, carretera infinita. Era el tipo de figura que parecía destinada a existir siempre, aunque el cuerpo dijera lo contrario.

Lemmy fue mucho más que el líder de Motörhead. Fue el puente real entre el rock and roll primitivo y la brutalidad del metal. Sin él no se entiende el speed metal, el thrash, ni la actitud que definió a generaciones enteras. Nunca fue técnico, nunca fue virtuoso en el sentido académico, pero fue esencial: riffs directos, volumen obsceno y una ética innegociable. Lemmy no se adaptó a la industria; la industria tuvo que adaptarse a Lemmy.

Más que un músico, fue un símbolo cultural. Vivió como cantó, sin filtros ni correcciones, pagando el precio completo de esa coherencia. Hoy, a 10 años de su muerte, su figura sigue intacta porque no fue un personaje: fue auténtico hasta el final. Lemmy no necesita mitología ni revisión histórica. Lemmy fue, es y seguirá siendo Dios, porque el rock and roll no se explica sin él.

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